La autoridad no es un estado sino un modo de relación, algo dinámico, en continuo movimiento, en continuo ejercicio, tanto por parte del que lo detenta como por parte de los que están bajo dicha autoridad. También es cierto que en cada contexto la autoridad ha adquirido una forma diferente. De todos modos, hay algunos aspectos importantes para que sea verdad eso del “servicio de la autoridad”.
Uno es que la autoridad no es propiedad del que debe ejercerlo. Es una gran tentación la apropiación de la autoridad por parte de la persona que ejerce. En la fraternidad, entre hermanos la autoridad no se consigue sino se recibe, por lo que no es propiedad sino concesión. Así, es sólo temporal, caduco. Y otro de los aspectos de la autoridad entre hermanos, hermanas, es que el destinatario de ese ejercicio responsable son las personas de la fraternidad. Así, la mirada no se fija en el sistema, en el orden del colectivo, en la lógica del organismo, etc. sino en las personas que formamos la fraternidad. La autoridad no es dominio sino una forma de servicio temporal, una forma de ser hermano determinada por un tiempo.
Si se pierde estas intuiciones el ejercicio de la autoridad en la fraternidad podrá derivar en otras cosas: autoritarismo, caos, mero equilibrio de fuerzas, etc. y los que saldrán perdiendo serán los pequeños en primer lugar, y todos a fin de cuentas. Jesús tenía autoridad, como nadie, pero lo ejerció dando su vida por todos.
Carta de Asís, junio 2018