jueves, 30 de abril de 2015

LA POBREZA

La pobreza es un estado de falta de recursos de cualquier orden para poder vivir y llevar una vida dignamente humana. Nadie queremos ser pobre. Sin embargo, puede que por opciones ideológicas, políticas, morales, etc. vivamos una cierta pobreza y austeridad como un mérito frente a los que no lo son. De hecho, en muchos ambientes, nadie quiere alardear de riqueza sino que lo adecuado es llevar una vida sencilla y sin ostentación. Es más, recordar una época anterior de carestía nos da cierto brillo ante los demás: “Ya sé, ya, lo que es sufrir la pobreza”. Pero en el fondo, de un modo u otro, se utiliza la pobreza para adquirir un cierto grado de virtud. Hay una cierta asociación de pobre y bueno; y rico y malo.
   Sin embargo, la pobreza en Francisco va unida a la humildad; no es un juicio a los ricos por ser ricos, sino una identificación con Jesús que vivió la pobreza de dejar de ser como Dios y vivir la miseria de la vida humana, llena de limitaciones y contradicciones. La pobreza es un desprendimiento de la riqueza, de la posesión, y entrar en el reconocimiento de la necesidad de Dios. Pero esta necesidad de Dios no es sólo interior; la pobreza tiene consecuencias económicas, sociales, relacionales… La pobreza de Francisco es reflejo de la pobreza que vive ante Dios y ante los demás; siempre irá ligada a la humildad de corazón. Así, la pobreza no es arma arrojadiza contra nadie ni una virtud a imitar, sino un momento de la dinámica de la humildad. La pobreza es la cristalización de la apertura a la riqueza de Dios.
   La pobreza es una de las características que más ha estado ligada a Francisco: Francisco pobre y humilde. Pero el referente para Francisco de esta pobreza humilde es Jesucristo, y su programa del Reino: “Bienaventurados los pobres porque de ellos es el Reino de los cielos”. La pobreza de Francisco siempre ha resultado una provocación para todos los que de un modo y otro le tenemos como referente.

Carta de Asís, abril 2015


martes, 28 de abril de 2015

EL SUEÑO DE FRANCISCO Y CLARA DE ASÍS

Mirando a Francisco y Clara de Asís vamos entendiendo que el verdadero núcleo de su espiritualidad no es ni la pobreza, ni la contemplación, ni la alegría, etc., con ser estos valores centrales de su carisma. Es en el anhelo de la fraternidad universal donde se halla la cota más alta de su mensaje. La certeza, verdadera fe, en que las personas podrían ser hermanas entre sí e incluso con la creación es lo que ha alimentado el sueño más íntimo de la vida evangélica de los hermanos primeros. Así lo han experimentado muchas personas sacudidas fuertemente por la duda de la imposibilidad de ese logro. "Este hombre luminoso, escribe el franciscano E. Leclerc que convivió con la muerte en largos años de prisión en los campos de concentración nazis, puso en mi corazón el sol y, junto con el sol, toda la creación. Yo me he vuelto hacia él y le he preguntado por el secreto de la verdadera fraternidad humana". Quizá ese secreto no sea otro sino aquel que cree en la enorme verdad del valor innegociable de toda persona dotada de dignidad por el amor del Padre.
   Desde ahí quizá sea posible mantener vivo el sueño increíble, y más increíble cuanto más se sufre, de una sociedad sin violencia y sin sufrimiento, sin llanto ni dolor, como dice y sueña Ap 21,4. Francisco y Clara de Asís nos empujan hoy en esa dirección. Y si queremos ir construyendo una acción solidaria de nuevo cuño, quizá haya que adentrarse más en la senda de la inagotable fraternidad que los santos de Asís anduvieron con una decisión que todavía nos estremece.
Fidel Aizpurúa, capuchino


