miércoles, 22 de julio de 2020

HUMILDES BELLEZAS

Como tantas veces, subía despistado las escaleras de casa y una forma extraña en la exuberante planta del rellano llamó mi atención. De una de sus ramas estaba surgiendo un brote, una nueva hoja enrollada sobre sí misma despertaba a la vida. Me quedé admirando su joven frescura, su fragilidad llena de energía, y sobre todo, la vida que escondía y la que prometía.

Durante los siguientes días me paraba observando cómo ese brote iba abriéndose. Era maravilloso ver los cambios que se sucedían jornada tras jornada. Si hasta ese momento las plantas se me presentaban como simples estatuas inmóviles, ahora descubría esta como un ser en movimiento, como un individuo que manifestaba su estar vivo.

Y llegó el día en que la nueva hoja se desplegó completamente ante mis ojos. Hinchada de orgullo, brillante, redondeada, enorme, con un verde más claro que el resto de sus hermanas, se presentaba en sociedad y reivindicaba su existencia en el mundo. Mi mirada quedó atrapada por esta novedad. Mis ojos embelesados percibían los matices de su forma y color, y se adentraban en el espectáculo que ofrecía y en el misterio que encerraba.

Una frase se compuso dentro de mí: “Dios tiene que estar orgulloso de este ser”. Esta sentencia no se refería a una pretendida soberbia del creador sino que Dios, como yo, tendría que estar también admirando la maravilla de esa criatura: la combinación de elementos químicos que dan lugar a pigmentos, sales, proteínas e infinidad de sustancias; las células dispuestas para generar sus órganos; la disposición de las hojas como placas solares que convierten la luz en energía orgánica, en combustible. ¡Qué inabarcable maravilla! Se hacían realidad esos versos de Benjamín González Buelta referidos a Dios: “En tus fantasías infinitas ensayas los ritmos y colores, los perfumes y siluetas con los que te acercas a nosotros, en el humilde sacramento de las bellezas pasajeras”.

Y de pronto, como en un espejo, me vi reflejado en lo que descubría en aquella planta. Si los lirios del campo revelaban a Jesús el cuidado de Dios por las personas, aquella hoja esplendorosa me desvelaba este mensaje: “Dios tiene que estar orgulloso también de mí”. Yahveh tenía que estar pensando sobre mí cosas semejantes a estas: “¡Qué mixtura de sustancias químicas tan delicada! ¡Qué combinación de células más precisa! ¡Qué espectro de movimientos tan complejo! Y todo ello completado con algo cualitativamente diferente al mundo material y orgánico: esa delicada nube de la conciencia personal y esa capacidad, no solo existencial sino también práctica, de la libertad”.

Me descubría mirado así por Dios como lo sentía aquel creyente de hace 2300 años: “sus ojos [de Dios] están observando al mundo, sus pupilas examinan a los hombres” (Salmo 11, 4). El Altísimo también se admira de mi existencia y disfruta con ella: “¿qué es el hombre para que te fijes en él, el ser humano para que te cuides de él?” (Salmo 8, 5). El Dios de las estrellas se abaja para mirarnos, danza con nosotros en este universo acompasado, se asombra de nuestra existencia, se complace en nuestra maravillosa fragilidad. ¿No será eso la vida, un baile a veces melodioso y otras frenético, de Dios con nosotros?

Javi Morala, capuchino

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