Hay una anécdota simpática en la vida del Papa Francisco que se hizo viral: un psicólogo, Salvo Noé, le regaló un cartel con el lema “Prohibido quejarse” (Vietato lamentarsi) y el Papa lo colocó en la puerta de su habitación de la residencia de santa Marta.
El coro de las lamentaciones es amplio en la sociedad y en la comunidad cristiana. Procede de un negativismo que ve todo negro. Todo va mal, la familia, la política, la juventud, la economía, la moral. Y un lento desgranar de quejas deja un regusto amargo en la boca e impide una vida medianamente disfrutante.
¿Puede uno irse alejando de ese coro? ¿Puede alguien que lo desee zafarse de esos tentáculos que terminan por envolverlo todo? ¿Se puede escapar de esa melodía pegajosa y gris que quita el color a las cosas y a la vida? ¿Puede uno no sucumbir al peso atosigante de la ceniza gris, peor que la del volcán de La Palma, con la que cubren los lamentos los caminos de la vida?
El Adviento, siempre lo decimos, es tiempo de esperanza. Ésta se bloquea con el continuo lamentarse. Por eso, este tiempo puede ser bueno para percatarse de lo invasivos que son los lamentos y de que tenemos posibilidad de abandonarlos. Estos caminos sencillos de espiritualidad, pero bien concretos, pueden ser una ayuda para nosotros este año.
Estrenamos calendario. Hay que poner los relojes en hora. Comenzamos el año litúrgico con el tiempo de Adviento. La Iglesia, a través de los diversos tiempos -Adviento, Navidad, Cuaresma, Pascua y Tiempo Ordinario- quiere concienciarnos a los cristianos para que vivamos e interioricemos el misterio de la salvación, meditando y celebrando sus contenidos más importantes.
No solemos valorar correctamente el tiempo de Adviento; nos parece un tiempo sin identidad, breve, de trámite, de tránsito para la Navidad. Es verdad que es un tiempo intermedio, no definitivo, pero ineludible y decisivo. Es el tiempo de la vida, de la creación entera.
En tiempo litúrgica y existencialmente “fuerte”. Es el tiempo bíblico por excelencia. Un tiempo crístico, por cuanto todo él está orientado a Cristo y por Cristo...; un tiempo crítico, en cuanto que ayuda a desenmascarar impaciencias y utopías, y a purificar y consolidar la esperanza... Y un tiempo eclesial: el tiempo de la Iglesia que celebra su fe “mientras espera la gloriosa venida del Señor Jesucristo”.
Los textos bíblicos de este primer domingo pretenden suscitar en nosotros una reacción para que rompamos con ritmos de vida cansinos y rutinarios y elevemos los ojos a lo alto para descubrir esa figura que viene cargada de ilusión y salvación para la vida.
Este tiempo de Adviento no es, pues, solo, la evocación de Belén, no es un tiempo de añoranzas sino de esperanzas; no es un tiempo retrospectivo, sino la espera de la gran Navidad futura, cuando Dios nazca definitivamente en todo hombre y todo hombre renazca para Dios.
El Señor vino, vendrá y VIENE en cada instante y circunstancia, en cada urgencia del prójimo y en cada gracia. ¡No vivamos distraídos! ¡Y hay muchas formas de distraerse! ¡Y muchas distracciones!
En las horas bajas de la vida, cuando toca sufrir, qué diferente es saber o no saber por qué, para qué, para quién se sufre. En el primer caso tiene sentido este tiempo de dolor; sin embargo, cuando no se ve el origen, el destino o para quién y por quién uno está padeciendo, la angustia oscurece el horizonte porque no se ve el motivo de este padecimiento.
Cuando se está en este segundo caso, ayuda el recuerdo de otras épocas donde se vivieron parecidas experiencias y se salió de ellas. Aquello vivido anteriormente nos hace pensar que también saldremos de esta, aunque ahora no veamos cómo. Todos tenemos recuerdos que refrendan aquella frase según la cual después de la tormenta vuelve a lucir el sol. Pero más de una vez nos toca vivir épocas duras en las cuales todo lo experimentado con anterioridad pierde valor y queda en entredicho la verdad de lo vivido en otras épocas. Surge la pregunta de si no fue todo una ilusión.
