martes, 28 de julio de 2020

EN LAS MANOS DE DIOS

Es una expresión muy utilizada en distintas circunstancias, muchas veces, para decir que humanamente ya no podemos hacer nada más (enfermedad, muerte, exámenes,...); otras veces para indicar el azar, aquello que no podemos dominar (“que sea lo que Dios quiera”), pero también para indicar aquella confianza de fondo que nos crea la relación con Dios.

Cuando Dios no es algo sobre lo que pensamos sino una relación personal... cuando Dios no es una causa en torno a la cual hemos construido una ideología sino alguien a quien nos abrimos cada día para escuchar, agradecer, obedecer, alabar... entonces nos brota espontáneamente por dentro la sensación de estar en sus manos, nos brota la confianza de que Dios está presente en nuestras vidas actuando, cuidando, animando, dando vida. No sabríamos explicar bien cómo, pero es algo que no podemos negar porque se nos hace evidente. Es como una confianza de fondo que sustenta todo.

A veces se nos nubla esta confianza... por distintas circunstancias: por falta de cuidado hemos ido abandonando la relación, o hemos caído en rutinas que nos han alejado el corazón, o bien golpes de la vida que nos hacen cuestionar todo: enfermedad, muerte de algún ser querido, escándalos eclesiales, cuestionamientos de un entorno secular... En esos momentos necesitamos volver a las raíces de la confianza, a la relación personal con Dios.

En ello nos ayuda el hacer memoria afectiva de lo vivido con Dios, de nuestra historia de relación. También nos ayudan los Salmos de confianza. Y sobre todo, el pedir el Espíritu Santo. Pedir a Dios Padre el Espíritu Santo para poder vivir ese momento, esa circunstancia que nos oscurece la confianza con Él: “pase lo que pase, que me pase contigo, Señor”.

Carta de Asís, julio 2020

miércoles, 22 de julio de 2020

HUMILDES BELLEZAS

Como tantas veces, subía despistado las escaleras de casa y una forma extraña en la exuberante planta del rellano llamó mi atención. De una de sus ramas estaba surgiendo un brote, una nueva hoja enrollada sobre sí misma despertaba a la vida. Me quedé admirando su joven frescura, su fragilidad llena de energía, y sobre todo, la vida que escondía y la que prometía.

Durante los siguientes días me paraba observando cómo ese brote iba abriéndose. Era maravilloso ver los cambios que se sucedían jornada tras jornada. Si hasta ese momento las plantas se me presentaban como simples estatuas inmóviles, ahora descubría esta como un ser en movimiento, como un individuo que manifestaba su estar vivo.

Y llegó el día en que la nueva hoja se desplegó completamente ante mis ojos. Hinchada de orgullo, brillante, redondeada, enorme, con un verde más claro que el resto de sus hermanas, se presentaba en sociedad y reivindicaba su existencia en el mundo. Mi mirada quedó atrapada por esta novedad. Mis ojos embelesados percibían los matices de su forma y color, y se adentraban en el espectáculo que ofrecía y en el misterio que encerraba.

Una frase se compuso dentro de mí: “Dios tiene que estar orgulloso de este ser”. Esta sentencia no se refería a una pretendida soberbia del creador sino que Dios, como yo, tendría que estar también admirando la maravilla de esa criatura: la combinación de elementos químicos que dan lugar a pigmentos, sales, proteínas e infinidad de sustancias; las células dispuestas para generar sus órganos; la disposición de las hojas como placas solares que convierten la luz en energía orgánica, en combustible. ¡Qué inabarcable maravilla! Se hacían realidad esos versos de Benjamín González Buelta referidos a Dios: “En tus fantasías infinitas ensayas los ritmos y colores, los perfumes y siluetas con los que te acercas a nosotros, en el humilde sacramento de las bellezas pasajeras”.

Y de pronto, como en un espejo, me vi reflejado en lo que descubría en aquella planta. Si los lirios del campo revelaban a Jesús el cuidado de Dios por las personas, aquella hoja esplendorosa me desvelaba este mensaje: “Dios tiene que estar orgulloso también de mí”. Yahveh tenía que estar pensando sobre mí cosas semejantes a estas: “¡Qué mixtura de sustancias químicas tan delicada! ¡Qué combinación de células más precisa! ¡Qué espectro de movimientos tan complejo! Y todo ello completado con algo cualitativamente diferente al mundo material y orgánico: esa delicada nube de la conciencia personal y esa capacidad, no solo existencial sino también práctica, de la libertad”.

Me descubría mirado así por Dios como lo sentía aquel creyente de hace 2300 años: “sus ojos [de Dios] están observando al mundo, sus pupilas examinan a los hombres” (Salmo 11, 4). El Altísimo también se admira de mi existencia y disfruta con ella: “¿qué es el hombre para que te fijes en él, el ser humano para que te cuides de él?” (Salmo 8, 5). El Dios de las estrellas se abaja para mirarnos, danza con nosotros en este universo acompasado, se asombra de nuestra existencia, se complace en nuestra maravillosa fragilidad. ¿No será eso la vida, un baile a veces melodioso y otras frenético, de Dios con nosotros?

