domingo, 16 de febrero de 2025

¡AY DE LOS QUE DESPRECIÁIS!

Lucas ofrece cuatro bienaventuranzas y, a renglón seguido, cuatro malaventuranzas contra los ricos desentendidos, los saciados que no reparan en la necesidad del otro, quienes se mofan de los pobres y quienes manipulan la verdad.

Estas cuatro malaventuranzas tienen un denominador común: el desprecio del otro, sobre todo si es frágil, humilde, si no cuenta. Por eso, podría haber añadido san Lucas: ¡AY DE LOS QUE DESPRECIÁIS!

Creo que muchos convendremos en pensar que la cultura del desprecio nos amenaza. Somos bombardeados a diario por una “industria” que tiene mucho interés en generar exclusión. El desprecio se palpa en el ambiente y en el propio corazón. La dignidad, la honestidad y la humildad son valores que corren el riesgo de verse superados por un menosprecio global.

Hoy también san Lucas nos diría: ¡Ay de los que desprecian! ¡Ay de ti si no consideras digna a toda persona! ¡Ay de ti si consumes sin freno! ¡Ay de ti si manipulas cosas y te sumas a los bulos que inventa el sistema!

¿Cómo contrarrestar esa cultura del desprecio a la que aludimos? ¿Cómo escapar lo más lejos posible de las malaventuranzas evangélicas?
  • Si compartes, despreciarás menos: porque no se puede compartir desde el desprecio, sino desde la certeza de que tengo obligaciones adquiridas con quien lo pasa mal.
  • Si no despilfarras, despreciarás menos: porque el despilfarro es una bofetada en el rostro de los pobres. Da igual la cantidad; lo que cuenta es la actitud de control y de sobriedad.
  • Si te interesan los frágiles, despreciarás menos: porque la cultura del desprecio va envuelta en una deliberada ignorancia de las situaciones de los pobres. No se quiere saber para no sentirse responsable. Pero lo eres.
  • Si te importa la verdad, despreciarás menos: porque el desprecio está amasado en la mentira y cuando esta se ha hecho dueña de la sociedad y del corazón de cada uno, la dignidad humana se esfuma.
Fidel Aizpurúa, capuchino

jueves, 13 de febrero de 2025

ORACIÓN COMUNITARIA, FEBRERO 2025

 Haz clic en la imagen para acceder a la oración comunitaria para este mes.

martes, 11 de febrero de 2025

JORNADA MUNDIAL DEL ENFERMO

Desde el año 1992, el 11 de febrero se conmemora la Jornada Mundial del Enfermo.
 
El Papa Juan Pablo II quiso que coincidiera este día con la festividad de la Virgen de Lourdes. En una sociedad occidental en la que vivimos, que ha avanzado en muchos aspectos, la jornada nos recuerda que la enfermedad forma parte de nuestras vidas y que todos debemos afrontarla en diversos momentos, a nivel personal o en personas de nuestro entorno.

La salud es uno de los bienes fundamentales del ser humano y constituye una de sus aspiraciones permanentes. En nuestra sociedad del bienestar observamos actitudes contradictorias ante la salud: se exalta e idealiza el vigor y la salud física y se olvida la salud afectiva, mental y espiritual. Reflexionar sobre la naturaleza del dolor y la fragilidad de la condición humana nos enriquece como personas. La acción evangelizadora de la Iglesia con los enfermos se inspira en el primer evangelizador, en Cristo, que pasó curando y evangelizó curando: «Recorría ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, predicando el Evangelio del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias» (Mt 9, 35)

La enfermedad afecta también a la familia, a veces profundamente. Cambia sus planes y trastorna su ritmo de vida. Es fuente de inquietud y de dolor, de conflictos y desequilibrios emocionales y pone a prueba los valores sobre los que se asienta. La enfermedad constituye también para la familia una experiencia dolorosa y dura. Por otra parte, el papel de la familia del enfermo es fundamental e insustituible. El enfermo necesita su cariño y sus cuidados para sentirse seguro, su comprensión y paciencia para no verse como una carga y un estorbo, y necesita su compañía y apoyo para poder afrontar con realismo y asumir con paz la enfermedad.