domingo, 26 de abril de 2015

HACIA DENTRO

Desde siempre, la figura del Buen Pastor ha sido una imagen casi estrictamente identificada con los que estando dentro del “rebaño” de Jesús, somos llamados a permanecer en Él con la confianza propia de estar con Aquel que nos ama y los que no lo están poder un día estarlo.
   Pero hoy propongo mirar hacia dentro. Los protagonistas no van a ser los que ya somos cristianos y los que quisiéramos que fueran, sino todos esos afectos, sentimientos, emociones que se mueven dentro de cada uno de nosotros y que muchas veces andan sin pastor, sin saber ni dónde colocarse y nos llevan a una existencia desconcertante y fuera de nosotros mismos.
   Y es que realmente no nos han enseñado a tener una visión y un conocimiento de nosotros mismos más interno que externo y los miedos, juicios y expectativas nos hacen ir por la vida como oveja sin pastor, sin poner las miras en nada en particular y haciendo más uso de una visión parabólica que nos descentra a una visión en línea recta que nos guíe continuamente porque sabemos adónde queremos ir. Aprender a vivir en el presente es clave para ello.
   En el Evangelio podemos observar en cantidad de ocasiones como Jesús dedica la mayor parte de su vida a conocerse por dentro, por lo que actuando con naturalidad en cada momento, se muestra con las emociones que son propias de lo que va viviendo. Todas estas ovejas que conforman su interior van guiadas por un sentir y una intención que en todo momento están claros. Como Él, otras figuras de la historia, aprendieron a tener muy presente su objetivo y guiaron sus ovejas interiores para tal fin. Francisco y Clara, Ghandi, Teresa de Jesús y Juan de la Cruz, son ejemplos claros de personalidades muy fuertes y convencidas de su misión que conociendo a sus ovejas supieron cómo dirigirlas para meterlas en el “redil” del tiempo presente desde la serenidad y el equilibrio.
   En la práctica del Taichi, que humildemente practico, esto es treméndamente interesante y básico. Tener clara la dirección en la que se hacen las distintas técnicas es clave para que el Tao acabe en la dirección en la que se empezó. Una atención al cien por cien en lo que se hace, guardando las ovejas de las preocupaciones, juicios… en el redil para tratar con ellas en el momento que corresponde. Y todo con una sensación de circularidad y equilibrio de saber dónde estamos conectados guían nuestra práctica y no sólo de Taichi sino de nuestra propia vida, un caminar con la seguridad de que nuestro Pastor vive dentro de nosotros y que Él guía para llevarnos a buen puerto.

CLARA LÓPEZ RUBIO

martes, 21 de abril de 2015

PAZ A VOSOTROS

“Paz a vosotros”, no nos puede Jesús decir más. Y nos puede enseñar cien veces las manos , los pies y el costado. Y puede partir el pan para nosotros y puede aparecerse atravesando las puertas… Que si en cada momento no vivimos lo que tenemos que vivir, necesitaremos mil y una pruebas para creer. Paz a vosotros, la que nada ni nadie nos puede quitar, la que procede de una existencia desde la presencia, la que se origina dentro, a la que todos estamos llamados. Cuando esto es así, la mayor experiencia es la de la libertad, porque ya no son necesarios los asideros ni las muletas.
   Si nos damos cuenta, el Evangelio, cada uno de los cuatro, hasta su mitad aproximadamente, está lleno de grandes señales en forma de milagros para hacernos caer en la cuenta de quién es Jesús. Incluso si tomamos el orden de lo que se nos narra en el Evangelio como algo fiable, que sabemos que no es así, de hecho un mismo relato se presenta al principio de la vida de Jesús en un evangelio y al final en otro, nos serviría para darnos cuenta de lo que Jesús necesitaba al principio de su trayectoria espiritual y como se va haciendo ésta cada vez más sencilla, más descargada de todo. Como la propia vida cuando se vive desde dentro. Sólo ya para Jesús es necesario vivir desde dentro sin apegos a nada. Sólo la sensación de que lo que se va gestando sea lo que toca, sin adelantar acontecimientos y sin retrasar.
   Aún así, la vida, de vez en cuando nos va a ir dando pequeños gestos o guiños que nos confirmarán si lo que vamos viviendo apunta a lo que queremos vivir mañana o nos sacan del camino. Para ello, es necesario estar muy atentos a los que se llama “leer los signos de los tiempos”. Ardua pero interesante tarea de la que procede toda sabiduría.

CLARA LÓPEZ RUBIO

domingo, 19 de abril de 2015

¿POR QUÉ HAY DUDAS EN NUESTRO CORAZÓN?

