domingo, 27 de junio de 2021

ECOEVANGELIO: FE ACTIVA E ITINERANTE PARA CUIDAR LA VIDA

Cada año se entrega el “Premio Goldman”, considerado el Premio Nobel de Ecología. En este año 2021 han sido galardonadas seis mujeres de distintos países. Liz Chicaje, lideresa bora peruana es una de las premiadas. Con su aporte ha contribuido a fundar el Parque Nacional Yaguas, que protege más de 800.000 hectáreas de selva amazónica. El logro de esta mujer ambientalista es relevante en sí, pero datos más concretos nos permiten dimensionar su aporte: «Con la declaración de Yaguas como parque nacional se logrará proteger alrededor de 1,5 millones de toneladas de carbono durante los próximos 20 años» (SERNANP). Como cada historia de lucha a favor del medio ambiente sembrada de dificultades, la de Liz no es la excepción. Ella recuerda el difícil trayecto para conseguir que Yaguas fuera declarado Parque Nacional. Siendo la única mujer, entre los 16 líderes hombres, logró ganarse el respeto y la confianza de su equipo, que siempre la respaldó en las múltiples gestiones y diálogos que supuso este proyecto. En unas de sus declaraciones expresa el sentido profundo que la ha movido a defender la vida en el Amazonas: «Yaguas es un lugar sagrado para nosotros. Hemos trabajado incansablemente para que, como parque, sea un lugar seguro, donde los animales puedan reproducirse, que sea un lugar donde no ingresen quienes cometen actos ilegales». La audacia de Liz, que la ha llevado a proteger y sanar la vida de una parte de nuestro planeta, nos introduce en el acento que hoy queremos resaltar del Evangelio de este domingo. Necesitamos una fe atrevida para gestionar y curar la vida.

Fijemos nuestra atención en dos personajes del Evangelio: en Jairo, jefe de la sinagoga y en la mujer, de la que no se dice su nombre sino que se la identifica por su enfermedad y su impureza. Recordemos que en la mentalidad de la época, toda persona que tocara sangre o a un cadáver era considerado impuro. Tanto Jairo como la mujer son personajes llenos de coraje. Cada uno a su manera y desde su situación se atreve a romper barreras para conseguir que Jesús atienda a su necesidad. El primero tuvo que superar los prejuicios religiosos. Él era un jefe religioso, y seguramente sabía lo que se decía de Jesús, de sus curaciones en sábado, de su convivencia con los pecadores, etc., y por lo tanto se exponía a ser descalificado por sus correligionarios por este acercamiento. Sin embargo, vemos a un hombre que ruega con insistencia, y a la vista de todos, que su hija sea curada. Por otro lado, la mujer anónima, impura y avergonzada de su mal, ni siquiera se siente digna de hablar con Jesús. Sale por detrás de la multitud y se atreve a tocar su manto. El atrevimiento de Jairo y de la mujer antecede a la acción de Jesús. Las acciones de cada uno expresan el valor de la fe; la fe en Jesús es lo que los mueve a superar miedos, descalificaciones, prejuicios y barreras para obtener la salud y la vida.

Es muy potente el mensaje que nos llega a través de las decisiones de estos personajes, capaces de actuar desde la fe; una fe activa que los mueve y que los desinstala de su necesidad para buscar una alternativa nueva de vida. Ciertamente Jesús no pasa de largo sino que acoge la necesidad y actúa. Y desde aquí también podemos preguntarnos: desde la fe, ¿acogemos y ayudamos a levantarse a otros caídos por tantas causas?, ¿vencemos obstáculos y nos hacemos cargo de la vida que se desarrolla a nuestro alrededor?, ¿ante los problemas que enfrentamos como humanidad, damos respuestas audaces y atrevidas? La fe en Jesús no debería enajenarnos de lo que le sucede a nuestro mundo, por el contrario, según la encíclica Laudato Si’, «La fe aporta nuevas motivaciones y exigencias frente al mundo del cual formamos parte» (LS 17). Nuestro tiempo, como nunca, es tiempo de fe; no de una fe privatizada y barnizada de mutismo, sino de fe activa, de movimiento, de itinerancia desestabilizadora para realizar y testimoniar el sentido de la vida.

Hna. Gladys de la Cruz C. HCJC

viernes, 25 de junio de 2021

LA FRATERNIDAD: HECHURA DE DIOS

Decimos muy fácil que la familia, la comunidad, la fraternidad es regalo de Dios. En el comienzo hubo un proyecto ilusionante de vida en común; con grandes dosis de voluntarismo, poniendo cada uno mucho de sí en todos los aspectos: material, relacional, oracional…; años de despliegue, de fuerza y de entrega por parte de todos. Aprendíamos a convivir los diferentes; nos esforzábamos en limar asperezas, en articular ritmos, en motivarnos en las horas de dificultad… Era la época de la construcción de la fraternidad, de la pareja, de la familia, de la comunidad.