El creyente, si está abierto a la presencia de Dios en la historia, echará mano del recuerdo de la vida de otros creyentes, de la salvación de Dios. La Biblia es la recopilación de los recuerdos de estas historias. Este recuerdo me hace salir de “mi experiencia” y me abre a la confianza más allá de lo que siento ahora por lo que estoy viviendo. Es el ejercicio de confianza al que me agarro en medio de la noche. Esta confianza me guarda el corazón del poder tinieblas. Esta confianza se apoya en la fidelidad de Dios, no en mi experiencia.
Y misteriosamente, este recuerdo y esta confianza me transforman y me hacen fuerte en la debilidad. Como dice una pasaje de la Biblia: “El Señor es bueno para los que en Él esperan y lo buscan; es bueno esperar en silencio la salvación del Señor”.
Una de las grandes tentaciones que vivimos actualmente los jóvenes en la Iglesia, y también en otros ambientes, es el avasallador deseo de ser protagonistas. Penosamente, me ha tocado ser testigo de grupos juveniles que quedan heridos y desintegrados porque algunos de sus miembros pelean por el pedestal principal, ese ansiado lugar en donde todos los vean, les obedezcan y les rindan algún tipo de pleitesía. Me parece que esa misma tentación acecha también a las comunidades de religiosas, religiosos y a cualquier grupo humano. Todos estamos expuestos a la tentación de sentirnos indispensables, insustituibles y únicos; y es verdad, cada uno de nosotros es absoluto en sí mismo, imagen del buen Dios y también sujetos de su amor que sobrepasa todas las cosas, pero ninguno de nosotros somos los protagonistas ni de nuestra propia vida.
A muchos jóvenes nos parece que el mundo ha nacido con nosotros y parece que ignoramos que antes de nosotros ha habido muchas personas que han labrado, con su esfuerzo y su sudor, esta bendita tierra que ahora habitamos. La historia no nació con nosotros y el mundo no terminará después de nosotros. ¡Qué liberador resalta ser el darse cuenta de que no somos el centro del mundo y que el universo no gira alrededor nuestro! ¡Qué liberador es percatarse de que las cosas se hacen conmigo, sin mí y, a veces, a pesar de mí! ¡Qué liberador, también, es ser consciente de que soy uno más en la fila de la vida…Uno más y nada más!
El mejor ejemplo siempre lo encontramos en Jesús de Nazaret, que «no ha venido a ser servido, sino a servir» (Mt 20, 28). Ese mismo Jesús, que sabiamente aconsejaba a sus discípulos, también nos aconseja a nosotros «el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor» (Mt 20, 26). No somos más que servidores en la viña del Señor y nuestro aporte, por más valioso y necesario que sea, no es indispensable. El complejo mesiánico hace mucho daño a nuestras comunidades. Si el Señor nos ha regalado un don o un carisma particular, no es para sentirnos especiales, sino para ponerlo al servicio gratuito y desinteresado de los demás.
Cuidemos nuestro corazón de los vanos deseos de ser protagonistas, pues esos deseos nos pierden y nos convierten en los antagónicos de la historia de nuestras comunidades. Cuidemos nuestro corazón de la hambrienta búsqueda de los reflectores y de los aplausos que tan fugazmente se desvanecen y nos dejan en la nada. Contemplemos cómo la fecundidad de una semilla siempre brota en lo profundo y secreto de las entrañas de la tierra, sin aspavientos, sin escándalos y muy lejos de toda ambición de grandeza.
Del deseo de ser aplaudidos y del temor de ser olvidados: ¡líbranos, Señor!
La fiesta de Cristo Rey da culmen al año litúrgico. En unos tiempos en que la Iglesia reivindica la imagen de un Jesús humilde y servidor de los pobres, y ella misma reivindica para sí ese rostro, esta fiesta puede sonar a imperialismo triunfalista o a temporalismo trasnochado. Es el riesgo del lenguaje; por eso hay que ir más allá, superando las resonancias espontáneas e inmediatas de ciertas expresiones, para captar la originalidad de cada caso.