Continúa la liturgia ofreciéndonos testimonios y consecuencias de la resurrección del Señor, del triunfo de Jesús sobre la muerte. Porque Cristo no solo supo morir (eso pertenece al campo de las posibilidades humanas), sino que venció a la muerte y la iluminó. Y esto parece que nos cuesta creerlo, y les costó creerlo ya a los primeros discípulos.
   Tal vez porque lo sabía, quiso dedicar cuarenta días a explicar a los suyos ese camino de gozo por el que tanto les costaba entrar y transitar. No podía resignarse Jesús a la idea de que los hombres, tras su muerte, lo jubilasen y encerrasen en el cielo. No bastaba, pues, con resucitar. Había que meter la resurrección por los oídos, los ojos y el tacto de los suyos. Y habría que hacerlo con la paciencia del Maestro que repite una y otra vez la lección a un grupo de alumnos testarudos.
   ¡Cuánto le cuesta al hombre aprender que puede ser feliz! ¡Qué tercamente se aferra a sus tristezas! ¡Qué difícil le resulta aprender que su Dios es infinitamente mejor de lo que se imagina!
   Eso fueron aquellos cuarenta días que siguieron a la resurrección: una lucha de Cristo con la terquedad y ceguera humanas de los discípulos, ayudándoles a comprender el trasfondo de todo lo que en los tres años anteriores habían vivido a su lado.
   ¿Cómo es posible que los herederos del gozo de la resurrección no lo llevemos en nuestros rostros y brille en nuestros ojos? ¿Cómo es que cuando celebramos la Eucaristía, la prueba de que el Señor vive, no salen de nuestros templos oleadas de alegría? ¿Cómo puede haber cristianos que se aburren de serlo? ¿Cómo entender que miren con angustia a su mundo, persuadidos de que es imposible que las cosas terminen bien?
   “¿Por qué surgen dudas en vuestro corazón?” No es solo una recriminación a la incredulidad de los discípulos, sino una invitación al análisis. ¿De dónde provenían las dudas de los discípulos? De no haber comprendido el misterio de la cruz, ni antes ni después. Por eso, para deshacer sus dudas, Jesús les invita a verificar su identidad de Crucificado, pues la resurrección no desfigura ni falsea la realidad.
   ¿Por qué surgen dudas en nuestro corazón? Quizá porque no hemos salido de él, de nuestro encasillamiento egoísta.
   A Francisco de Asís se le desvanecieron las dudas al abrazar al leproso… Quien toca o abraza la cruz de Cristo encarnada en los hombres; quien hace la experiencia de amar a Dios como Dios manda, o mejor, como Dios ama, supera todas las dudas de fe. Porque creer es amar, ya que Dios es Amor. Hay que salir de dudas; para eso hay que salir de uno mismo y abrirse a los demás con un abrazo fraterno, como Francisco de Asís.

Domingo Montero, capuchino


martes, 14 de abril de 2015

SIETE CON CERO TRES EUROS (7,03 €)

Ayer por la tarde el portero automático me sacó de mis tareas. Con cierta contrariedad, porque mis planes de trabajo habían sido interrumpidos, fui a abrir. Preguntaban por un hermano capuchino. Bajé y me encontré con un chaval joven que no llegaría a treinta años, de Chile. Al sentarnos pensaba para mí: “aunque venga a pedir, es hijo de Dios, uno de sus preferidos y merece toda la atención”.
   Está durmiendo en el albergue y comiendo en un comedor social. Se le ha perdido el NIE (Número de Identificación de Extranjero). Si hiciera los trámites para recuperarlo, al haber estado empadronado tres años en Burgos, podría acceder a una prestación no contributiva en cuatro o cinco meses, aunque sea de forma temporal. Mientras está buscando trabajo de camarero.
   Me enseña los papeles de renovación con el coste de 7,03 euros. Me dice que no quiere el dinero, que le acompañe al banco para hacer el pago. Todo está muy claro, no hay posibilidad de engaño. Y cuando le digo que mañana iremos juntos al banco se le abre el cielo, se alegra y expresa su agradecimiento.
   Me ha pedido ¡7,03 euros! Ese es todo su deseo. Eso es lo que necesita, ¡no más! Hay algo que se hace ridículo, desproporcionado… Él se sacia con 7,03 euros, una cantidad que se presenta como insignificante frente a nuestros gastos habituales. Pide algo que ni debilita la economía personal. Es lo mismo que cuando se te acercan por la calle los chavales de ACNUR, pidiéndote una aportación y te dicen que con un euro puedes salvar a una persona… ¿Qué ocurre? ¿Qué sucede? ¿Cómo puede ser esto? Hay una desproporción entre el dinero que manejamos y lo que podemos hacer con él y no hacemos. Es como si el dinero nos alejara de la realidad, o que nosotros no quisiéramos contactar con la realidad porque nos plantea estas contradicciones… Como si viviéramos, realidad y nosotros, en dos planos diferentes.
   Pero no todo es dinero… al final de la conversación, muy educadamente, agradece con insistencia el que le haya tratado con empatía porque hay demasiada gente en la calle con necesidad, y muchas veces los pocos trabajadores sociales no tienen el tiempo y la serenidad como para tratar a cada persona con el cuidado suficiente.
   Me quedo pensando en lo mucho que se puede hacer con un poco de empatía y 7,03 euros.
Javier Morala, capuchino