Las rutinas, el largo tiempo de trabajos, la vida cotidiana de todos los días, etc. hicieron que lo construido fuera perdiendo el primer brillo, la primera fuerza. No sólo era cuestión de renovar la voluntad de los inicios, sino encontrar nuevos motivos, nuevos horizontes que sostuviesen la fraternidad, nuevos manantiales que la regasen. Y así se renovó el brío de la fraternidad en muchas de sus dinámicas. Ya pasaron las ilusiones de la primera juventud; ahora se vivía con el realismo de la adultez, más consciente de los límites, con mayor humildad.

Al paso de los años, la edad, el desgaste de la vida, las nuevas dificultades tanto personales como institucionales fueron dejando casi sin aliento la vida fraterna. Parecía inalcanzable nada de lo deseado; ni en los comienzos de todo, ni en los planes más adultos aquilatados por la experiencia de la vida.

Ha sido necesario todo lo vivido para ir cayendo en la cuenta, de un modo callado e invisible, que el artífice de la fraternidad ha sido y está siendo Dios mismo. Nuestra fraternidad es hechura de sus manos. Ojalá estemos listos a dejar en sus manos nuestra fraternidad, nuestra familia, nuestra comunidad; porque en fondo siempre ha sido suya. Entonces seremos del todo familia, comunidad, fraternidad de Dios.

Carta de Asís, junio 2021

miércoles, 23 de junio de 2021

JOVEN, NO TE DEJES ROBAR LA VIDA

Una de las mayores dificultades de nuestra sociedad es que se trata a los jóvenes como niños grandes. En lugar de considerar la juventud como el inicio de una vida adulta, con todos sus retos, en demasiadas ocasiones es más bien una adolescencia prolongada. Con más posibilidades –dinero, sexo, o ciertas dosis de autonomía ficticia– mientras no queda más remedio que alargar estudios, encadenar contratos muy inestables y seguir viviendo con los padres. ¿A quién culpamos esto? ¿A vosotros, jóvenes, que os dejáis seducir por el espejismo de esa etapa donde las responsabilidades parecen menos y las posibilidades más? ¿A mi generación, que compró el discurso del «No limits» y se lo impuso a sus hijos, ya que nosotros habíamos tenido bastantes restricciones y elegimos entonces ver el vaso medio vacío e instalarnos en la queja, para descubrir ahora que no estuvo tan mal nuestra educación?

No ganaríamos nada jugando a las culpas y reproches generacionales. El caso es que estamos en una situación en la que se ha apresado a los jóvenes en un laberinto de espejos. Se conjuga mucho la diversión, la elección a la carta, o peor aún, la indefinición (por aquello de no renunciar), la precariedad disfrazada de buen rollo (cohousing y otras milongas), y la diversión como sucedáneo fácil del compromiso.

Yo ya tengo 50 años. Para bien o para mal, creo que mi vida ya está hecha. Las decisiones clave, tomadas. El camino, va avanzado. Pero si tuviera que dar un consejo a alguien más joven sería este: No te dejes robar la vida adulta. No dejes que los años para plantearte lo que quieres ser sean los que van de los 30 a los 40. Eso llega ya una década tarde. No pases años que son de sembrar revoloteando por la vida, porque cuando quieras ponerte descubrirás que se te ha hecho tarde sin darte cuenta. No dejes que te digan que eres muy joven para tener convicciones sólidas, y complicarte la vida por ellas. No te dejes entretener con el espejismo de la diversión (que está bien para un rato, pero no como meta en la vida). Ni te dejes tampoco cegar por la exigencia de seguridad para construir la vida. No aspires a empezar el camino en las condiciones soñadas. La mayor parte de la humanidad, a lo largo de la historia, y hoy también en tantísimas latitudes, se ha hecho adulta en la inseguridad, en la intemperie, y en la toma de decisiones que implicaban elecciones y renuncias. Hacerse adulto no es haberlo logrado ya todo. Es, más bien, ponerle nombre a las batallas que eliges luchar, y empezar a hacerlo. Es comprometerte. Es empezar a pelear por un lugar en el mundo. Es asumir renuncias por abrazar proyectos. Es, en definitiva, comprender que tienes que tomar las riendas, pelear y apostar por algo. Y sé que no está fácil hacer todo esto, pero es que la vida no es fácil. Tú lánzate, aunque te equivoques y tengas que afrontar algunas magulladuras por el camino. Que eso, también, es vivir.

José María Rodríguez Olaizola, sj

domingo, 20 de junio de 2021

ECOEVANGELIO: VAMOS A LA OTRA ORILLA...

