martes, 30 de abril de 2019

BALONCESTO Y RESURRECCIÓN

Hablamos mucho de la resurrección de Jesús y, a veces, parece que es un poco abstracto, lejano a mí. Pero si el Jesús crucificado ha superado la muerte, eso también tiene que ver con nuestra vida y cómo abordamos el sinsentido que se nos impone ante el sufrimiento, la enfermedad y la misma muerte.

Cuando tenía 16 años y jugaba al baloncesto, yo soñaba con dedicar mi vida a este deporte tan espectacular. Era lo que más feliz me hacía y me ilusionaba pensando que un día pudiera dedicarme a ello. Cuando jugaba me olvidaba de todo, y realmente toda mi vida giraba en torno al basket. Pero ni mi altura, ni mi técnica eran suficientes y no me dediqué al baloncesto. Fue un fracaso para mí, y a pesar de ello ahora me siento muy contento con mi vida, pleno de sentido.

Cuando decimos que con la resurrección de Jesús, el mal, el fracaso no tienen la última palabra, creo que estamos hablando de algo parecido a lo que me ocurrió, aunque fuera una simple experiencia juvenil. La resurrección de Jesús no me evita mi fracaso personal, pero sí me da la certeza de que ese fracaso no acabará conmigo, no me llevará a la infelicidad. Me ocurra lo que me ocurra, Dios sostiene mi vida, Dios ha vencido sobre el mal. Puedo caer en la enfermedad, me puede salir todo mal en la vida, puedo fracasar en los estudios o en el trabajo, puedo morirme… pero nada de eso va a acabar conmigo, sigo teniendo miles de puertas abiertas a la Vida Plena.

Jesús pasó por el sufrimiento, el dolor y la muerte. La victoria de la resurrección no nos va a evitar a nosotros el dolor, el fracaso, la muerte, pero nos va a asegurar que, pase lo que pase, podemos confiar en que todo va a acabar bien, la vida me va a traer algo bueno con lo que me ocurra, estamos hechos para vivir en plenitud con Él. En Jesús “crucificado-resucitado”, Dios sufre como nosotros, muere para nosotros, en Jesús “crucificado-resucitado” Dios está por nosotros para siempre. Entonces sí que podemos decir: “¡Feliz Pascua de Resurrección!”
Javi Morala, capuchino 

jueves, 25 de abril de 2019

VIVIR ES CONFIAR

Nacemos confiados y confiando en la vida y en las personas que nos acogen. Confiadamente crecemos, arropados por las personas que nos quieren, abiertos a las novedades inéditas que nos ofrece todo. Sólo así es posible adentrarse en la vida. A medida que nos vamos haciendo adultos, vamos aprendiendo que la realidad no responde a nuestros deseos e ilusiones. Conocemos el fracaso; hay personas que nos desengañan; incluso nosotros mismos no damos la talla que esperábamos. Todo esto nos frustra, nos hace sufrir y nos enseña a vivir prevenidos. En el fondo, los golpes de la vida nos vuelven desconfiados.

Hay épocas de la vida en las que estamos de vuelta de todo y puede introducirse en nosotros ese “realismo” que entinta todo de escepticismo; como que en el fondo nada vale la pena. Más incluso; puede llegar a asomar en nosotros una especie de amargura que enturbia todo lo que vivimos y enrarece las relaciones con las personas. Las motivaciones más auténticas que nos movieron en otras épocas (esposo/esposa, hijos, proyectos de solidaridad, relación con Dios...) se desfiguran y desaparecen. Quizá no lo decimos, pero sabemos que estamos tocados en lo más hondo de nuestro corazón.

Justamente en ese camino se nos ofrece la posibilidad de hacer el acto de confianza más radical que nunca habíamos creído que se nos pediría. En lo más profundo del corazón nos debatimos si la vida está cerrada a lo que controlamos o está abierta a lo inesperado. No es un acto heroico, sino de humildad, de abrirnos a la promesa amorosa de Alguien que nos ofrece como nunca su amor. Esto se da en pequeños actos de confianza, pero que denotan una radical consistencia de nuestras personas en la vida y en relación con Dios. La confianza ya no es fruto de la bisoñez, sino dentro del realismo más profundo alimentado por la fe. En el fondo, desconfiar es un sinvivir y la vida en verdad consiste en confiar.
Carta de Asís, abril 2019

domingo, 21 de abril de 2019

PASCUA FLORIDA

A veces, Señor, a veces estalla la primavera
y Tú te muestras, acercas y ofreces
con todo lo que es y tiene la naturaleza.