domingo, 12 de abril de 2015

CON LAS PUERTAS CERRADAS

Al anochecer… con las puertas cerradas, por miedo… Y en esto entró Jesús, se puso en medio… a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.

Permitirme para el Evangelio de esta semana que comience con este recorte del texto dejando claro qué es lo que más conecta conmigo en esta semana de Pascua.
   Sabemos de la importancia que tiene hablar de la noche, del anochecer en los textos bíblicos, como en la espiritualidad que nos transmiten los místicos. No es un momento cualquiera del día sino el momento del encuentro con uno mismo y con el Dios que nos habita. Los grandes misterios y revelaciones suceden de noche. También es el momento del día que nos asusta si nos encontramos solos o enfermos y por supuesto el tiempo en el que expresamos grandes confidencias a un amigo. Con el anochecer nos referimos también al final de nuestra vida, al ocaso, con lo que no es extraño que el Evangelio nos muestre este momento de la jornada para hablarnos del encuentro de los apóstoles con Jesús. Muy importante también el detalle del miedo, no hay seguridad porque no hay Luz que ilumine. La presencia de Dios a través de Jesus está ahora difusa, pero cuando logramos conectar nos damos cuenta de la Presencia que hay en el centro de nuestra vida y a veces es necesario para ello quedarnos sin nada, sin los pilares en los que antes nos apoyábamos porque “solo Dios basta”. Es en esa experiencia donde se nos pide lo esencial: no retener nada ni a nadie. Esas grandes mochilas que llevamos a la espalda llena de piedras, de recelos, recuerdos, expectativas sin cumplir, juicios… Es una invitación clara a soltar a abrir las puertas de nuestra vida. Por nosotros y por los demás. Cuando sueltas, todo se relaja y la vida sigue fluyendo. Queremos que a veces cambie el rumbo y no nos damos cuenta de que somos nosotros los que lo evitamos. Ese es el gran pecado: no ser felices por querer acaparar todo lo que incluso ya ni existe, porque como bien dice el refranero español: “agua pasada no mueve molino”.
   “Dichosos los que crean sin haber visto”, por si no nos había quedado claro. ¿Qué más necesitamos si Dios es el que lo habita todo? Pero aunque Dios haga el casi todo, nosotros tenemos que hacer el casi nada: abandonarnos a la evidencia de su Presencia y como dicen los orientales dejar hacer al Tao.
CLARA LÓPEZ RUBIO

martes, 7 de abril de 2015

LIGEROS DE EQUIPAJE

Porque después de todo lo que he visto y los acontecimientos de estos días, aunque Él nos lo anunció varias veces, yo necesito ver su cuerpo muerto. No sé realmente qué significa eso de que ha resucitado, de que a pesar de haberlo matado, Él pueda seguir vivo.
   Y así es como realmente funcionamos por la vida, buscando milagros, apariciones, signos, sin enterarnos de que ya no. Ya no toca buscarlo más, porque está. Ya no toca vivir una existencia tibia, porque está más que demostrado que vivimos para ser felices, y que poco a poco la propia vida nos va transformando para ir viviendo lo que toca a cada momento. Descorrer la piedra del sepulcro significa quedarse al aire, expuesto a todo lo que pueda suceder. El miedo lleva consigo buscar la piedra bien grande para sellar la vida. Por miedo a que me trastoquen mis esquemas, caigan mis pilares, mejor tenerlo todo bien sellado, no sea que la vida salga a mi encuentro y no sepa ni qué responder. Jesús ya ha hecho todo su proceso personal. Ha necesitado años para darse cuenta de quién es y poco a poco se dejó hacer para que todos sus expectativas y juicios fueran cayendo. Al final de su vida se encuentra preparado para desde una entrega gratuita que no busca nada, absolutamente nada, puede ser fiel hasta la coherencia más absoluta.
   Nuestra propia manera de encarar la vida, tapa con una gran piedra bien grande la posibilidad de vivir según la Luz que todos llevamos dentro, prefiriendo vivir en la oscuridad del sepulcro, que no son más que las capas de arcilla que poco a poco durante la vida se nos van pegando cuando no tenemos recursos para vivir confiando en nuestro Hombre Interior.
   La Pascua que celebramos seria buen resorte para lanzarnos a la gran aventura de comenzar por ir deshaciéndonos de tantas y tantas cargas que llevamos en la mochila de nuestra vida y comenzar a vivir ligeros de equipaje.
CLARA LÓPEZ RUBIO