En la primera mitad del siglo XX encontramos el desarrollo de una propuesta novedosa y reconciliadora entre la ciencia, la fe y la mística, en la obra de Pierre Teilhard de Chardin (1881-1955), científico y sacerdote jesuita. No sin dificultades, Teilhard asumió la difícil tarea de reconciliar el pensamiento cristiano con el pensamiento evolucionista y científico de su tiempo. Y desde esta preocupación describió su bella experiencia creyente, como leemos en sus escritos: «Escribo estas líneas por exuberancia de vida y por apremio de vivir; para expresar una visión apasionada de la Tierra, y para buscar una solución a las dudas de mi acción: porque amo el Universo, sus energías, sus secretos, sus esperanzas, y porque, al mismo tiempo, estoy consagrado a Dios, único Origen, único Camino, único Término». Teilhard habla de las dudas de su acción, porque estas le ocasionaron la prohibición de escribir y de enseñar; sus libros fueron considerados peligrosos. Hoy la labor de Teilhard es valorada en el conjunto de la renovación de la fe cristiana y de la puesta al día de la misma espiritualidad, así como en la perspectiva ecológica creyente. La pasión y la audacia de Teilhard nos recuerda el imperativo de Jesús a todos los creyentes: “Pasar a la otra orilla”, a la orilla de nuestra sociedad actual, esta que nos desafía y nos desinstala, y nos recrea en nuestra experiencia creyente. Nos lo recuerda el Evangelio de este domingo.

“Tierra firme”, “barca”, “otra orilla”, “mar”, “tempestad”, son signos que destaca Marcos en este Evangelio. Con determinación Jesús le dice a sus discípulos: “Vamos a la otra orilla” (Mc 4, 35). Jesús no hace opción por la seguridad que ofrece la tierra firme. Su objetivo es ir más allá “a la otra orilla”, que en su época era territorio no judío y por tanto territorio de paganos. Este movimiento lo obliga necesariamente a atravesar el mar, considerado como signo del mal y de peligro. Lo atravesará en una barca en medio de la tempestad, y este es otro elemento a resaltar. Marcos quiere explicar que la primera comunidad cristiana se está enfrentando a un tiempo y un viento contrarios; pero Jesús está en la barca, emprende el viaje junto con ellos, junto a otras barcas. Hoy podemos asociar la barca a nuestra sociedad, a nuestra Iglesia y a nuestro mundo. La tempestad tiene muchos rostros, uno sin duda es el de la pandemia que aún padecemos y con ello todas las consecuencias de un sistema que termina descartando. Pero Jesús está en nuestra barca.

Como mujeres y hombres de fe hoy somos invitados a “ir a otras orillas”, aunque ello implique necesariamente el peligro y el riesgo de perecer en la travesía. El Papa Francisco habla de una Iglesia en salida hacia las periferias, es decir, otras orillas que nos hagan llegar hasta los últimos, porque Dios no olvida a los olvidados que están en las periferias (Cfr. C. Galli). Y en este sentido, la apuesta por la ecología integral de este pontificado, la cual implica atender unitariamente el clamor de la tierra y el clamor de los pobres (Cfr. LS 49), es la orilla a la que Jesús nos invita a ir a los cristianos de este tiempo. Por eso no ha de extrañarnos que en nuestros ambientes parroquiales y de catequesis se pretenda hacernos conscientes de la crisis ambiental y de la repercusión que tiene en los más pobres. No es que la Iglesia haya caído en el “postureo ecológico” o “moda ecológica”. Es responsabilidad creyente hacernos cargo de los nuevos signos de los tiempos, como lo es la crisis socioambiental. En esta tempestad «no es cuestión de despertar a Jesucristo dormido, sino de que nosotros despertemos a su presencia» (J. Espeja), para que seamos capaces de amar comprometidamente este mundo en el que el Señor está presente. «En el corazón de este mundo sigue presente el Señor de la vida que nos ama tanto. Él no nos abandona, no nos deja solos, porque se ha unido definitivamente a nuestra tierra, y su amor siempre nos lleva a encontrar nuevos caminos. Alabado sea» (LS 245).

Hna. Gladys de la Cruz C. HCJC
 

viernes, 18 de junio de 2021

¿QUÉ DICE LOS EVANGELIOS SOBRE LAS PALABRAS?

Una cosa cae fuera de duda: el mayor bien que nos hacemos los humanos nos lo hacemos con las buenas palabras; y los mayores males que nos causamos los humanos nos los hacemos con las malas palabras. De ahí que haya que vigilarlas para que no contribuyan a empeorar nuestras relaciones sino, más bien, a mejorarlas.

Los evangelios no hablan explícitamente de buenas o malas palabras. Pero, deudores de la corriente sapiencial del AT que da mucha importancia a este tema, no hay que dudar que se apunta a las buenas palabras. Las palabras de Jesús han sido, globalmente, buenas, compasivas, curativas, consoladoras, amables, esperanzadoras.