La afirmación del señorío de Cristo se encuentra abundantemente testimoniada en el NT.: El es Rey (Jn 18,37); es el primogénito de la creación: todo fue creado por él y para él (Col 1,15-16); es digno de recibir el honor, el poder y la gloria (Ap 5,12); “el príncipe de los reyes de la tierra (Ap 1,5)...
Pero no es este el único tipo de afirmaciones; existen otras, también de Cristo Rey: “Vosotros me llamáis el Maestro y el Señor, y decís bien, porque lo soy; pues si yo os he lavado los pies… (Jn 13,13), porque el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por muchos” (Mc 10, 45), reconciliando consigo todos los seres, haciendo la paz por la sangre de su cruz (Col 1,20).
Hablar de Cristo Rey exige ahondar en el designio salvador de Dios, abandonando esquemas que no sirven. El que nace en un establo y es acunado en un pesebre, al margen de la oficialidad política, social y religiosa; el que trabaja con sus manos; el que recorre a pie los caminos infectados por la miseria y el dolor; el que no tiene dónde reclinar la cabeza; el que no sabe si va a comer mañana; el que acaba proscrito en una cruz…, ese tiene poco que ver con los reyes al uso, los de ayer y los de hoy.
Sí, Cristo es rey. El habló ciertamente de un reino; más aún este fue el tema central de su vida, y vivió consagrado a la instauración de ese Reino; pero nunca aceptó que le nombraran rey (Jn 6,15). Sólo en la Cruz…
Celebrar la fiesta de Cristo Rey supone para nosotros una oración intensa y responsable para que “Venga a nosotros tu Reino”; habilitando el corazón para que eche ahí sus raíces. Pues a Cristo no hay ponerle muy alto sino muy dentro. El reino de Dios empieza en la intimidad del hombre, donde brotan los deseos, las inquietudes y los proyectos; donde se alimentan los afectos y los odios, la generosidad y la cobardía… Y desde un corazón así, pedirle como el buen ladrón desde la cruz: “Señor, acuérdate de mí (de nosotros) cuando llegues a tu Reino” (Lc 23,42).
Un reino por el que hemos de trabajar ahora. Un reino con unas características bien definidas. Como se dice en el prefacio de la misa de esta fiesta, el reino de Cristo es el reino de la verdad y la vida, de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, del amor y la paz.
O sea, la lucha contra todo tipo de mentira (personal o institucional), contra todo atentado a la vida (antes y después del nacimiento), contra todo tipo de pecado (individual o estructural), contra cualquier injusticia, contra la manipulación de la paz y contra la locura suicida y fratricida del odio. ¡No es de este mundo…, pero es para este mundo!
Un reino que necesita militantes que sitúen a Cristo en el vértice y la base de la existencia; abriéndole de par en par las puertas de la vida, porque él no viene a hipotecarla sino a darla posibilidades. “Abrid las puertas a Cristo. Abridle todos los espacios de la vida. No tengáis miedo. El no viene a incautarse de nada, sino a dar posibilidades a la existencia, viene a llenar del sentido de Dios, de la esperanza que no defrauda, del amor que vivifica” (Juan Pablo II).
REFLEXIÓN PERSONAL
¿Qué resonancias trae a mi vida la fiesta de Cristo Rey?
Por Ángel Tobías y Gennet Corcuera. Impresionante video, introducido por
nuestros miedos y con el testimonio de ésta sordomuda ciega de
nacimiento. A través de una voz en off que representa su yo interior, y
del proceso de escritura en su ordenador, Gennet cuenta su propia
historia y nos permite entrar en su mundo para entender cómo vive su
soledad, la amistad, el amor, y el recuerdo de una vida de silencio y
oscuridad que, sin embargo, ha conseguido transformar en algo luminoso y
positivo.
El 16 de noviembre se celebra el Día Internacional para la Tolerancia, una efeméride instaurada por la ONU en 1995, para conmemorar la Declaración de Principios sobre la Tolerancia.