Eres flor, hierbabuena y también pradera,
risa de junco, tapiz multicolor y agua de regato,
rama reverdecida columpiándose en una enredadera.

Eres bosque con su espesura y música,
llanura, valle y ladera, según la hora,
y esas cumbres que nos llaman y desafían.

Eres el fruto de los árboles que germinan en la tierra,
el trino de los pájaros que anidan y vuelan,
y las nubes y el viento que entre ellos se recrean.

Me sorprendes, gustas y enamoras como las cerezas,
como los melocotones de secano me perfumas
y en ese racimo de uvas dejas tu santo y seña.

A veces, Señor, a veces estalla la primavera
y mi corazón gusta tu savia, voz y palabra
para soñar, soñarte y seguir por tus sendas.

A veces, Señor, a veces, es Pascua florida.

Florentino Ulibarri

sábado, 20 de abril de 2019

SÁBADO SANTO: DÍA DEL AMOR QUE ESPERA SIEMPRE

Tal vez hayas visto en estas últimas semanas una película que encoge el alma: Cafarnaún. Es la historia de la dura vida de un niño pobrísimo y su familia en un suburbio de una ciudad libanesa. Todas las esperanzas del niño se frustran: preservar a su hermanita de un matrimonio prematuro, aportar algo de dinero a su pobrísima familia, cuidar de otro niño más pobre que él y apartarlo de su venta a los traficantes. Todo se frustra hasta el punto de que demanda a sus padres por haberle traído a este mundo. Una auténtica desolación

Pero la película termina con una foto fija en la que alguien le demanda que sonría para hacerle, con esa foto, el carnet de identidad. Y esa sonrisa final, fija en la cámara, es el lenguaje de la esperanza, la certeza de que las desdichas de los pobres acabarán y la evidencia de que la esperanza brotará en las pequeñas grietas del más duro asfalto.

Porque si te preguntas qué es lo que se celebra en el Sábado Santo, cómo darle la vuelta a este día un tanto extraño en que no hay ni sacramentos ni celebraciones, la respuesta puede ser esta: es el día del amor que espera siempre, el día del amor que atisba cualquier rendija para decir que está ahí, que sigue esperando porque lo alimenta la ternura.

Las leyendas primitivas del franciscanismo cuentan que un Cristo, el de san Damián, una hermosa tabla bizantina, “le habló” a san Francisco. No hay que entender eso como si una tabla pudiese hablar. Le habló el Cristo del amor que espera. Y le vino a decir: Francisco, mi amor por ti espera que tú llegues a vivir esta vida tuya desde el amor más sencillo y fraterno.

Así lo entendió y así lo vivió. Por eso escribía a sus hermanos en sus cartas: “No os guardéis nada para vosotros y así os recibirá el que a vosotros se entrega”. O lo que es lo mismo: no mates la esperanza ni en ti ni en nadie porque hay alguien, Jesús, que siempre ha esperado en ti.

Quizá en la celebración de esta noche, en la Vigilia Pascual, además de la luz, ese signo de esperanza que tan evocador es en la oscuridad de noche habría que añadir el cofre de las esperanzas, esa caja donde depositamos nuestras esperanzas de ahora. Y cuando celebremos el recuerdo de su entrega, en el momento de la consagración, abramos el cofre y pongamos nuestras esperanzas junto a su cuerpo y sangre para que las haga vida y nos anime a hacerlas vida.

Para pensar, rezar o compartir:
  1. ¿Cuáles son tus esperanzas?
  2. ¿Cómo superas el desaliento?
  3. ¿Crees que Jesús sostiene tus esperanzas?
 

viernes, 19 de abril de 2019

VIERNES SANTO: DÍA DEL AMOR LOCO

Un diario daba hace no mucho la extraña noticia de una muchacha inglesa que, habiendo perdido el tren para ir a ver a su novio, no se le ocurrió mejor cosa que coger una locomotora que esta parada en la estación y largarse con ella. Cuando la policía la detuvo, uno de los agentes le espetó: “Pero ¿tú estás loca?”. Y dice la nota que ella le respondió: “Y usted, ¿no ha hecho nunca locuras por amor?”