  • Jesús mismo ha recibido palabras buenas como las de aquella mujer que alabó el vientre que le llevó y los pechos que lo criaron (Lc 11,27-28). Alabar a la madre es alabar a la persona, denigrar a la madre, bien lo sabemos, es denigrar a la persona. Jesús habría recibido con corazón agradecido aquella alabanza espontánea de la mujer. Si no, no la habrían consignado los evangelios.
  • Cuando Jesús manda a la misión a sus discípulos les dice, sobre todo, que den una palabra de paz (Mt 10,12-13). De tal modo que la palabra de paz es lo central del anuncio del reino. Una palabra buena, la paz, para anunciar el reino, junto con las curaciones.
  • Jesús queda pintado en Jn 18,23 como una persona de palabras buenas: “si he hablado bien, ¿por qué me pegas?”. Y junto a eso, la evidencia de que en sus palabras no ha habido intenciones ocultas: “no he dicho nada a ocultas” (Jn 18,20). Uno de palabras buenas y sin doblez.

Texto Mt 5,33-37: «También os han enseñado que se mandó a los antiguos: “No jurarás en falso” (Éx 20,17) y “cumplirás tus votos al Señor” (Dt 23,22). Pues yo os digo que no juréis en absoluto: por el cielo no, porque es el trono de Dios; por la tierra tampoco, porque es el estrado de sus pies; por Jerusalén tampoco, porque es la ciudad del gran rey; no jures tampoco por tu cabeza, porque no puedes volver blanco o negro ni un solo pelo. Que vuestro sí sea un sí y vuestro no un no; lo que pasa de ahí es cosa del Malo».

El juramento delata la fragilidad de la palabra: se jura porque la palabra dada no se considera suficiente. Por eso el evangelio propone no jurar, ya que cree en la palabra y en la verdad que la sustenta

  • La palabra del juramento puede ser engañosa porque no hay quien verifique su verdad (ni siquiera en los juramentos judiciales). La palabra del seguidor habría de ser exacta y justa, sin doblez ni ocultamiento y, por lo mismo, no necesitada del apoyo del juramento.
  • En las malas palabras se oculta el malo, la maldad, porque las palabras inhumanas generan inhumanidad. Controlando las palabras se controla la acción del maligno, se es menos malo.
  • La fe se resuelve en estas posturas de componente antropológico. No está la cuestión en los grandes temas espirituales, sino en lo cotidiano de las palabras que salen del corazón.

Aplicación: Hablar de justicia. En nuestra sociedad da casi vergüenza hablar de justicia. Es como si éste valor sustancial produjera malestar al ciudadano de a pie. Hablar de justicia, demandarla, gritar en su nombre resulta trasnochado, como si uno estuviera anclado en mayo del 68. Quizá sea esto así porque lo individual ha copado el todo del ámbito humano moderno y la justicia tiene que ver, sobre todo, con planteamientos colectivos. “La necesidad de equilibrar lo individual con lo colectivo es uno de los grandes dilemas de la ética. El valor de la autonomía y de la libertad individual ha sido lo más desarrollado, y a medida que eso evoluciona resulta más difícil hacer al individuo partícipe de lo colectivo, que piense en los demás, pero no cabe duda de que hay que tender a esa armonía y a un concepto de justicia que viene de los griegos. Al fin y al cabo, la ética busca lo universal. El relativismo absoluto, aunque suene a contradicción, es opuesto a la ética”. Este anhelo de lo universal justo es un elemento insustituible de la experiencia de fraternidad social.

La justicia es  el componente “político” del seguimiento, su participación en el devenir social desde una honda compasión histórica. Este componente es insustituible y, de alguna manera, da sentido al componente “místico”  ya que lo hace visible y, por ello, verdadero. De ahí que una experiencia espiritual que no parta y no aboque al anhelo de la justicia se pierde en el marasmo de lo religioso.

Por lo mismo, hasta la tarea orante ha de nacer y llevar al logro de la justicia esencial. J. Chittister muestra en páginas muy luminosas el cambio que supone en una comunidad contemplativa poner el horizonte de la justicia como algo tomado en serio. “La oración cambió para incluir una nueva conciencia sobre la política nuclear y sus amenazas”. Son cosas, aparentemente, incompatibles. Pero no. El camino de inocular la preocupación y el compromiso con la justicia puede que sea la “salvación” de la oración y de la misma liturgia para que éstas no queden atrapadas en la rutina, en el rito. El cristianismo en general tiene que andar todavía un gran trecho si anhela este horizonte. Y sin embargo, como decimos, existe en ello una gran oportunidad de revitalización. Las palabras del profeta D. Bonhöffer siguen sonando veraces: “Nuestra iglesia que durante años solo ha luchado por su existencia, como si esta fuera una finalidad absoluta, es incapaz de erigirse ahora en portadora de la Palabra que ha de redimir y reconciliar a todos los hombres y al mundo… Por esta razón, las palabras antiguas han de marchitarse y enmudecer y nuestra existencia de cristianos solo tendrá, en la actualidad, dos aspectos: orar y hacer justicia entre los hombres». La oración mezclada a la justicia, ambas realidades unidas.