En este documento se dice que, la tolerancia no es indulgencia o indiferencia, sino el respeto a las creencias, cultura y opiniones de los otros, así como también es un Derecho Humano, por lo cual es inalienable y lo que demuestra es que las personas son naturalmente diversas y solo en el marco de la tolerancia podrán convivir.
¿Por qué celebrar un día para la tolerancia?
El mundo actualmente se encuentra en conflicto. Palabras como xenofobia, discriminación, homofobia, aparecen en los titulares de los periódicos a diario.
La humanidad parece haberse vuelto más intolerante, rechazando al que es diferente, sin darse cuenta de que cada individuo en el mundo, es por definición, diferente.
Hermanos de una misma familia pueden desarrollar cualidades muy distintas los unos de los otros. Los hobbies que practica una persona no son los que gustan o practican la gran mayoría.
Nuestros cuerpos tienen unas características que los pueden volver especialmente hábiles para alguna actividad y torpes para otras. Es más, cada ser humano aprende de forma diferente, porque su proceso cognitivo es muy distinto al otro.
Ser diferente no es malo, lo que es realmente malo, son los prejuicios que se crean alrededor de aquellas personas que realizan acciones que no conocemos o entendemos. Bien sea por creencias religiosas, culturales o de género.
El Día Internacional para la Tolerancia, es una fecha que busca desembarazarnos de esos prejuicios e intentar entender al otro.
¿Cómo celebrar el Día Internacional para la Tolerancia?
En principio, lo mejor es que a partir de ese día seas más tolerante con aquellos que se encuentran a tu alrededor. También puedes asistir a un evento donde se celebre el acto de ser tolerantes con otras culturas y conocerlas.
Por último, comparte mensajes de tolerancia por medio de las redes sociales, destruyendo conceptos como discriminación, bullying, xenofobia, homofobia y demás palabras que no deberían existir en el idioma, porque no tendrían razón de ser en el mundo. Aprovecha el hashtag #DíaInternacionalparalaTolerancia, para etiquetar todo lo que subas a Internet.
NACIONALISMOS: "Pero la historia da muestras de estar volviendo atrás. Se encienden conflictos anacrónicos que se consideraban superados, resurgen nacionalismos cerrados, exasperados, resentidos y agresivos. En varios países una idea de la unidad del pueblo y de la nación, penetrada por diversas ideologías, crea nuevas formas de egoísmo y de pérdida del sentido social enmascaradas bajo una supuesta defensa de los intereses nacionales". (FT 11)
No podemos decir que la entrega sea un valor en alza. Se ven más los contra (dominio, utilización, sumisión) que los pros. Las entregas tienen un valor en sí mismas, no se pierden y no dependen del aplauso, del premio o del pago. Pertenecen al lenguaje del amor.
En la teología del AT la cosa es muy fuerte: la entrega se da cuando Dios se vuelve de espaldas y deja desconcertado al creyente quien, por su alejamiento de la alianza, ya no puede ver su rostro de Dios (Sal 29) Este es su mayor sufrimiento.
Jesús se define a sí mismo como un “entregado” (Mc 9,31) algo que desconcierta mucho a los discípulos que esperan prebendas de un Mesías poderoso. Pero él es un entregado con todo el peso teológico de la expresión.
En Jn 13,21ss se desvela la realidad de quien le va a entregar (Judas) dándole un trozo de pan untado. Quizá pueda significar que aunque Judas le entrega, Jesús sigue amándole (el pan untado como gesto de cariño).
En Lc 22,48 se dice que Judas entrega a Jesús con un beso, una manera insólita de señalar. Quizá tras ella esté la realidad de una entrega sin premio que tiene dentro, al límite, el componente del amor. El amor que envuelve la entrega.
Texto: Jn 15,12-13: «Este es el mandamiento mío: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande por los amigos que uno que entrega la vida por ellos».
El amor de Jesús es asimétrico: ama aunque no se le ame, devuelve amor aunque no reciba amor, sigue amando por encima de todo desamor. Es el mandamiento (resume todos los mandamientos) que ha de distinguir al cristiano (Jn 13,34-35).
El amor por los amigos es el “más grande” (más, incluso, que el amor a Dios). Esa es la manera con que Dios quiere que se le ame: amando a quien se dice amar, e incluso amando a quien no te ama (Jn 15,13-14).