No vamos a justificar el disparate que es lanzarse por la vía con un tren robado. Eso no tiene ni pies ni cabeza. Pero la respuesta de la chica es interesante: ¿No has hecho nunca locuras por amor? ¿No las vas a hacer nunca? Pues quizá a tu amor le falta esa pizca de locura que lo hace único.

Es que, cuando nos preguntamos ¿qué hay detrás de la celebración del Viernes Santo, del recuerdo explícito de la pasión del Señor, de la veneración de su cruz pobre? Lo que hay es justamente eso: un amor loco. Un amor de uno que ha sufrido locura por nosotros y por eso no le ha importado llegar hasta el límite de ese amor, hasta el abandono total por quien se ama.

Por eso el día de Viernes Santo bien podría ser llamado “Día del amor loco”, día de todos aquellos locos que aman a fondo perdido, con entregas totales, sin reparar en las consecuencias de su amor. ¿Le vamos a quitar al Evangelio esta pizca de locura? Y si le quitas al Evangelio, la locura, la desmesura, la aventura, el riesgo, ¿qué le queda?

La tradición religiosa posterior ha atribuido a san Francisco una frase que, sin ser suya, bien podría haberla dicho. Cuenta esa tradición que san Francisco iba por los caminos gritando “el Amor no es amado, el Amor no es amado”. Le dolía tanto que no se entendiera la vida de Jesús como una ofrenda de amor total que eso le sacaba de quicio y le hacía sufrir.

En la celebración de hoy veneraremos la cruz del Señor como signo último de su total entrega. Quizá habría que rodear esa cruz, áspera, con flores hermosas para indicar que, más allá de la aspereza, lo que hay detrás es el amor a prueba de cualquier decepción de un Jesús que nos ha acogido en nuestra más profunda realidad. Algo de esto es lo que hay si le das la vuelta al Viernes Santo.

A nada que salgas al campo encontrarás los espinos florecidos. Sus florecillas blancas son símbolo de la cruz florecida. Por eso estamos seguros, cuando nos preguntamos qué hay detrás, en el fondo, de la celebración del Viernes Santo, la respuesta es clara: el amor loco de Jesús por nosotros, tan loco como esas florecillas que brotan de la aspereza del espino, de la dureza de nuestro corazón.

Para pensar, rezar o compartir:
  1. ¿Te parece hermosa la espiritualidad del “amor loco”?
  2. ¿Crees que habría que rodear la cruz áspera de Jesús con flores hermosas?
  3. ¿Puedes contar alguna locura que hayas hecho por amor?

jueves, 18 de abril de 2019

JUEVES SANTO: DÍA DEL AMOR QUE NUNCA SE CANSA

Hay personas que nunca se cansan de amar, que no sucumben ni al cansancio ni al abandono. Entre las víctimas del accidente aéreo de Etiopía del mes pasado había una cooperante de una ONG, la gallega Pilar Martínez, que iba a trabajar en Kenia. Ni siquiera llegó a su destino. Su amor por los humildes le llevó a poner en juego su vida. Y la perdió. Uno se pregunta ¿por qué no se cansa la buena gente de hacer el bien? No hay respuesta para esa honda actitud.

O sí la hay: no se cansan porque les habita el amor verdadero al otro. Y el amor de calidad es incansable. Justamente es eso lo que celebramos en el Jueves Santo si sabemos darle la vuelta al mero rito, a la mera costumbre. Un amor que nunca se cansa, ése es el amor de Jesús. Amó hasta el final. Lo intentó hasta el final.

Cuando todo estaba perdido, él dio a Judas un pan untado, signo del amor con que las madres dan a sus niños un pan untado, como para decirle: tú me fallarás, tú me traicionarás, pero yo te sigo amando porque no puedo hacer otra cosa sino amarte, y porque no me canso de amarte aunque tú me hayas descartado. Es una maravilla el amor incansable de quien ama a fondo.

