miércoles, 29 de marzo de 2017

LA MINORIDAD

La minoridad es una palabra del ámbito franciscano. (No vayáis a buscarla al diccionario, porque la única acepción que aparece es la de menor de edad). Una palabra que la usamos mucho pero que eso no indica que la practiquemos mucho. Entre nosotros significa ser los últimos, los sin-derechos y sin privilegios. Francisco quería que sus hermanos y hermanas fueran personas que se ponen al servicio de los demás, que saben ser madres, porque una madre sirve y ama a sus hijos olvidándose de sí. Francisco no quería que ninguno de sus hermanos se sintiera o se situara por encima de nadie. Quería que fueran los menores. Hoy podríamos decir “los ninguneados”.

Para él, la minoridad es ocupar el lugar que el mismo Jesús ha ocupado al estar entre nosotros. Francisco se maravillaba de la pobreza, de la humildad, de la pequeñez de Jesús, de su servicialidad, de su no-violencia. Ser menor, vivir la minoridad es ponerse en el lugar de Dios, ponerse al lado de Jesús. Y desde ese lugar la minoridad es mirar a las personas desde el lugar que Dios nos mira y mira a los otros. Y desde ese lugar poder decir con el mismo Jesús “Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has mostrado estas cosas a los sencillos y se las has ocultado a los sabios y entendidos.”

La minoridad es ocupar el lugar que nos corresponde. Es saber que Dios es el centro y no nosotros. Que no nos corresponde a nosotros recibir honores ni ser bien mirados, sino saber hacerse a un lado para dar paso a Dios. Tampoco nos corresponde recibir la paga por nuestros trabajos, sino ocuparnos en hacerlo todo lo mejor posible sabiendo que somos “siervos inútiles”. Lo que nos corresponde es confiar plenamente en Dios. Y desde esa confianza descansar nuestra tarea en Él.

Carta de Asís, marzo 2017

miércoles, 22 de marzo de 2017

EL OJO DEL LEÑADOR

Un leñador no lograba encontrar su hacha preferida. Había revuelto toda la casa, registrando todos los rincones. No había nada que hacer. El hacha había desaparecido.
   Empezó a pensar que alguien se la había robado. Preso de estos pensamientos, se asomó a la ventana. Precisamente en aquel momento estaba pasando por delante el hijo de su vecino.
   -¡Tiene toda la pinta de haber robado un hacha! -pensó el leñador-. ¡Tiene los ojos de ladrón de hachas...! ¡E, incluso, el andar de un ladrón de hachas! El leñador iba alimentando todos estos pensamientos día y noche.
   Pocos días más tarde el leñador encontró su hacha debajo de un banco donde él la había dejado un día a la vuelta del trabajo. Feliz por haberla encontrado se asomó a la ventana.
   Justo en aquel momento pasaba el hijo de su vecino.
   -No tiene pinta de ladrón de hachas -pensó el leñador-. Al contrario tiene ojos de buen chico. ¡Incluso su andar es de una buena persona!

ORACIÓN
Que mi mirada sea mirada clara. Que mi sonrisa sea sonrisa ancha.
Que mis palabras sean valientes, que no oculten la verdad.
Que sean la voz de aquellos que ya no pueden alzarla.
Que mis manos sean, manos entrelazadas,
manos con otras tendidas, abiertas, no solitarias.
Manos unidas y fuertes que hoy construyen el mañana.
Que mi caminar busque abrir junto a otras huellas, esperanza.
Que mi vida sea luz para los demás.


miércoles, 15 de marzo de 2017

¿LAS BÚSQUEDAS DE FELICIDAD Y SENTIDO SE OPONEN?

El otro día me despedía de un fraile diciendo: "¡cuídate!". El me respondió inmediatamente: "¡Cómo qué cuídate! ¡Deséame algo mejor! Estamos todo el día mirándonos al ombligo y necesitamos algo más que cuidarnos".

Esta idea tiene mucho que ver con cómo me aplico personalmente un versículo de la eucaristía de hace unos domingos: "Nadie puede servir a dos señores al mismo tiempo" (Mt 6, 24). Pensando en los señores a los que yo muchas veces sirvo, me daba cuenta que, en el fondo, sigo centrando mi vida en mí mismo, en dar respuesta a mis deseos, inquietudes, necesidades, etc., aunque sean religiosas algunas de ellas. Según el Evangelio eso quiere decir que no sirvo a Dios, es decir que me estoy perdiendo 'el cogollo' de la Vida.