Javi Morala, capuchino

martes, 14 de julio de 2020

¿QUÉ DICEN LOS EVANGELIOS SOBRE EL AMOR?

Ante Jesús se abrían en su época dos caminos espirituales a seguir: el de la ley o el del amor. El primero fue el tomado por el fariseísmo en general: se creía que cumplir las leyes religiosas con detalle le hacía a uno acreedor del favor de Dios. De ahí que los creyentes se lanzaban a tumba abierta al cumplimiento escrupuloso de las leyes.

Jesús ha tomado otro camino: el del amor. Lo que justifica a uno ante Dios no es lo que hace, sino lo que ama. Más allá de las limitaciones, las actitudes de compasión, de entrega, de amor son lo que define al seguidor de Jesús. Por eso, todos lo sabemos, Jesús ha hecho del amor el núcleo de su mensaje.
  • Cuando Jesús quiere dejar su testamento definitivo dice que eso consiste en amar como él ha amado (Jn 13,34-35). Jesús ha amado asimétricamente, cuando nosotros estábamos sin fuerzas, cuando no podíamos devolverle. Este es el distintivo del seguidor de Jesús.
  • Jesús cree que el “amor más grande” no es el amor a Dios, sino el amor al otro (Jn 15,13). Dar la vida, entregarla en cada acto de generosidad es el camino para amar a Dios. Un amor de componente histórico.
  • Así es: cuando a Jesús se le pregunta por el mayor mandamiento responde como dice la ley: el amor a Dios. Pero añade que hay un segundo que pasa a ser primero: el amor al hermano (Mt 22,34-40). Y de alguna forma, este segundo que pasa a ser como el primero tienen un rango de primariedad porque hace visible al primero: si no se ama al hermano a quien se ve ¿cómo se va amar a Dios a quien no se ve? (1 Jn 4,20).
Por eso el gran trabajo que habrá que hacer desde la vida y desde la fe es no apearse del amor y mantenerse creyente en que ese es el camino que nos lleva a Dios.

Texto: Jn 13,21-27: «Dicho esto, Jesús, profundamente conmovido, declaró y dijo:-Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar.Los discípulos se miraron unos a otros perplejos, por no saber de quién lo decía. Uno de ellos, al que Jesús tanto amaba, estaba a la mesa a su derecha. Simón Pedro le hizo señas para que averiguase por quién lo decía. Entonces él, sin más, apoyándose en el pecho de Jesús, le preguntó:-Señor, ¿quién es?Le contestó Jesús:- Aquel a quien yo le dé un trozo de pan untado.Y untando el pan se lo dio a Judas, hijo de Simón el Iscariote. Detrás del pan, entró en él Satanás».

  • Hemos comentado otras veces este texto. Es insólito el modo como Jesús señala a quien le va a entregar. No hay un gesto así (el pan untado) en toda la Biblia. ¿Qué significa? Es un gesto de amor (como la madre que da panes untados a sus niños). Viene a decir: aunque me entregues, yo te sigo amando.
  • Es un gesto de amor en el límite donde se muestran las honduras del corazón de Jesús: podría haber reaccionado a la traición con rechazo, pero lo hace con amor continuado. Lo que él dice que distingue a sus seguidores, el amor entregado, lo pone en práctica el primero él en su vida.
  • Aunque haya entrado en él Satanás, Judas sigue siendo para Jesús un amigo al que no negará un beso en el momento de la entrega (Lc 22,48), gesto insólito también para designar ante los guardias a aquel a quien han de detener.

Aplicación: Todos nos vimos conmovidos este verano con aquella foto de un hombre de El Salvador ahogado abrazando a su hijita, también ahogada, cuando intentaban cruzar el río Bravo para entrar en Estados unidos. Es la foto del mal que encarnan nuestros estilos excluyentes que no consideran humanos a los frágiles. Fotos como esas deberían golpearnos la conciencia y estar siempre presentes ante nuestros ojos.

Puede leerse como un gesto último de amor: el padre que muere sin poder salvar de la muerte a su hija. Ese abrazo que no vale para nada en realidad es hermoso. Es el abrazo que se dan los crucificados de la tierra y que de algún modo ha de tener su fecundidad.

Es la foto del amor más grande, del amor del que hablaba Jesús, que no duda en entregar la vida por quien ama aunque parezca que no vale para nada porque no han logrado pasar el río. Pero ese gesto de amor tendría que conmovernos y, de alguna manera, hacernos sensibles a toda exclusión. El sueño de Jesús habla de algo de eso.