domingo, 5 de abril de 2015

¡FELIZ PASCUA!

La vida nos depara, a veces, situaciones, momentos, tiempos de frialdad. Es algo que se mete en las rendijas del corazón, en lo profundo del ser y hace que los días sean grises, desapacibles, que produzcan escalofríos. Es la frialdad de la vida, inevitable con frecuencia. Es un frío del alma que se queda en el interior de los huesos.
   ¿Cómo hacer que ese frío vital sea el menor posible? ¿Cómo ayudarnos a que nuestra vida alcance el mayor nivel de calidez posible? Desde ahí queremos leer la resurrección de Jesús, como una experiencia de calidez que lleva a crecer en tal calidez. En nuestro imaginario religioso, la resurrección es una “verdad”, algo que afecta sobre todo a lo ideológico. ¿No podría vivirse como algo orientado a lo antropológico y a la experiencia espiritual? Desde ahí se podría pensar en una resurrección que quiere hacer más cálido el caminar humano, que persigue alejar los hielos que se cuelan en el alma humana, que anhela desatar los dinamismos del corazón.
   Cuando llega a nuestra vida cada año el tiempo de Pascua, este podría ser entendido como una posibilidad de reorientación de la espiritualidad, por modesto que sea el intento. Dejar que pase como una verdad que no llega a los adentros de la persona sería una pérdida.
 Fidel Aizpurúa, capuchino

Esta es la introducción a un pequeño retiro que puedes descargar en este enlace

sábado, 4 de abril de 2015

SÁBADO SANTO: QUITAR LA LOSA

Nos levantamos cuando estaba aún oscuro y nos echamos al camino. Éramos tres sombras en la noche, tres mujeres con el corazón herido: María Magdalena, María la de Santiago y Salomé. Íbamos en silencio por el camino pero, por dentro, todas teníamos la misma preocupación: la losa, la losa… ¿Quién moverá la losa, tan pesada? Nos arriesgábamos a volvernos de vacío si no encontrábamos medio de mover aquella losa tan grande.
   Nuestra sorpresa fue mayúscula: la losa estaba movida. Lo vimos de lejos porque ya amanecía. María Madgalena rompió el silencio: “No deberíamos habernos preocupado tanto por la losa”, dijo. “La losa la teníamos nosotras”, añadió. Aceleramos el paso.
   Algo había pasado con el cuerpo de Jesús, no podríamos decir más. Un cuerpo sin el peso de la losa de la limitación y de la muerte, un cuerpo liberado de las trabas a las que está sujeto todo cuerpo. Todo lo que digamos, quizá está de más.
   Volvimos también en silencio. De repente, de nuevo María Magdalena fue la que dijo: “Hay que empezar a quitar las losas. La primera es quitarse esta losa de Jerusalén y su sistema religioso. Tenemos que ir a Galilea, como dijo él. Hay que empezar allí de nuevo, con más brío, con más confianza, con más fe”. Nadie dijo nada. Pero el silencio era elocuente porque nos sabíamos hermanas en ese anhelo. Ahora era cuestión de convencer a sus discípulos y a Pedro, oprimidos por la losa de la pena y del fracaso. Había que decirles que en Galilea había luz, en la vida con el Resucitado había esperanza.