Ese amor se concreta en la entrega de la vida que puede ser entrega de una tacada, raras veces, o en la entrega cotidiana, poco a poco. Medir la adhesión a Jesús por la entrega, no tanto por mantener y suscribir una ideología.
Aplicación: Otra mirada al mundo de los “entregados”. Además de inspirada, la Palabra es inspiradora: puede arrojar luz sobre situaciones de la vida que se hallan envueltas en tinieblas personales o sociales. En ese sentido, la Palabra es terapéutica, capaz de curar y aliviar.
La comprensión de Jesús como un “entregado” puede echar luz sobre los entregados a su pesar, sobre los dejados del lado por los sistemas, sobre los “descartados” de antemano y por ello entregados desde el nacimiento. Son los 14 millones de personas que malviven campos de refugiados, los varados en Centroeuropa por el cierre de fronteras, los separados por muros y situados en tierra de nadie, los apátridas, los sin papeles y sin posibilidad de tenerlos algún día. Una legión de entregados sociales que no es que sean pobres sino, algo peor, que no cuentan en absoluto para el devenir del mundo. Son los que andan caminos de exilio que no llevan a ninguna parte, errantes que solamente llevan consigo “la cosa más importante” que, a veces, es una nadería, una olla, una red de pesca, un muñeco las niñas.
¿Cómo valorar de otro modo la entrega de quienes son entregados? Sigue siendo imprescindible, aunque no suficiente, la conmoción, el impacto, y con ella la capacidad de indignación, sentir la blasfemia contra lo humano. Algo que se rompa por dentro y nos rompa por dentro. Pero no es suficiente con conmoverse: es preciso también moverse, quebrar la inercia social que nos tiene paralizados, creer en la decisividad de los pequeños signos, mirar hacia delante y a los lados y unirse a quienes han logrado esbozar algún tipo de respuesta. Y luego, habrá que intentar moverse organizadamente para presionar con más eficacia a los gobiernos sistémicos y su criminal política de exclusión y para poder ser más eficaces en la ayuda coordinada que en la ayuda desconectada. Todo un proceso, todo un itinerario de reencuentro.
Esta espiritualidad podría llevarnos al logro de modificar el imaginario social y descubrir en el duro mundo de los entregados el brillo oscuro de uno valores primordiales. La revalorización de la persona por el extraño lenguaje de su desprecio: cada mirada, cada paso, cada muerte, son un grito que subraya el enorme valor de lo que se menosprecia. Por eso, los entregados son el lenguaje más profundo del valor de lo humano, por más que el sistema haga oídos sordos o, incluso, quiera sofocar esa voz.
Además, son los descartados los adalides de la utopía de la justicia. En la enorme injusticia que sufren se vierte el anhelo inagotable de la justicia que se debe a los excluidos. Eso, por supuesto, no justifica su condición de entregados. Pero sin su grito, la débil voz de la justicia se extinguiría y no nos daríamos cuenta. Queda cuestionado desde ahí el sistema profundamente injusto en el que mundo occidental, cristiano, ha asentado su sociedad. Lo cuestiona y lo desmiente por mucho que se apele a raíces culturales cristianas.
Así mismo, en las ruinas de su enorme desgracia, brota, con frecuencia, la hermosa planta de la fraternidad. Dicen, en el lenguaje de los entregados, que no hay fuerza capaz de agostar tal planta, que siempre brotará imparable la tendencia de un corazón hacia otro corazón. Esa es la gran denuncia, por vía de humanidad, que hacen a un mundo encastillado en posiciones de vida, de economía y de política que no está dispuesto al compartir humano.
Creo que a muchos nos han tocado situaciones en las que nos sentimos injustamente tratados, en las que sufrimos mucho o sentimos el dolor de familiares, amigos o personas cercanas. Son momentos muy difíciles, llenos de angustia e indignación, en los que nos parece que ya no podemos más, y creemos que hemos “tocado fondo”. Parece que ya no hay consuelo posible y no nos quedan razones o perspectivas de futuro que alienten nuestra esperanza. Creemos que ya no hay otra solución que resignarse en el sufrimiento, sin un atisbo de aliento o descanso.
