martes, 29 de noviembre de 2022

CUATRO LARGAS SEMANAS DE ESPERA

Empezamos cuatro largas semanas de espera. Esperar. ¿Queda alguien que sepa esperar sin desesperar? Vivimos en una sociedad de una inmediatez patológica.

Cuatro largas semanas que llamamos Adviento, del latín adventus: “llegada”. Llegar. Otro verbo al que pedimos datos concretos: día, hora, medio de transporte, estación, terminal, datos climáticos, coordenadas GPS, equipaje… ¡Así no!

Se supone que estamos esperando a alguien que va a llegar, que se toma su tiempo dejando que nos preparemos para que no haya confusiones y, como ya pasó hace mucho, muchísimo, tiempo… “cuando menos lo esperaban, llegó el diluvio y se los llevó a todos”. Nos llegan profetas del consumo, voceros que nos hablan de la magia de este tiempo, frívolos cantamañanas, agoreros inyectando miedos, poderosos asustados de su poder disimulando para que no se les note… y caemos en este circo.

Cuatro largas semanas de Camino, paso a paso, con los pies descalzos sobre un desierto de asfalto y tecnología de la distracción, pero empeñados en estar atentos a tu Palabra.

Palabra que resuena como cada Adviento: “Estad en vela…” poniendo atención silenciosa, mirada contemplativa y expectación sin ansiedad, porque sabemos que lo que esperamos viene sin la premura acaparante del tiempo del mundo.

En estas cuatro largas semanas un suave susurro interior nos espabilará como cada Adviento: “Estad también vosotros preparados porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del Hombre”.

Preparémonos ahondando en el mensaje, que no es una amenaza; es una celebración de Vida, llena de aceptación y de compromiso. Habrá visitas, encuentros, sustos, sueños y alguna que otra sorpresa.

Sólo entenderán los que se preparen desde la sencillez del corazón para recibir lo inexplicable: Dios hecho Niño.

Mari Paz López Santos

domingo, 27 de noviembre de 2022

EL ADVIENTO, SUEÑO DE DIOS EN NUESTRO CAMINAR HUMANO

Puede que los sueños estén desprestigiados. El viejo calificativo de “soñador” no dice bien de una persona. Y, sin embargo, no podemos vivir sin sueños. Es la señal de que uno está vivo. Solamente los muertos carecen de sueños. Es cierto que, con frecuencia, nuestros sueños están escondidos, agazapados. Diríase que no existen. Pero están ahí, debajo de la piel, callados a veces, activos otras. Pero siempre ahí.

Hablamos de sueños, no ensoñaciones. Los sueños son tales cuando se pone algo de nuestra parte para que puedan ser una realidad. Las ensoñaciones, por el contrario, nacen como sueños pero no podemos nada de nuestra parte para conseguirlos. Por eso se esfuman como la niebla; los otros persisten cada vez que damos un paso en la dirección que marcan.

Por experiencia sabemos que, generalmente, nuestros sueños son pequeños, se adaptan a lo cotidiano. Hay quien piensa que, de tan pequeños, son raquíticos. Pero, de cualquier manera, en esos sueños, en esos anhelos se urde nuestra vida. Son su esqueleto. Sin ellos, nuestra vida se derrumbaría como un castillo de arena. Por eso es preciso mirar con aprecio el mundo de nuestros sueños, incluso de los sueños que hace brotar el mundo de la fe.

Y dando un paso más se podría decir que Dios tiene sus sueños. Lo sabemos por Jesús (el gran sueño de la fraternidad, el reino), lo sabemos por los escritos del NT (reconciliar todo: Efesios, Colosenses). Y lo sabemos por el “misterio abrupto” (Rahner) de la encarnación. ¿Qué otra cosa puede querer decir este loco afán de Dios de querer mezclarse con lo nuestro, sino mostrar la evidencia del gran sueño del Dios de Jesús de unirse hasta el fondo a nuestro pobre camino humano?

