“Paz a vosotros”, no nos puede Jesús decir más. Y nos puede enseñar cien veces las manos , los pies y el costado. Y puede partir el pan para nosotros y puede aparecerse atravesando las puertas… Que si en cada momento no vivimos lo que tenemos que vivir, necesitaremos mil y una pruebas para creer. Paz a vosotros, la que nada ni nadie nos puede quitar, la que procede de una existencia desde la presencia, la que se origina dentro, a la que todos estamos llamados. Cuando esto es así, la mayor experiencia es la de la libertad, porque ya no son necesarios los asideros ni las muletas.
Si nos damos cuenta, el Evangelio, cada uno de los cuatro, hasta su mitad aproximadamente, está lleno de grandes señales en forma de milagros para hacernos caer en la cuenta de quién es Jesús. Incluso si tomamos el orden de lo que se nos narra en el Evangelio como algo fiable, que sabemos que no es así, de hecho un mismo relato se presenta al principio de la vida de Jesús en un evangelio y al final en otro, nos serviría para darnos cuenta de lo que Jesús necesitaba al principio de su trayectoria espiritual y como se va haciendo ésta cada vez más sencilla, más descargada de todo. Como la propia vida cuando se vive desde dentro. Sólo ya para Jesús es necesario vivir desde dentro sin apegos a nada. Sólo la sensación de que lo que se va gestando sea lo que toca, sin adelantar acontecimientos y sin retrasar.
Aún así, la vida, de vez en cuando nos va a ir dando pequeños gestos o guiños que nos confirmarán si lo que vamos viviendo apunta a lo que queremos vivir mañana o nos sacan del camino. Para ello, es necesario estar muy atentos a los que se llama “leer los signos de los tiempos”. Ardua pero interesante tarea de la que procede toda sabiduría.
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