La crisis mundial generada por este Coronavirus nos lleva a replantearnos la vida, tras el tiempo de parón y confinamiento, de desescalada y vuelta a la normalidad. En este tiempo de verano, que en otros momentos habríamos planeado ya las vacaciones, los viajes o el tiempo de descanso, nos toca quedarnos en casa o bastante cerca de ella. Deseamos poner el mundo en movimiento de nuevo, pero necesitamos y buscamos seguridad y confianza en los pequeños pasos que vamos dando. De hecho, como afirma alguien, “la confianza es la nueva moneda de la nueva normalidad”.
Esta pandemia está acelerando los cambios que nos lleven a construir un mundo más sostenible y con un mayor sentido de solidaridad que nunca, pues vemos que todo está interconectado, que todos somos vecinos de todos y que juntos, no de manera individual, salimos adelante. Tomando como inspiración uno de los libros de José Antonio Marina, el o la Covid-19 nos ha llevado a “aprender a vivir”.
En principio parece que no hace falta aprender a vivir, pues vivir es algo espontáneo. Pero como el ser humano puede elegir distintos modelos de vida, el aprender a vivir indica aprender a vivir bien. Evidentemente, también se puede vivir mal. Si algo queremos es vivir en un mundo confortable, seguro y sano. Queremos lograr tres grandes objetivos: la salud la felicidad y la dignidad. Los tres están relacionados. Cuando pensamos en la vida de una persona, queremos que se desarrolle con una buena salud, una vida feliz y se comporte con dignidad en un mundo que colabora a su felicidad. Entre otras cosas, por eso huimos de la enfermedad, porque limita nuestro bienestar y nuestras posibilidades.
Para aprender o reaprender a vivir, os recuerdo y propongo para vuestra reflexión el número 205 de esta encíclica tan franciscana que es la Laudato Si: “Sin embargo, no todo está perdido, porque los seres humanos, capaces de degradarse hasta el extremo, también pueden sobreponerse, volver a optar por el bien y regenerarse, más allá de todos los condicionamientos mentales y sociales que les impongan. Son capaces de mirarse a sí mismos con honestidad, de sacar a la luz su propio hastío y de iniciar caminos nuevos hacia la verdadera libertad. No hay sistemas que anulen por completo la apertura al bien, a la verdad y a la belleza, ni la capacidad de reacción que Dios sigue alentando desde lo profundo de los corazones humanos. A cada persona de este mundo le pido que no olvide esa dignidad suya que nadie tiene derecho a quitarle” (LS 205)
Benjamín Echeverría, capuchino
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