Reflexión: El Sábado Santo es el día de contemplación no tanto del Jesús enterrado, sino sobre todo de la losa removida. En ese signo está oculta la verdad nueva de la resurrección. Ésta dice simplemente: las más pesadas losas, tuyas y de los demás, pueden ser removidas.
   En el relato de la resurrección de Lázaro (Jn 11), se dice que Jesús dio gracias al Padre no cuando Lázaro salió de la tumba, sino cuando los que rodeaban su sepulcro quitaron la losa. Quitar losas es vivir ya desde ahora la resurrección. No hay que aguardar al final de los tiempos. Ya desde ahora, en este día, puedes quitar losas de ti y de los demás. Si lo haces, estás viviendo como un “resucitado”.
   Todos sabemos que la vida está llena de losas, pequeñas y grandes, las que nos ponemos nosotros mismos, las que ponemos a los demás. Palabras pesadas y tóxicas, prejuicios inamovibles, segundas intenciones que pesan enormemente. Si haces algo por quitar esa clase de losas, la piedra de tu “sepulcro” está movida, vives en el gozo de la resurrección.
   No se nos puede quedar la celebración de la resurrección en una idea o en una mera celebración, por muy festiva que sea. Tiene que tener incidencia en la vida. Y este asunto de quitar losas, de hacer una vida respirable, de poner una bocanada de aire fresco en nuestro caminar, puede ser una manera buena de vivir como un “resucitado”.

Pregúntate:

  • ¿Cómo poner carne a la celebración de la resurrección?
  • ¿Qué losas te pesan y habrías de echar mano a ellas?
  • ¿Qué puedes hacer para quitar losas en los demás?

    viernes, 3 de abril de 2015

    VIERNES SANTO: SEGUIR AL ENTREGADO

    Yo, Malco, como dice el Evangelio, era criado del sumo sacerdote. Me dijeron que fuera con la policía del templo a prender a Jesús. Fuimos de noche, en silencio subiendo la cuesta del monte de los Olivos. Solo el ruido de nuestros pasos, el de las armas y alguna orden dada en voz baja se escuchaban en el serpenteante camino del monte. Yo me decía: vamos camino de la muerte. Porque estaba seguro de que aquel camino conducía a la muerte. Como así fue: un camino de muerte.
       Ocurrió aquello que narra el Evangelio: aquel Pedro, en la refriega del arresto, desenvainó un machete (¿de dónde lo habría sacado?) y me cercenó el lóbulo de la oreja derecha. Sangraba mucho. Mientras se lo llevaban preso yo, con un trapo en la oreja para contener la hemorragia, me fui solo a casa para ser curado.
       Yo había visto muchas veces que, cuando se consagraba a un nuevo sumo sacerdote, se le hacía una incisión en el lóbulo de la oreja derecha para, mezclando esa sangre a la de los sacrificios, significar un “pacto de sangre” entre Dios y el elegido. Y me decía en el camino: ya no tiene sentido cortar más lóbulos, ya no tiene sentido el viejo sumo sacerdocio. En ese pobre hombre entregado y avasallado está el sacerdocio de verdad, el mediador válido, el acompañante definitivo.
       No dicen los Evangelios que luego yo, una vez curado en mi casa, me eché a la calle y le seguí durante todo su duro camino a la cruz. Cuando veía su sangre, decía: es la sangre nueva, la que da sentido por su honda entrega, la que dice que derramar cualquier sangre es un fracaso. Iba en silencio y miraba su sangre.

    Reflexión: El Evangelio tiene un planteamiento que da sentido a la muerte de Jesús: las entregas tienen un valor en sí mismas y, por tanto, nunca se pierden. Su valor no depende del premio, del pago, del reconocimiento, del aplauso. Tienen valor en sí mismas. La entrega de Jesús es valiosa, aunque no se la reconozca, aunque uno se burle de ellas. No en vano Jesús se definía a sí mismo como un “entregado” (“El hijo del Hombre va a ser entregado…” Mc 9,31).
       Hoy, por todo el país, habrá muchas procesiones. Muchas personas verán las imágenes de Cristo crucificado y se emocionarán porque tienen un sentimiento religioso. Ven la sangre (aunque sea en imagen) y se emocionan. Pero lo importante es emocionarse por la entrega incondicional de este hombre a lo nuestro, por haber intentado dar alguna respuesta los sufrimientos de otros, por haber andado muchos caminos que no eran los suyos.
       Desde ahí podríamos deducir que la fe cristiana apoya las hermosas entregas al otro, sostiene la incertidumbre de quien piensa que si no me pagan o me aplauden no tiene sentido darse al otro, da fuerza para sobreponerse a la falta de agradecimiento cuando me doy y no me lo reconocen.
       El camino cristiano es un camino de entrega, con todos los riesgos que pueda eso tener. Y ello con la convicción de que darse a la realidad del otro, a sus necesidades y demandas, es justamente hacer lo mismo que hizo Jesús. Tal cual.