Francisco de Asís tenía por sus hermanos un amor de esa clase. Por eso le escribía al superior de una comunidad en la que un hermano iba por extraños derroteros: “Ámalo más que a mí y mil veces que pecare en tu presencia, perdónale mil veces”. Un amor que se cansa, aun con razones, no es el amor de aquellos que queremos seguir a Jesús y apreciamos a Francisco.

San Pablo repetía una y mil veces a sus amigos de Tesalónica: no os canséis de hacer el bien. Porque el desaliento es vecino de quien hace el bien y su voz es insidiosa: deja de hacer el bien, no se merece que te portes bien con él, no le des la razón que no tiene. Y desde esos principios, el bien se amilana, se acobarda y, fatigado, se abandona.

Hay un poema hermoso de Mario Benedetti que dice: “No te rindas, por favor no cedas, aunque el frío queme, aunque el miedo muerda, aunque el sol se esconda, y se calle el viento”. No se trata de ser ciego, de no saber ver las cosas, de no querer discernir. Se trata de resistir a la tentación del abandono cuando las cosas no vienen bien dadas.

En este Jueves Santo, si le das la vuelta, verás en el fondo el terco y fiel amor de Jesús por cada uno de nosotros. Si queremos celebrarlo bien habríamos de ir pensando en ser constantes en el amor, en no tirar la toalla al primer fallo, en dar segundas oportunidades. Nadie dijo que amar fuera fácil.

Para pensar, rezar o dialogar:
  1. ¿Por qué nos cuesta tanto ser constantes en amar?
  2. ¿Por qué no damos segundas oportunidades?
  3. ¿Te encanta el perfil de un Jesús que ama sin cansarse?

martes, 16 de abril de 2019

DALE LA VUELTA A LA PASCUA

De una manera u otra, hemos estado durante todo el año intentado dar la vuelta a la realidad para leerla más profundamente, con más contenido espiritual. Eso mismo queremos hacer ante la Pascua de este año.

Así es: la Semana Santa es, perdónese la expresión, un inmenso teatro religioso con muchas formas de representación, todas muy valiosas y respetables. Pero uno puede preguntarse: ¿qué es lo que realmente hay detrás? ¿Qué es lo que late en el fondo de todas esas representaciones bienintencionadas? ¿Cuál es el núcleo de lo que celebramos?

Y a nada que uno piensen, la respuesta se impone: es una aventura de amor, algo que tiene que ver con el latir de aquel Jesús de Nazaret que recordamos y que sentimos más vivo que nunca en estos días.

Por eso, el Jueves Santo comprenderemos mejor el amor de Jesús que no conoce el cansancio; el Viernes Santo nos quedaremos perplejos ante el amor loco de Jesús que se da hasta el límite; y el Sábado Santo se nos dirá que es el día del amor que nutre y sostiene todas las esperanzas.

Decía san Francisco que habríamos de pedir a Dios vivir “iluminados por él para poder seguir las huellas de Jesús”. Eso es justamente lo que queremos hacer en estos días de la Semana Santa: reunirnos en torno a la brillante y humilde luz que es Jesús y animarnos, los unos a los otros, a no desistir en el camino del Evangelio. Así la Pascua será Pascua de vida.