En una situación así me encontraba hace unos meses y me vino una palabra de Jesús: “Venid a mí, los que andáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy tolerante y humilde de corazón, y os sentiréis aliviados” (Mt 11, 28-29). Parecía que había un espacio en donde, a pesar de todo lo que estaba viviendo, era posible y real el descanso. Era factible el consuelo más allá de mis fuerzas o incluso de mi voluntad, más allá de mis éxitos o fracasos. Era como si se me dijera que había un fundamento en donde sostenerme aunque todo pareciera que se derrumbaba, que había un sostén aunque no entendiera nada de lo que estaba ocurriendo. Un apoyo que no dependía de que las cosas me fueran bien o mal. En un lugar, en la intimidad más íntima, emergía una posibilidad de serenarse sucediera lo que sucediera.
Y entonces me vino a la mente la escultura del capuchino Antonio Oteiza en la que el resucitado se apoya en la cruz para ascender. Como si necesitara de todo el fracaso, el dolor, la incomprensión que sufrió en la cruz para resurgir. Todo ese sinsentido parecía volverse posibilidad de Vida. El sufrimiento y el absurdo eran un camino hacia la luz. Con lo que digo, no quiero dar una explicación para el dolor, ni acallar el aguijón de la injusticia, pero sí bucear en el corazón para despejar ese espacio de descanso y encontrarme con el que puedo soltar la amargura sabiéndome seguro. Encontrarme con el que puedo reposar, simplemente acercándome a Él. “Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo: tú vas conmigo” (Salmo 23).
El evangelio de este domingo presenta dos escenas diametralmente opuestas: la de la ostentación de los escribas y fariseos, y la de la ofrenda humilde y silenciosa de la pobre viuda. La de la extorsión en nombre de la religión, y la de la humildad y sinceridad de corazón. A la primera, Jesús la denuncia severamente; a la segunda la eleva a la categoría de la ejemplaridad. Vamos a detenernos en la segunda escena.
En el templo de Jerusalén había una gran arca donde la gente depositaba sus ofrendas. Y Jesús, un día, tuvo la feliz ocurrencia de sentarse frente a él. ¡Buen puesto para observar no tanto el bolsillo cuanto el corazón! “Pues donde está tu tesoro, allí estará tu corazón” (Mt 6,21). Y “muchos ricos echaban mucho; se acercó una pobre viuda y echó dos monedillas, es decir, un cuadrante. Llamando a los discípulos les dijo: En verdad os digo que esta pobre viuda ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de los que les sobra, pero esta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir”.
Las conclusiones a extraer pueden ser variadas. Sugiero una: Jesús no criticó a los que dieron mucho por lo que dieron, sino porque no se dieron; ni alabó a la viuda por lo poco que dio, sino porque se dio. Jesús advirtió, sencilla y claramente, de la insuficiencia de las donaciones superfluas.
La primera lectura, por su parte, abunda en la misma idea, destacando cómo la ofrenda de la viuda a favor de Elías no la empobreció a ella ni a su familia, sino que les enriqueció: “Ni la orza de harina se vació, ni alcuza de aceite se agotó”. Y es que, como dice un proverbio chino: “El que espera a tener lo superfluo para darlo a los otros, nunca les dará nada”. Cuando no se es desprendido y generoso, resulta imposible distinguir entre lo necesario y lo superfluo, porque todo nos parece necesario…, incluso lo de los otros.
Pero hay algo más; junto a esta lección práctica, la segunda lectura, tomada de la Carta a los Hebreos, nos hace una revelación: nuestra salvación, no se ha producido con “excedentes”, con sobras, con superfluidades, sino con la entrega más radical de Dios, la de su Hijo, convertido en mediador e intercesor ante el Padre.
Cristo es la ofrenda de Dios en favor nuestro; una ofrenda nada extrínseca ni superflua, sino íntima, en la que Dios entregó a su Hijo y se entregó en su Hijo, quien “se ha manifestado al final de los tiempos para destruir el pecado con el sacrificio de sí mismo…, y para ponerse ante Dios, intercediendo por nosotros”. Nada extraño que san Pablo nos invite a presentarnos “como sacrificio agradable a Dios, porque este es vuestro culto espiritual” (Rom 12,1).