    Pregúntate:
      • ¿Cómo te suena esta espiritualidad de la entrega?
      • ¿Merece la pena seguir a un “entregado”?
      • ¿Qué entregas de hoy mismo tienes pendientes?

      jueves, 2 de abril de 2015

      JUEVES SANTO: ¿SIRVES O NO SIRVES?

      Yo, Pedro, el apóstol hice muchos caminos con Jesús. Tres años de ir y venir por el país dan para mucho. Íbamos a Jerusalén temerosos. El miedo de Jesús pasaba a nosotros porque todos intuíamos que las cosas podía ir mal en Jerusalén, en la boca del lobo. Nunca imaginamos que fueran a ir tan mal. Íbamos con miedo a celebrar la cena de Pascua. Pensábamos que iba a ser la última, como así fue. Íbamos en silencio; el ruido de las sandalias con las piedras del camino era lo único que, a ratos, se escuchaba. Cada uno con sus pesados pensamientos.
         La cena transcurrió normal, aunque no se disipara la nube gris que teníamos encima. El colmo fue cuando vi que nos iba a lavar los pies. No era la primera vez que lo hacía. A mí se me revolvían las tripas. ¿Qué se podía esperar de un Mesías que lava pies? Nosotros queríamos un Mesías brillante y poderoso, no un esclavo que lava pies. No podía yo con aquello. Él lo notó y por eso se dirigió a mí y me dijo aquella frase que nunca olvidaré: “Si no te dejas lavar los pies, no tienes nada que ver conmigo”. Un mazazo auténtico.
         Ahí entendí que ser de su grupo conllevaba aprender el tema del servicio, que Él quería ser un Mesías servidor, no un jefe que es servido. Y que todo el que quisiera ser de su grupo tenía que encajar ese asunto. Algo se me iluminó y lo entendí. Con el tiempo, cuando me repuse del trauma de la dura muerte de Jesús, vino muchas veces a mi memoria aquella frase suya hasta que entendí que lo nuestro es servir. Así de simple.

      Reflexión: Los cristianos, por mecanismo religioso, hemos creído que mostrábamos nuestro ser cristiano por signos religiosos: un cruz en el pecho, una cruz en lo alto de una Iglesia, la señal de la cruz que hacemos al rezar, etc. Pero Jesús dice que nuestro signo de identidad es el servicio: “En esto conocerán que sois discípulos míos, si os amáis” (Jn 13,34-35).
         Es decir: eres del grupo de Jesús si sirves, no eres de su grupo si no sirves. Eres cristiano si sirves, no lo eres si no sirves. O como dijo aquel obispo francés: “Una Iglesia que no sirve, no sirve para nada”. Por eso, para saber si eres del grupo de Jesús no tienes que preguntarte ante todo si estás bautizado, si has hecho la comunión, si te has confirmado, si te vas a casar por la Iglesia, si rezas mucho, si lees el Evangelio, etc. Todo eso es valioso, pero la pregunta decisiva es ésta: sirves o sirves. Si no apruebas el examen del servicio, no has aprobado el primer paso.
         Imaginad esto: hoy, Jueves Santo, a la hora de la celebración os encontráis en la puerta del lugar donde vais a celebrar la cena del Señor una especie de piquete: cuatro o cinco personas fornidas y decididas que paran a todo el que quiere entrar y le conminan: “¿Estás por el servicio o no estás? Porque si estás, entra; y si no estás, ya te puedes marchar”.
         No te extrañe esto. Se celebra hoy el tema del servicio. Quien lo entiende, puede andar el camino con Jesús. Quien no lo entiende, andará otros caminos. Él tenía claro que se puede estar contento sirviendo. Lo había experimentado en su vida y lo llevó hasta las últimas consecuencias.

      Pregúntate:
      • ¿Estás contento cuando sirves, cuando haces un favor, cuando ayudas a alguien o te cierras en lo tuyo y solamente te interesan tus asuntos? 
      • ¿Te emociona un Jesús que sirve hasta el final o te deja la cosa frío? 
      • ¿Cuáles crees que son hoy los principales servicios que debes hacer?