Fidel Aizpurúa, capuchino

miércoles, 16 de junio de 2021

UNA BONDAD ILUMINANDO EL UNIVERSO

Era mi primera salida al monte de esta primavera. Dejé el coche en Cardaño de Arriba (Palencia), me calcé las botas y la mochila, y lleno de energía comencé la caminata acompañando el río de las Lomas. Su sonido era fresco, de vez en cuando dejaba ver unas pozas que no hubiera dudado en probar si estuviéramos en agosto. Los pájaros estaban contentos y el sol y el cielo mostraban sus colores de fiesta. El camino no era duro, así que tenía tiempo de admirar el paisaje, sobre todo las cumbres nevadas de alrededor, que no conocía. Después de pasar un puente la pendiente se incrementó y saqué los bastones para no castigar las rodillas. Acompasando la respiración caminaba rodeado de los arbustos que siempre hemos llamado “escobas”. Me hizo ilusión ver los primeros rastros de nieve que se convirtieron en grandes neveros y que no tardaron en cubrir todo el camino. La nieve estaba blanda, así que caminaba sobre ella sin resbalarme.  La música de multitud de riachuelos creados por el deshielo alegraba el paseo. Un montañero me adelantó corriendo por la derecha. Fue el anuncio de que faltaba poco para llegar a Pozos de las Lomas. Al superar una loma, la vi. La laguna estaba helada, blanca. Encajonada en una hondonada, rodeada de blancura, me dejó boquiabierto, con una sola palabra en la boca: “espectacular”. Emocionado, no podía dejar de mirarla y no salía de mi boca otra palabra. Pero una convicción fue creándose dentro de mí: “Dios existe”. Tanta belleza despertaba en mí la necesidad de un creador. La armonía de aquel lugar con la concordancia de miles de variables me hablaban, no solo de un diseñador inteligente, sino de un artista genial, un alfarero imprevisible con una sabiduría infinita, inabarcable, desmesurada.

Otras veces -ante un paisaje precioso, o en un momento de placer- también había tenido esta experiencia: la convicción de que Dios existe. Pero por lo repetido me parecía que era vulgar. Sin embargo, unos días después leí un texto del escritor ateo Emile Cioran y me di cuenta que aquella vivencia no era tan trivial. Decía el filósofo: “Cada vez que escucho la Misa en si menor o la Pasión según San Mateo o una cantata de Bach, debo confesar que Dios tiene que existir, y esta es la única prueba que los teólogos han pasado por alto”. Cuando te dejas alcanzar por la belleza, sin querer nada más, no buscando atraparla o sacar rédito de ella, la existencia se serena, el pecho se te ensancha y todas tus células te dicen que hay una bondad iluminando el universo, coloreando cada elemento y cada criatura de la tierra.

Javi Morala, capuchino

 

lunes, 14 de junio de 2021

ECOEVANGELIO: EL BIEN TIENDE A DIFUNDIRSE, A VECES INVISIBLEMENTE

“La mujer árbol”, así se conoce a la keniana Wangari Maathai, destacada ecologista y fundadora del Movimiento Cinturón Verde; a través del cual llegó a plantar más de 40 millones de árboles en toda África, creando más de 3.000 viveros atendidos por unas 35.000 mujeres. Su labor le hizo merecedora del Premio Nobel de la Paz en 2004, siendo la primera mujer africana en conseguirlo. Todo comenzó con un sueño: llenar de árboles su país. Así, de un pequeño proyecto de plantación de árboles pasó a ser, a lo largo de los años, el gran “Proyecto de la Muralla Verde”, que tiene el objetivo de frenar el avance del Sáhara hacia el sur del país e impedir su desertificación. La labor titánica de “la Mujer Árbol” no nació y se desarrolló sin dificultades. Ella misma escribió que: «hubo veces en que ni siquiera yo estaba segura de por qué seguía adelante… El servicio por el bien común quizás fuera difícil, incluso peligroso a veces, pero la Fuente (así nombraba a Dios) y los valores constituyeron poderosas fuerzas que nos mantuvieron en pie, avanzando» (M. Wangari). Esta valiosa mujer murió en el año 2011, su legado sigue vivo en el ahora conocido “Cinturón Verde” de África. Este motivante testimonio nos hace pensar en lo que Jesús nos enseña en el Evangelio de este domingo: la semilla que crece por sí sola, y la pequeña semilla de mostaza. El bien se expande sin darnos cuenta, y crece más allá de nuestras cortas expectativas.