Podríamos vivir el Adviento como el tiempo en que contemplamos el sueño que Dios acaricia: el de unirse a lo nuestro para que eso, tan humilde, cobre otro brillo y tenga horizonte. Esto nos conectará con todos los sueños de las personas, sobre todo con los de quienes están peor.

Fidel Aizpurúa, capuchino

miércoles, 23 de noviembre de 2022

MORIR EN PAZ

Pocas veces somos capaces de acercarnos al misterio de la muerte. En la mayoría de los casos es ella la que se nos acerca, sobre todo en el fallecimiento de alguien cercano; y al final a cada uno de nosotros. Es uno de los misterios más hondos y reales de toda nuestra vida.

Nadie sabe cómo afrontará este trance; tampoco uno elige la manera de morir, por mucho que nos preparemos. A algunas personas se les da terminar la vida sosegadamente; a otras, en cambio, les toca finalizar su andadura vital en medio del dolor, aunque no sea nada deseable. Ciertamente la medicina nos puede ayudar a morir con mayor dignidad, y es de agradecer.

Pero hay una paz a la hora de la muerte que va más allá del sosiego y de la turbación que podamos sentir en la última etapa de la vida. Es la paz de la persona que confía y sabe que está en buenas manos, que muere en abandono de fe. Y esta paz se vive tanto en medio de un final tranquilo como en medio de la angustia. Francisco de Asís se reconcilió con su muerte, antes de morir, llamándola “hermana muerte”. Así, la misma muerte está incorporada a la relación con Dios, porque ella, la muerte, no tiene la última palabra, sino Dios.

Hay mediaciones que a muchas personas les han ayudado, en diversos trances de la vida, a poder encajar lo amenazante y suavizar lo atroz. Uno de estos medios es la oración, el acto de ponernos en manos de otros que sabemos nos escuchan en nuestra situación última. Siguiendo una tradición muy enraizada en nuestro entorno, decimos desde lo más hondo y como nunca antes: “Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte.”

Carta de Asís, noviembre 2022

Y entonces vio la luz. La luz que entraba
por todas las ventanas de su vida.
Vio que el dolor precipitó la huida
y entendió que la muerte ya no estaba.
Morir solo es morir. Morir se acaba.
Morir es una hoguera fugitiva.
Es cruzar una puerta a la deriva
y encontrar lo que tanto se buscaba.

Acabar de llorar y hacer preguntas;
ver al Amor sin enigmas ni espejos;
descansar de vivir en la ternura;
tener la paz, la luz, la casa juntas
y hallar, dejando los dolores lejos,
la Noche-luz tras tanta noche oscura.


José Luis Martín Descalzo

viernes, 18 de noviembre de 2022

FRATELLI TUTTI EN IMÁGENES DE ANTONIO OTEIZA

NIÑOS MUERTOS: Con respecto a las crisis que llevan a la muerte a millones de niños, reducidos ya a esqueletos humanos -a causa de la pobreza y del hambre-, reina un silencio internacional inaceptable. Ante este panorama, si bien nos cautivan muchos avances, no advertimos un rumbo realmente humano. (FT 29)

martes, 15 de noviembre de 2022

CAMINO A LA FELICIDAD

Todos hemos hecho alguna vez la experiencia de ser felices de manera bonita y sencilla; hemos disfrutado de una hermosa tarde de verano paseando por las calles o sentados en un balcón viendo marcharse el sol hacia la noche; hemos disfrutado de momentos agradables con familiares o amigos que se han grabado para siempre en el recuerdo; hemos saboreado la frescura del viento en la montaña, el suave roce de la brisa en la playa, la dureza de una subida al monte para luego contemplar la belleza del panorama desde arriba; muchos de nosotros hemos sentido la paz interior a manera de un susurro musical que nos hablaba de la presencia misteriosa y real dentro de nosotros…

La felicidad no es cara. La felicidad es un regalo que no hay que tomarlo por hecho. En otras palabras, la felicidad se nos da gratis, pero no es barata. ¿Qué quiero decir con eso? Pues sencillamente que para ser feliz hay que ser coherentes: la llevamos dentro, pero hay que despertarla a base de una vida centrada y no fragmentada. La fragmentación es la norma de nuestra cultura postmoderna. Semejante fragmentación es la que impide que la mayoría de las personas vivan felices y alegres.