El papa Francisco, en un gesto de un cierto despecho profético, agradeció ese día a los mejicanos que sean tan acogedores. No dijo nada de los del otro lado, pero a buen entendedor…

Fidel Aizpurúa, capuchino

martes, 7 de julio de 2020

APRENDER A VIVIR

Suelen decir que siempre que llega una crisis, aumentan las preguntas, los “¿por qué?” que nos han llevado a tal situación. Volvemos entonces a repensar las cosas. Repensamos nuestro modelo de vida, lo cuestionamos y nos debatimos entre el agotamiento o caducidad del modelo desde el que hemos vivido y la necesidad de crear algo nuevo.

La crisis mundial generada por este Coronavirus nos lleva a replantearnos la vida, tras el tiempo de parón y confinamiento, de desescalada y vuelta a la normalidad. En este tiempo de verano, que en otros momentos habríamos planeado ya las vacaciones, los viajes o el tiempo de descanso, nos toca quedarnos en casa o bastante cerca de ella. Deseamos poner el mundo en movimiento de nuevo, pero necesitamos y buscamos seguridad y confianza en los pequeños pasos que vamos dando. De hecho, como afirma alguien, “la confianza es la nueva moneda de la nueva normalidad”.

Esta pandemia está acelerando los cambios que nos lleven a construir un mundo más sostenible y con un mayor sentido de solidaridad que nunca, pues vemos que todo está interconectado, que todos somos vecinos de todos y que juntos, no de manera individual, salimos adelante. Tomando como inspiración uno de los libros de José Antonio Marina, el o la Covid-19 nos ha llevado a “aprender a vivir”.

En principio parece que no hace falta aprender a vivir, pues vivir es algo espontáneo. Pero como el ser humano puede elegir distintos modelos de vida, el aprender a vivir indica aprender a vivir bien. Evidentemente, también se puede vivir mal. Si algo queremos es vivir en un mundo confortable, seguro y sano. Queremos lograr tres grandes objetivos: la salud la felicidad y la dignidad. Los tres están relacionados. Cuando pensamos en la vida de una persona, queremos que se desarrolle con una buena salud, una vida feliz y se comporte con dignidad en un mundo que colabora a su felicidad. Entre otras cosas, por eso huimos de la enfermedad, porque limita nuestro bienestar y nuestras posibilidades.

Para aprender o reaprender a vivir, os recuerdo y propongo para vuestra reflexión el número 205 de esta encíclica tan franciscana que es la Laudato Si: “Sin embargo, no todo está perdido, porque los seres humanos, capaces de degradarse hasta el extremo, también pueden sobreponerse, volver a optar por el bien y regenerarse, más allá de todos los condicionamientos mentales y sociales que les impongan. Son capaces de mirarse a sí mismos con honestidad, de sacar a la luz su propio hastío y de iniciar caminos nuevos hacia la verdadera libertad. No hay sistemas que anulen por completo la apertura al bien, a la verdad y a la belleza, ni la capacidad de reacción que Dios sigue alentando desde lo profundo de los corazones humanos. A cada persona de este mundo le pido que no olvide esa dignidad suya que nadie tiene derecho a quitarle” (LS 205)

Benjamín Echeverría, capuchino

jueves, 2 de julio de 2020

ORACIÓN DE FIN DE CURSO

Que tus despertares te despierten.
Y que al despertar, el día que empieza te entusiasme.
Y que nunca se transformen en rutinarios los rayos del sol
que se filtran por tu ventana a cada nuevo amanecer.
Y que tengas la lucidez de concentrarte y de rescatar
lo más positivo de cada persona que se cruce en tu camino.
Y que no te olvides de saborear la comida, detenidamente,
aunque "solo" se trate de pan y agua.
Y que encuentres algún momento durante el día, aunque sea corto y breve,
para dirigir tu mirada hacia arriba y agradecer, por el milagro de la salud,
este misterioso y fantástico equilibrio interno.

Y que consigas expresar el amor que sientes por tus seres queridos.
Y que tus brazos abracen.
Y que tus besos besen.
Y que los atardeceres te sorprendan, y que nunca dejen de maravillarte.
Y que llegues cansado y satisfecho al anochecer por la labor realizada durante el día.
Y que tu sueño sea tranquilo, reparador y sin sobresaltos.
Y que no confundas tu trabajo con tu vida, ni tampoco el valor de las cosas con su precio.
Y que no te creas más que nadie
porque solo los ignorantes desconocen que no somos más que polvo y ceniza.

Y que no olvides, ni por un instante,
que cada segundo de vida es un regalo, un obsequio,
y que, si fuéramos realmente valientes,
bailaríamos y cantaríamos de alegría al tomar conciencia de ello.
Como un pequeñísimo homenaje al misterio de la vida
que nos acoge, nos abraza y nos bendice.
¡Que tengas un feliz verano!