En muchos momentos de su vida Jesús enseñó con parábolas. Con esta forma literaria hablaba de la presencia (del Reino) de Dios a través de ejemplos de la vida cotidiana. De dos parábolas se sirve en esta ocasión: la primera centrada en el crecimiento del Reino sin que sepamos cómo, así como sucede con la semilla que crece por sí sola (Cf. Mc 4, 26-29). La segunda parábola, centrada en el inicio imperceptible del mismo Reino, como sucede con la diminuta semilla de mostaza (Cf. Mc 4, 30-32). En ambas parábolas encontramos la idea de Reino visto como don y tarea; Reino que podemos traducir como el bien germinal en el mundo, que exige nuestro compromiso para su desarrollo, pero también nuestra paciencia y confianza en la Providencia para su ensanchamiento. Si bien ambas parábolas nos hablan de ese “crecimiento providencial de la semilla”, la segunda, referida al pequeño grano de mostaza, nos recuerda que toda siembra, por muy insignificante que sea, al final es capaz de albergar la vida, de ofrecer cobijo y protección.

¡Qué hermosa enseñanza nos entrega Jesús hoy a quienes más de alguna vez hemos caído en el desánimo y en la tentación de claudicar en nuestros sueños y deseos de hacer el bien! Por ejemplo, ante la crisis ambiental, en no pocas ocasiones nos asalta la duda de estar en el camino correcto porque pensamos que nuestras pequeñas acciones, como cuidar el agua, la energía, etc., no aportan nada eficaz ante la enorme destrucción masiva de nuestro planeta.

Ciertamente los comienzos de todo bien sembrado siempre son humildes, casi nunca espectaculares. El Papa Francisco nos dice: «No hay que pensar que esos esfuerzos no van a cambiar el mundo. Esas acciones derraman un bien en la sociedad que siempre produce frutos más allá de lo que se pueda constatar, porque provocan en el seno de esta tierra un bien que siempre tiende a difundirse, a veces invisiblemente» (Laudato Si’ 212). El bien germina secretamente en el corazón humano, y, por lo mismo, tenemos la capacidad de desarrollarlo con nuestro trabajo, pero sobre todo confiando en la providencia de Dios que nos hará crecer hasta ser protectores de la vida. «Aprendamos a descansar en la ternura de los brazos del Padre en medio de la entrega creativa y generosa. Sigamos adelante, démoslo todo, pero dejemos que sea Él quien haga fecundos nuestros esfuerzos como a Él le parezca.» (Evangelii Gaudium, 279).

Hna. Gladys de la Cruz C. HCJC

 

viernes, 11 de junio de 2021

¿QUÉ ES NORMAL?

Llevamos cuatro olas de Covid-19 y al final de cada una de ellas hemos querido volver a esa normalidad en la que vivíamos antes. El final de esta cuarta ola coge vacunada buena parte de la población. Esto nos da más seguridad. Parece que esa nueva nor­ malidad, que hemos querido alcanzar ya en tres ocasiones anteriores, está más cerca.

Pero yo me pregunto ¿Qué es normal ahora? Y, sobre todo, ¿Qué aceptamos como normal para recuperar esas libertades sociales con las que vivíamos antes?

Ha finalizado el estado de alarma ¡por fin! Y con él las limitaciones perimetrales y las restricciones horarias. Ahora nos toca a nosotros, a cada persona, a cada ciudada­ no, actuar con responsabilidad social.

Creo que queda mucho para recuperar una normalidad en el sentido completo de la palabra. ¿Cuándo se eliminará la limita­ ción perimetral de los abrazos y los besos?

¿Cuándo dejaremos de sentirnos extraños al ver a un amigo y no saber si abrazarle o darle el codo? ¿Cuándo nuestra sonrisa no tendrá el filtro de la mascarilla?

Hay cosas que quiero que continúen en esta anormalidad en la que vivimos ahora. Por ejemplo, el tener más presentes a las personas mayores y sus necesidades. Ese resurgir solidario de donaciones y ayudas a los que más lo necesitan. Mantener un orden de entrada y salida en tiendas y me­ dios de transporte. Y, sobre todo, el haber cambiado las visitas del fin de semana a centros comerciales por salidas al campo en familia a disfrutar de la naturaleza.

Ojalá la fatiga social que nos ha traído esta pandemia dé paso a nuevos encuentros y relaciones... y que lo normal, por fin, sea normal.

Fernando Mosteiro

miércoles, 9 de junio de 2021

CARTA DE UN JOVEN POSMODERNO A OTRO JOVEN POSMODERNO

Querido amigo:

Te escribo porque últimamente veo a muchos hablando sobre nuestra generación y tengo la sensación de que todo se circunscribe a gente mayor que nosotros y con la vida resuelta explicándonos qué hay que hacer para conseguir lo mismo. Y creo que empieza a ser hora de que hablemos entre nosotros.