domingo, 14 de abril de 2019

A LOMOS DE UN BURRO

EL LENGUAJE DE LA PASIÓN EN LA NATURALEZA

Un buen ejercicio de desierto en esta Semana Santa puede ser leer en el gran libro de la naturaleza la realidad de la Pasión y Resurrección de Jesús. Las criaturas, por más que a nosotros nos parezcan mudas, hablan a su manera. Sería bueno que te sentares en el campo, a la sombra de un árbol y miraras despacio, lentamente, dejando que corra el tiempo, ese gran libro de la naturaleza que tienes delante.
  • Las piedras: Mira las piedras y recuerda a Jesús que fue condenado en un patio de la casa del gobernador Pilato que llaman “el empedrado”. Aquellas piedras escucharon una sentencia injusta. Únete al silencio de las piedras que dicen: fue algo injusto porque se condenaba a una persona buena.
  • El agua: Quizá esté cerca un arroyo. Escucha el lenguaje humilde del agua. Recuerda a aquel que dijo en la cruz: tengo sed. Siente en tu boca y en tu corazón la sed de Jesús. Es sed de agua y sed de amor. Quizá la segunda puedas saciarla tú.
  • Los senderos: Tendrás delante pequeños senderos que van y vienen por la montaña. Que te lleven a aquel Jesús de tantos caminos. Que termines en el camino de Jerusalén, el camino del final, que los discípulos andaban con temor y Jesús con una decisión que nos deja anonadados.
  • Las nubes: Tal vez el día esté nublado o se vean algunas nubecillas en el horizonte. Que te conecten con las “nubes” oscuras y negras que cayeron sobre el corazón de los que seguían a Jesús hasta llegar a abandonarlo en el peor trance de su vida. El mismo Jesús, con su cercanía de resucitado, las disiparía más tarde.
  • El viento: Quizá escuches el viento. Trata de sentirlo en el interior. Recuerda al que dijo que nacer de nuevo era escuchar el viento nuevo del amor. Mira a Jesús envuelto en ese viento cuando va a morir, aunque él no lo sienta.
  • El árbol: Te puede recordar ese árbol que tienes cerca, su tronco abrupto, aquel otro árbol, el madero de la cruz que Jesús tuvo que llevar él mismo al Calvario y en el que fue ajusticiado. Conmuévete con solo recordarlo, siente el amor que cuelga de ese tronco.
  • Los montes: Quizá en lontananza se perfilan algunos montes. Recuerda el monte Calvario y a quien fue asesinado en un monte fuera de la ciudad. Sube a ese monte y venera con el corazón a quien te mira.
  • Las flores: Puede que ahí donde estas o cerca haya un espino florecido con sus florecillas blancas o cualquier otra flor humilde y callada al borde del camino. Acuérdate de Jesús resucitado, flor renacida desde la más profunda de las oscuridades, perfume callado que aún sentimos quienes le amamos.

Para pensar, rezar o dialogar:
  1. ¿Con qué creatura de las mencionadas te quedas?
  2. ¿Piensas que la naturaleza puede ser lenguaje de amor?
  3. ¿Sientes a Jesús vivo y cercano?

jueves, 11 de abril de 2019

VIVIR EL CARISMA FRANCISCANO

VIVIR EL CARISMA FRANCISCANO ES… ser incluyentes con los que son diferentes a mi. En el corazón de Cristo no hay distinciones y no podemos por tanto, discriminar al prójimo por ninguna razón y circunstancia.

El humanismo que siempre ha emanado desde el cristianismo y que esta presente en cada persona de buena voluntad, no dispone al gustillo de la vida ajena, de todo lo que es y hace Dios en el otro. El humanismo franciscano, es mucho más que una doctrina o sistema de pensamiento, es una comprensión de la vida, un estilo de vida, un comportamiento y un modo de tratar y de comprender al mundo, a todos los seres y a los otros.

Somos hombres y mujeres, diferentes entre sí y nos relacionamos de mil maneras y cada uno, no queda afuera del hecho de haber sido creadas por Dios Uno y Trino: amadas por el Padre, redimidas por Jesucristo y sustentadas por Espíritu Santo en una fraternidad universal.

Vivir el carisma de Francisco es, entre otras cosas más, tratar de ver a los demás sin juicio ni prejuicio. No importa su sexo, edad, color, religión o raza; no importa su belleza, riqueza o su orientación o condición sexual; es tratar de comprender a cada persona más allá del sentido utilitario, estético, romántico y político. Este enfoque sobrepasa el racionalismo y el discurso ideológico: La experiencia franciscana es una experiencia fraterna de la vida y de la existencia personal y comunitaria frente a los hombres, los seres, las cosas, frente a los acontecimientos y frente a Dios. Es un modo vital de realizar la paz, la justicia y la ecología, como experiencia y como perspectiva, como cultura y como utopía, haciendo vida la exhortación de San Francisco: «Bienaventurado el siervo que ama y respeta tanto a su hermano cuando está lejos de él, como cuando está con él, y no dice nada detrás de él, que no pueda decir con caridad delante de él.» (Adm 25)

espirituyvidaofm.wordpress.com

martes, 9 de abril de 2019

CAMINAR HACIA LA FRATERNIDAD

Estamos necesitados de generosidad para leer lo que nos va pasando de una manera amparadora. De lo contrario el juicio comienza a funcionar. Y una vida en las afueras con el juicio por compañero tal vez no merezca la pena.