Hoy se pretende, pretendemos, arreglar los problemas y carencias del mundo distribuyendo “excedentes”… Olvidando que el pan que realmente sacia el hambre no es el que se reparte sino el que se comparte. Mientras solo demos de lo que nos sobra, aunque sea mucho, los problemas no se arreglarán. Una construcción levantada con materiales de derribo, de desecho, no será más que una mala chabola.
Aprendamos de la generosidad de Dios a ser generosos; apropiémonos los sentimientos de Jesús que se entregó y se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (2 Cor 8,9). Y aprendamos, también, de estas dos viudas pobres, la de Sarepta y la de Jerusalén, no escribieron libros ni predicaron, pero con su gesto silencioso y humilde nos dan una lección con la que entrarían en vías de solución tantos problemas que los más sesudos economistas parecen no saber solucionar, porque la cuestión no está en dar sino en darse; el problema no es solo de cartera sino de corazón.
El mundo gasta la asombrosa cifra de 423.000 millones de dólares de los
Estados Unidos por año en subsidios a los combustibles fósiles para los
consumidores: petróleo, electricidad generada por la quema de otros
combustibles fósiles, gas y carbón. Esta cantidad es cuatro veces superior a
la que se necesita para ayudar a los países pobres a hacer frente a la crisis
climática, uno de los puntos a tratar en la conferencia mundial sobre el clima
(COP26) que se celebrará la semana que viene, según una nueva investigación
del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) publicada hoy.
La cantidad que se gasta directamente en estos subsidios podría sufragar las
vacunas contra la COVID-19 de todas las personas del planeta o financiar tres
veces la cantidad anual necesaria para erradicar la pobreza extrema en el
mundo. Si se tienen en cuenta los costos indirectos, incluidos los costos para
el medio ambiente, la cifra se eleva a casi 6 billones de dólares, según datos
publicados recientemente por el Fondo Monetario Internacional (FMI).
En cambio, el análisis del PNUD destaca que estos fondos, aportados por los
contribuyentes, acaban profundizando la desigualdad e impidiendo la acción
para combatir el cambio climático.
"La pandemia de COVID-19 ha dejado al descubierto aspectos obsoletos de la
economía mundial. Entre ellos, el hecho de que el mundo siga gastando miles de
millones de dólares en subsidios a los combustibles fósiles, mientras cientos
de millones de personas viven en la pobreza y la crisis climática se acelera.
Ante este contexto, debemos preguntarnos si subsidiar los combustibles fósiles
es un uso racional del dinero público", dijo el Administrador del PNUD, Achim
Steiner.
Para destacar los efectos enormemente negativos que tienen los subsidios a los
combustibles fósiles en las personas y el planeta, el PNUD ha producido un
interesante cortometraje como parte de una nueva campaña en la que uno de los
animales extintos más conocidos del mundo, una dinosaurio, pronuncia un
discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas en el que insta a los
líderes mundiales a eliminar los subsidios a los combustibles fósiles y a no
elegir la extinción.
La campaña "No elijas la extinción" cuenta con una plataforma de inteligencia
colectiva, Global Mindpool, para ayudar a abordar los problemas más
importantes de nuestro tiempo. Vinculando ideas de todo el mundo (sobre la
emergencia climática, la crisis de la naturaleza y la desigualdad) Global
Mindpool apoyará al PNUD a fin de informar y preparar mejor a los responsables
de las políticas en los Gobiernos, la sociedad civil y el sector privado.
Hay días que los tenemos bien marcados en el calendario personal y laboral.
Los primeros días de noviembre lo están. El uno, día de Todos los Santos y el
día dos, día de todos los Fieles Difuntos. La tradición cristiana nos lleva a
tener muy presentes a los santos desconocidos y también a rezar por los vivos
y difuntos. Así lo aprendimos hace muchos años como una de las obras de
misericordia espirituales.