Mira, te adelanto que no tengo las respuestas a casi ninguna de las preguntas que tenemos como generación. Como mucho tengo intuiciones, y no creo que sea mucho más lo que tienen otros que nos prescriben.

A nosotros nos contaron que veníamos a tirar el sistema abajo. Que nuestro destino era superar a una generación de funcionarios de la genX que ni sabía idiomas, ni se manejaba en el entorno digital. Básicamente nos dijeron que el futuro era nuestro solo por existir. Y, a ver, en términos biológicos, podemos afirmar que hay algo de esto, lo decía Kapucinski. Pero ese futuro hoy, parece tener más de dolor que de gloria.

La mayoría de nosotros solo hemos leído a Nietzsche por encima y Foucault ni nos suena. Nuestras lecturas siempre han sido más prosaicas en general: novelas varias de fantasía y aventura y los manuales enormes de la universidad, que junto a las lecturas obligatorias han supuesto la mayor parte de nuestro acervo cultural lector. En general, a nosotros nos han influido más las series: Friends, Cómo Conocí a Vuestra Madre o Juego de Tronos. Ni mejor ni peor: la realidad. No podemos decir que nuestros referentes filosóficos sean demasiado intelectuales.

Nosotros, con lo que sí hemos convivido es con la política. Desde que empezamos a razonar como adolescentes hemos conocido plataformas políticas que nos venían a regenerar, que querían encontrarnos un futuro, que nos prometían que ellos sí pensaban en nosotros. El 15-M fue una catarsis política para nosotros. Los movimientos políticos de nuevo cuño solo nos pedían que comprásemos los paquetes que nos preparaban: los buenos solo son de derechas o de izquierdas (según quién te lo dijera, claro); las consignas de Twitter son para seguirlas y tampoco hace falta preocuparse demasiado, que ellos se encargaban de todo. Ellos, los influencer de cabecera y los preceptores de vida buena. Y, así, hemos crecido con conciencia de los problemas sociales, pero con pocos alicientes para profundizar en ellos. Sin interés por la participación política, pero con grandes dosis de crispación en ese ámbito.

Nos dijeron que nos abriésemos cuenta en Netflix, en Instagram y en Tinder y que disfrutásemos. Que hiciéramos un Erasmus y que estudiásemos aquello que soñábamos (aunque nunca nos invitaron a ser pragmáticos a la hora de elegir empleo. Y así estamos, frustrados porque nunca seremos directores de cine en Hollywood y asuntos por el estilo, pero el alquiler hay que pagarlo igual). Nos contaron que podíamos tenerlo todo siempre: las series, en maratón; los likes a puñados; y los ligues a golpe de match.

También nos dijeron que la juventud dura hasta que uno quiera, pero estamos llegando (o pasando) a los 30 y uno empieza ver que sus padres ya peinan canas. Nos dijeron que lo importante era probarlo todo, pero no nos explicaron que a más experiencias no se le seguía necesariamente más herramientas para enfrentarse al mundo. Nos explicaron que ser padres jóvenes no era guay, que lo importante es tenerlo todo atado antes de tomar decisiones y que, por supuesto, estas nunca jamás tendrían por qué ser irrevocables. Nos empujaron a pensar que cuidar de otros «era una mierda», que la vida es mejor preocupándose de uno mismo y que nadie te quiere como tú. Nos han vendido muchas motos.

Y yo, con alguno menos de 30, ya me estoy dando cuenta de ciertas cosas que, si me dejas, te quiero compartir.

Mira, cada uno vive lo mejor que puede. Pero viendo a los que van por delante de mí y con preocupación por los que vienen detrás, no puedo evitar pensar que hay cosas que no funcionan. A mi edad ya he conocido a demasiada gente con depresión a la que la frustración vital se le ha unido la precariedad económica y emocional. Y no es justo.

Yo quiero decirte que creo que sí, que hay que tener conciencia de la sociedad, pero que lo primero y más importante es que nadie te obligue a comprar packs cerrados y completos: que tienes derecho a participar de la vida pública escogiendo aquellas propuestas que te ayuden a ser mejor, a hacer mejor la sociedad. Y, sobre todo, respetando y discutiendo ideas con quienes piensan diferente. Y que no es solo tu derecho, es que te va en ello el futuro (y el presente).