Creo que el sentir cultural dominante que dice que hay que ser felices, que hay que auto-realizarse, nos confunde. Porque identificamos la felicidad con la satisfacción propia, con una vida autorreferenciada, con estar pensando en qué es lo mejor para mí en este momento, e ir tras ello.

¿Pero hay alguna alternativa? ¿Qué más puedo pedir que ser feliz? ¿Eso significa que tengo que buscar ser infeliz? La clave puede estar en descubrir cuál es la razón por la que estoy en el mundo. Como decía el protagonista de la película 'La invención de Hugo': “Por eso pensé que si el mundo entero era una gran máquina [en la que cada pieza tiene una función], yo no podía sobrar, tenía que estar aquí por alguna razón y eso significa que tú también estás aquí por alguna razón”. Es decir, descubrir el sentido de la propia existencia. No el sentido de la vida en general, sino el sentido de mi vida, mi lugar en el mundo.

Lo que tiene más delito es que yo sí he encontrado lo que llena mi existencia. Me doy cuenta que la vida se me ilumina y todo mi interior se inunda de sentido, cuando ayudo a alguien a que se sienta mejor, cuando puedo acompañar el dolor de una persona, cuando soy instrumento para que alguien viva más intensamente. Entonces me siento parte de un todo, como un engranaje que funciona y encaja con el resto de piezas del mundo.

Creo que si busco lo que da sentido a mi vida seré feliz. Pero si busco la felicidad, probablemente esté continuamente buscándome a mí mismo y no sea dichoso, sino un mendigo frustrado de cariño, satisfacción y reconocimiento. Esta paradoja está muy bien expresada en el Evangelio: "el que quiera salvar su vida la perderá, pero el que entregue su vida por causa de mí, ese la salvará" (Lc 9, 25).
Javi Morala, capuchino

miércoles, 8 de marzo de 2017

LA CONVERSIÓN ENTENDIDA COMO RELACIÓN CORDIAL

La tradición religiosa ha entendido, casi siempre, la conversión como la corrección de caminos desviados, moral o espiritualmente, que es preciso reorientar, convertir. Pero podría entenderse también como realidades en las que, durante el tiempo de Cuaresma, se haga un trabajo especial por lograr, por conseguir. Convertirse no sería, entonces, volver de los caminos errados, sino animarse a andar los todavía no hollados. Este es el enfoque quisiéramos dar a la reflexión cuaresmal de este año porque pensamos que puede ser más fructífera que la habitual llamada a la conversión que, con frecuencia, termina en nada.

Convertirse a la relación cordial presupone admitir que, en parte, nuestra relación no lo es, que nuestras maneras de convivir con tienen unas dosis altas de aspereza que conviene rebajar, que nuestros camino son, con alguna frecuencia, altaneros e individualistas, autorreferenciales diría el Papa Francisco. Esos modos antropológicos podrían mejorar muchísimo si nos animáramos a construir en nosotros la razón cordial y sus comportamientos.

Efectivamente, muchos de nosotros tenemos todo lo básico para vivir bien: comida, casa, vestido, amparo, compañía, etc. Y, sin embargo, nuestra vida es una cierta hosquedad, cuando no de una evidente amargura. ¿Qué nos pasa? ¿Por qué, pudiendo, no llegamos a vivir bien? Tal vez un antídoto contra esta situación, en la medida en que se dé, sea la cordialidad, poner parte del énfasis vital en andar los caminos del corazón del otro e, incluso, los caminos del propio corazón, en desvelar un poco más la vida secreta del corazón, del mundo de los sentimientos, de eso que se llama la razón cordial..

El Papa Francisco dice en la Evangelii Gaudium que la única manera de trasmitir hoy la fe es si se logra tener una experiencia personal de Jesús y si se transmite tal experiencia con alegría. Creemos que ese es el rostro de la Pascua. Y para lograrlo mejor se podría pensar en hacer este año un itinerario cuaresmal de mejora en la relación cordial. Las puertas de la Pascua se abrirían con más facilidad a nuestra experiencia creyente. Ojalá.

Fidel Aizpurúa