La fe es una variante del amor porque es una adhesión del corazón. De modo que una fe con escasos niveles de amor (aunque tenga alto el nivel ideológico) no deja de ser una fe fría y, en definitiva, una fe débil. Por eso la fe anhela “ver” al Señor. Ya lo decía poéticamente san Juan de la Cruz que «la dolencia de amor se cura solo con la presencia y la figura». Es difícil amar sin ver. Es lógico que los discípulos se alegren viendo a Jesús.
Nosotros vemos a Jesús en el ámbito de lo religioso: en la hostia consagrada, en la custodia, en los crucifijos, en las imágenes y cuadros, en las plegarias, etc. Pero los discípulos ven a Jesús en uno que se sienta a la mesa, en uno que les acompaña, en uno que les bendice. En definitiva, ven a Jesús en la vida.
Decía el poeta alemán Rilke que «la casa de los pobres es un sagrario». Ante el sagrario nos arrodillamos o nos inclinamos porque desvelamos en ese sacramento la presencia de Jesús. Y así es. Pero quizá esa presencia sea más clara en la casa de los pobres, en el sufrimiento de los enfermos, en la soledad de los ancianos, en el temor horrible de quien vive bajo las bombas. Esos son los “sagrarios” donde se ve a Jesús con más claridad. Gaza es hoy para nosotros el gran “sagrario” que tenemos delante. ¿Lo vemos nosotros así?
Fidel Aizpurúa, capuchino
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