Hemos de vivir desde la unidad interior que da coherencia a lo que somos y hacemos. Es entonces cuando valoramos lo sencillo y disfrutamos de todo lo que sucede a nuestro alrededor.

Fernando Negro

viernes, 4 de noviembre de 2022

THE MYSTERY MAN

«The Mystery Man» es el resultado de un estudio de la Sábana Santa de más de 15 años realizado por artistas españoles para representar la imagen hiperrealista del cuerpo de Jesús.

La imagen ha sido creada con base en estudios 3D, introduciendo minuciosamente en ella la información detallada de los distintos estudios publicados sobre el Sudario de Turín a lo largo de su historia. 

Los detalles de la sangre, heridas, fracturas y posición del cuerpo... nos remiten a la entrega generosa de un Jesús plenamente humano que asume la voluntad del Padre hasta las últimas consecuencias.

miércoles, 2 de noviembre de 2022

LOADO SEAS MI SEÑOR POR LA HERMANA MUERTE

Llega noviembre y, aunque parezca un contrasentido, los cementerios se llenan de vida los primeros días con las personas que van a limpiar y adornar las tumbas y nichos donde están los restos mortales de sus seres queridos. Los días de Todos los Santos y de Difuntos nos permiten revivir el agradecimiento por el don de la vida, que es el mayor regalo que hemos recibido, y el regalo que ha sido para cada uno de nosotros las personas a las que hemos querido, nos han dado la vida, han formado parte de ella y ya no están entre nosotros.

Seguimos recordando y queriendo a los que se nos han ido y necesitamos hacer nuestro proceso de duelo o acompañar el duelo de otras personas, pues como expresa la liturgia cristiana, “la vida de los que en ti creemos Señor, no termina, se transforma. Y al deshacerse nuestra morada terrenal adquirimos una mansión eterna en el cielo”. Racionalmente comprendemos que, antes o después, todo ser vivo tiene que morir. Pero hay momentos en los que la muerte se nos hace especialmente difícil de asimilar, sobre todo cuando se produce en determinadas circunstancias.

Vivimos tiempos complicados y en estos años, debido a la pandemia, seguramente que todos, en mayor o menor medida, hemos sentido más cercana la posibilidad de la propia muerte. En estos años la hemos tenido a la vista y al alcance de todos. Creo que todos tenemos algún conocido, vecino, amigo o familiar, que nos ha dejado, dejando, precisamente un hueco que es difícil de llenar.

Pero, como somos también en cierto modo, hijos e hijas espirituales de San Francisco de Asís, os propongo que en este tiempo evoquemos su misma experiencia cuando la muerte se le hizo cercana. “Y por la hermana muerte, loado mi Señor; ningún viviente escapa a su persecución”. Son palabras del Cántico de las Criaturas que compuso Francisco de Asís al final de su vida, tiempo marcado por el dolor y la enfermedad. Aun así, él fue capaz de alabar al Señor por todas las criaturas que el mismo Señor ha creado, sin omitir ni siquiera la alabanza por la “hermana muerte”. Una tendencia bien contraria al tabú de mencionar la muerte, y menos para considerarla hermana. Para los cristianos, en la muerte, en la nuestra y en la de quienes nos han dejado ya, no estamos ante la nada ni ante el vacío total. Estamos ante el encuentro definitivo con Dios. En medio de la muerte hablamos de Resurrección. Momento en el que reencontramos ante Dios toda nuestra historia.

Así, la muerte no es una pared, un muro contra el que choca la vida y se destruye, sino que es una puerta abierta a la plenitud de la vida para la que fuimos creados; es la “hermana muerte” como la llamaba san Francisco de Asís.

Benjamín Echeverría, capuchino