El año pasado, en el mensaje que el papa Francisco lanzó para este día, incidía en que “hemos sido creados para estar juntos, no solos. Y es precisamente porque este proyecto de comunión está inscrito en lo más profundo del corazón humano, que la experiencia del abandono y de la soledad nos asusta, es dolorosa e, incluso, inhumana. Y lo es aún más en tiempos de fragilidad, incertidumbre e inseguridad, provocadas, muchas veces, por la aparición de alguna enfermedad grave”. El Papa actual insiste mucho en la necesidad de cuidarnos, en la “cultura del cuidado”. Nos dice que el primer cuidado del que tenemos necesidad en la enfermedad es el de una cercanía llena de compasión y de ternura. Por eso, cuidar al enfermo significa, ante todo, cuidar sus relaciones, todas sus relaciones; con Dios, con los demás, -familiares, amigos, personal sanitario-, con la creación y consigo mismo. Para hacer esto posible nos hemos de fijar en la imagen del Buen Samaritano (cf. Lc 10, 25-37), en su capacidad para aminorar el paso y hacerse prójimo, en la actitud de ternura con que alivia las heridas del hermano que sufre.

Benjamín Echeverría, capuchino

domingo, 9 de febrero de 2025

LA CULTURA DEL ENCUENTRO

Al comienzo de la lectura evangélica de hoy se dice que Jesús enseñaba a la gente desde la barca. En Galilea hay un lago bastante grande, y en su lado occidental están todos los lugares evangélicos: Nazaret, Caná, Cafarnaún, el Tabor, el monte de las Bienaventuranzas, etc. ¿Y quiénes están en el lado oriental? Los paganos, la Decápolis (algunas de sus ciudades aparecen en los evangelios: Gadara, Gerasa, etc.).

Si Jesús se pone a enseñar desde la barca y la gente está en la orilla, eso quiere decir que la enseñanza de Jesús la recibe la gente mirando hacia los paganos. Ellos, los judíos, que creen que los paganos están, sin más, condenados al infierno tienen que escuchar el evangelio mirando hacia ellos. Es como si Jesús quisiera decir: mi evangelio es para todos, no tiene sentido levantar muros, quien crea en mí tiene que ser persona de mente abierta a todos.

Apelar hoy a la apertura, al universalismo, a una mentalidad de familia humana, de casa común es más necesario que nunca porque hay mucha cerrazón en nosotros.

No son tiempos buenos para la apertura cuando el imperio del dinero habla de muros, de fronteras, de expulsiones, de nosotros primero. No son buenos tiempos pero son los mejores para mantener vivo la utopía de la apertura con certeza de que ella es la que nos hace humanos y fuertes, mientras que la cerrazón nos empobrece y nos degrada. El Papa habla de la cultura del encuentro. Para encontrarse hay que abrirse al otro. No nos apeemos de esa manera de pensar.

Fidel Aizpurúa, capuchino

jueves, 6 de febrero de 2025

FRAGILIDAD QUE NOS HACE FUERTES

Sin darnos cuenta, asociamos la fortaleza de una comunidad, una familia, un grupo de amistad a la fortaleza de las personas que la componen. Una familia fuerte se daría cuando los padres dan seguridad, o los hijos e hijas son sanos, inteligentes, trabajadores… Una comunidad será robusta cuando cada uno de sus miembros da la talla mínima. Y sin embargo lo que la realidad concreta señala no coincide del todo, ni mucho menos, con esa lógica. Hay comunidades que siendo sus miembros fuertes, sanos e inteligentes no viven la fraternidad, sino que precisamente, por ser fuertes, sanos e inteligentes, la fraternidad flaquea, cada persona va a lo suyo, hay competencia de intereses, e impera el individualismo. Y, en cambio, personas frágiles, débiles y nada brillantes son capaces de empastar una comunidad recia, acogedora y abierta.

Quizá sean justamente nuestras necesidades, nuestras dimensiones más pobres las que nos llevan a buscar la compañía de hermanos y hermanas que nos protejan, nos amparen en aquello que necesitamos. Aquello en que soy pobre y débil –dándome cuenta de ello-- hace que sea capaz de dejarme acompañar. Y precisamente esto hace posible que pueda ver al hermano, hermana también en su vulnerabilidad, en su necesidad, y poder también yo acompañarlo en su fragilidad. Y todo esto no para lamentarnos de nuestra situación y dejarnos llevar por el camino de la desesperanza, sino para poder acompañarnos más hermanados. La fraternidad se fortalece por nuestras pobrezas. El cimiento de ese cuerpo que es la comunidad es la pequeñez y la vulnerabilidad, la propia y la de cada uno de los hermanos y hermanas, la de todos nosotros.

Y Dios al fondo de este ensamblaje de pobres y necesitados. “Bienaventurados los pobres…”

Carta de Asís, febrero de 2025