Estos años de pandemia se nos han vuelto especialmente complicados pues hemos
tenido que decir adiós, de manera inesperada, a muchas personas cercanas. Hace
tiempo leía un escrito en el que su autor decía que “ante la muerte podemos
hacer dos cosas: rezar y llorar”. Es lo que hacemos como creyentes ante el
zarpazo de la hermana muerte. Nuestras lágrimas muestran la desesperación, la
rebeldía, la pena, la compasión, el cariño… Dicen que llorar nos purifica, nos
limpia por dentro, nos ayuda a mirar con transparencia la realidad. Pero esa
mirada a la realidad no es fácil. El dolor y el sufrimiento están presentes en
la vida de una persona de distintas maneras. Cada uno tenemos el nuestro y lo
afrontamos como podemos. Es bueno hablar sobre la pérdida y dejar que salgan
nuestros sentimientos. Dolor y sufrimiento nos ayudan a descubrir nuestras
necesidades más hondas, nuestros deseos y carencias. Forman parte de la otra
cara del amor.
Podemos hacer de estos días cortos de luz, en los que la naturaleza se va
transformando para pasar el invierno, un tiempo de agradecimiento. No sólo es
cuestión de recordar los últimos momentos de la vida de una persona cercana,
sino de ser consientes de lo que nos han aportado en nuestra vida todos esos
familiares, amigos, conocidos que echamos en falta. Podemos pensar en qué les
gustaría que recordáramos, que es lo que les caracterizó, qué es lo que movió
su vida… Dicen también que la memoria está muy vinculada al agradecimiento. El
agradecimiento es la respuesta ante lo bueno que nos ha sucedido gracias a
otras personas. Agradecer nos hace más humanos y aumenta nuestra confianza.
El Papa Francisco nos dice en su Exhortación sobre la Santidad en el mundo
actual, que “En la Carta a los Hebreos se mencionan distintos testimonios que
nos animan a que corramos, con constancia, en la carrera que nos toca (12,1)…
y sobre todo se nos invita a reconocer que tenemos una nube tan ingente de
testigos que nos alientan a no detenernos en el camino, nos estimulan a seguir
caminando hacia la meta. Y entre ellos puede estar nuestra propia madre, una
abuela u otras personas cercanas. Quizás su vida no fue siempre perfecta, pero
aun en medio de imperfecciones y caídas siguieron adelante y agradaron al
Señor“(GE 3).
Estos días pueden ser días de agradecimiento en los que sentir su presencia.
«Cuando era niño, o simplemente adolescente, nunca me dormía por la noche sin pensar: Un día, hay que morirse.
Durante mucho tiempo me pregunté, imagino que como todo el mundo, de qué manera moriría.
Empezaba haciendo la lista de las enfermedades que no tenía, era lo más fácil. Y rápidamente la cosa se me empezó a escapar de las manos. Como pueden imaginarse, abandoné rápidamente mi enumeración. La verdad, había otras cosas que vivir.
Y luego, un día, vi muertos. Y me hicieron comprender que la muerte es un reto para la imaginación.
Muertos, como ustedes y como yo, los he visto de todos los colores.
Todos esos muertos me han enseñado una cosa paradójica, una cosa insoportable, y sin embargo irremediable: es que es menos doloroso pensar en la propia muerte que amar. Porque si viven nuestros cuerpos, es gracias al cuerpo del otro, del ser querido.
Amar es ser impotente contra el tiempo, y ser consciente de ello.
Amar es saber que el amor no tendrá más que un tiempo, el tiempo que dure la vida quizás, pero nada más que ese.
Amar es saber que si uno no muere el primero, verá morir al otro.
Que uno verá morir la vida y el amor en el otro, incluso antes de que el otro se muera. Y que al ver morir al otro, uno se morirá vivo.
¿Qué será de mi cuerpo cuando el otro ya no esté? ¿Qué será de mi vida? ¿Qué será de tu cuerpo cuando yo haya desaparecido?
No lo sé, eso mis pacientes no me lo han enseñado.
Me han enseñado que existen todas las razones del mundo para tenerle miedo a la vida, ninguna para tenerle miedo a la muerte».
Martin Winckler (Las confesiones del doctor Sachs)