Estas cuatro malaventuranzas tienen un denominador común: el desprecio del otro, sobre todo si es frágil, humilde, si no cuenta. Por eso, podría haber añadido san Lucas: ¡AY DE LOS QUE DESPRECIÁIS!
Creo que muchos convendremos en pensar que la cultura del desprecio nos amenaza. Somos bombardeados a diario por una “industria” que tiene mucho interés en generar exclusión. El desprecio se palpa en el ambiente y en el propio corazón. La dignidad, la honestidad y la humildad son valores que corren el riesgo de verse superados por un menosprecio global.
Hoy también san Lucas nos diría: ¡Ay de los que desprecian! ¡Ay de ti si no consideras digna a toda persona! ¡Ay de ti si consumes sin freno! ¡Ay de ti si manipulas cosas y te sumas a los bulos que inventa el sistema!
¿Cómo contrarrestar esa cultura del desprecio a la que aludimos? ¿Cómo escapar lo más lejos posible de las malaventuranzas evangélicas?
- Si compartes, despreciarás menos: porque no se puede compartir desde el desprecio, sino desde la certeza de que tengo obligaciones adquiridas con quien lo pasa mal.
- Si no despilfarras, despreciarás menos: porque el despilfarro es una bofetada en el rostro de los pobres. Da igual la cantidad; lo que cuenta es la actitud de control y de sobriedad.
- Si te interesan los frágiles, despreciarás menos: porque la cultura del desprecio va envuelta en una deliberada ignorancia de las situaciones de los pobres. No se quiere saber para no sentirse responsable. Pero lo eres.
- Si te importa la verdad, despreciarás menos: porque el desprecio está amasado en la mentira y cuando esta se ha hecho dueña de la sociedad y del corazón de cada uno, la dignidad humana se esfuma.
Fidel Aizpurúa, capuchino