El año 2010 se otorgó el Premio Príncipe de Asturias al sociólogo, filósofo y ensayista polaco de origen judío Zygmunt. Baumann. En su breve discurso dijo: «Es en dicho mundo, en un mundo donde la única certeza es la certeza de la incertidumbre, en el que estamos destinados a intentar, una y otra vez y siempre de forma inconclusa, comprendernos a nosotros mismos y comprender a los demás, destinados a comunicar y de ese modo, a vivir el uno con y para el otro».

El camino hacia la fraternidad es tan largo como el mismo caminar humano. Cansarse de él es como cansarse de ser humano. Una pérdida. De ahí que siempre que se reflexiona sobre este tema haya que concluir reafirmando la fe en el camino de la fraternidad. Nos va en ello el gozo y el sentido de la vida. Y también el del Evangelio.

Fidel Aizpurúa, capuchino

miércoles, 3 de abril de 2019

EL DIOS DE LAS SORPRESAS

Abril es tiempo de celebración, tiempo de Pascua. Las fiestas mas importantes de nuestra fe cristiana cambian cada año de fecha. Para ver cuando la celebramos tenemos que mirar a la luna.

Es muy sencillo. El domingo de Pascua o domingo de Resurrección se celebra siempre el domingo inmediatamente posterior a la primera luna llena después del equinoccio de marzo, es decir, el comienzo de la primavera. Son fechas situadas no antes del 22 de marzo y el 25 de abril como muy tarde. Por eso unos años “cae” pronto la Pascua y otros tarde.

En este mes, este año, los cristianos celebramos la resurrección de Cristo, la fiesta más importante del calendario litúrgico. En los tres primeros siglos del cristianismo fue la única fiesta que se celebraba. El origen de la fecha se debe a que la muerte de Cristo tuvo lugar en torno a la fiesta de la Pascua Judía. Mientras que los judíos celebran y conmemoran su salida de Egipto y el fin de la Esclavitud, los cristianos celebramos la resurrección de Jesús. Un año más recordamos y revivimos los últimos acontecimientos de la vida de Jesús. La Palabra de Dios, los Evangelios, la naturaleza, las tradiciones de nuestra tierra, etc, acompañan nuestra experiencia creyente.

Celebrar la Pascua, como afirma el Papa Francisco, “es volver a creer que Dios irrumpe y no deja de irrumpir en nuestras historias desafiando nuestros «conformantes» y paralizadores determinismos. Celebrar la Pascua es dejar que Jesús venza esa pusilánime actitud que tantas veces nos rodea e intenta sepultar todo tipo de esperanza”.

Resuena en este tiempo de manera especial un anuncio claro: el Señor ha resucitado. Este es el anuncio que sostiene nuestra esperanza y la transforma en gestos concretos de caridad. La Resurrección de Jesús reaviva nuestra esperanza y creatividad para hacer frente a la vida, pues vivimos con la convicción de que no vamos solos.

La tradición cristiana y la experiencia creyente nos recuerda que los anuncios de Dios son siempre sorpresas, porque nuestro Dios es el Dios de las sorpresas. Dios no sabe hacer un anuncio sin sorprendernos. Y la sorpresa es lo que conmueve el corazón. Las sorpresas de Dios a las personas creyentes nos sacuden, nos ponen en camino inmediatamente, sin esperar. Y así la primera reacción de la gente que experimenta esa sorpresa de Dios es la de movilizarse, incluso la de correr. Corren para ver. Así aparece en numerosas páginas del Nuevo Testamento. También hoy cuando sucede algo extraordinario, la gente corre a ver. Las sorpresas, las buenas noticias, se dan siempre así: deprisa. Un año más el Resucitado nos espera en Galilea, nos invita a volver al lugar donde empezó todo, para escuchar dentro de cada uno: No tengas miedo, sígueme.

Benjamín Echeverría, capuchino