También creo que sí: las series, los likes y los match son divertidos, pero no dejan de ser un juego. Que la vida nos la jugamos en la búsqueda de sentido, en el trabajo duro y en la recreación (de recrear, o crear de nuevo) de un pensamiento que nos ayude a llegar más adentro, en la espesura, con todos sus matices y sus sombras. Escuchando y leyendo a los que saben más, con la conciencia de que ni siquiera ellos tienen la Verdad completa. En definitiva: que lo ganamos todo buscando referentes buenos que no prescriban, pero sí señalen. Y que en la costumbre –o sea, en los mayores– , encontramos pistas sobre la Vida, con mayúsculas: los retos, lo importante, lo superfluo, las raíces…

Creo que la juventud es un buen momento para experimentar y que tenemos la obligación de vivir la etapa sabiendo que es un trampolín para el futuro. Que a la vez que lo pasamos bien y vivimos experiencias, tenemos que sentar las bases para no pasar por la existencia de cualquier manera. Que no somos jóvenes eternamente, vaya. Que tomar decisiones hoy nos condiciona el futuro nos guste o no y que, entonces, vale la pena dedicar tiempo a elegir las mejores posibles.

Alguien tiene que decirnos que el trabajo de los sueños no existe para casi nadie. Y que eso no nos convierte en infelices o incompletos. Que el mito del hombre del traje gris es solo un mito, que su problema siempre fue de inocente idealismo o de mirada corta. Algunos tendremos más suerte, otros menos, pero la felicidad está en otras cosas. Si tienes suerte de trabajar en tu vocación, aprovecha y agradece. Y si no, vuelca tus esperanzas en otros asuntos. Quien te paga la nómina no te define ni a ti ni a tus aspiraciones.

La felicidad, querido amigo, está, por lo que voy intuyendo, en lo que no se paga. En cuidar a otros. Porque los que nos dicen que eso «es una mierda», lo que nunca nos dicen es que peor es no tener a quien cuidar. Y que por esto vale la pena establecer relaciones duraderas, basadas en la confianza y el Amor. Un Amor que no vive solo de mariposeos en el estómago, sino que se demuestra cuando más cuesta, cuando la vida aprieta. Cuando haya que cambiar pañales (de niño o de adulto) o aguantar tormentas.

Y una cosa más. También creo que los jóvenes de la postmodernidad tenemos mucha hambre de creer en algo que nos cambie la vida y nos hable de eternidad. Quizá lo que nos ha faltado hasta ahora son personas que lo hagan en nuestro idioma.

Bueno, eso, que son intuiciones. No sé si tendrán valor, pero quiero ver qué hay detrás. Te lo cuento en unos años.

Pablo Martín Ibáñez

domingo, 6 de junio de 2021

ECOEVANGELIO: SANTÍSIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO

La representación de lo sagrado está muy presente en la cosmovisión indígena, sobre todo a través de símbolos y elementos de la naturaleza. Un ejemplo de ello lo encontramos en el “Altar Maya”, realizado sobre todo en Centroamérica. Éste de ordinario es preparado frente al altar de la misa, con flores y velas de colores, según los cuatro rumbos del universo, y con frutos de la tierra. Llama la atención que después de las diversas oraciones, dirigidas según los puntos cardinales, todos se dirigen al centro del “Altar Maya” y se eleva una oración para aclamar a Jesucristo, “corazón del cielo y corazón de la tierra”, en quien se unen lo humano con lo divino, el cielo y la tierra, centro de la vida cristiana y corazón de la celebración (Cf. F. Arizmendi). Algunas veces el “Altar Maya” también es preparado para la adoración del Santísimo Sacramento. Así, se unen los símbolos y oraciones, expresión holística de la realidad, a la presencia Eucarística de Jesucristo. He querido compartir esta experiencia, propia de mi cultura, porque considero que expresa claramente el valor de la naturaleza y del cosmos en el Misterio eucarístico. Aspecto que reflexionaremos en este espacio, dentro del marco de la solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo. 

El Evangelio de este domingo nos presenta el más precioso don que la Iglesia puede tener en su caminar por la historia: el Misterio eucarístico (Cf. EE 9). Desde aquella última cena, y a lo largo de los siglos, en el humilde signo del pan y el vino, Jesucristo nuestro Señor sigue entregando el don de sí mismo, de su persona, de su Cuerpo y su Sangre: 

«Tomad, esto es mi cuerpo… esta es mi sangre» (Mc. 14, 22-23). Es realmente asombroso considerar que el pan y el vino, frutos de la tierra y del trabajo humano, han sido los elementos elegidos por nuestro Señor para perpetuar su presencia viva entre nosotros. La encíclica Laudato sí’ expresa esta excepcional verdad: «El Señor, en el colmo del misterio de la Encarnación, quiso llegar a nuestra intimidad a través de un pedazo de materia. No desde arriba, sino desde adentro, para que en nuestro propio mundo pudiéramos encontrarlo a él» (LS 236). Y así es, nada más cierto y hermoso, tener a Jesucristo presente bajo las apariencias de pan y vino, y más aún, comiéndolo en las especies consagradas. Esto es así, sin más explicación, Jesucristo está realmente presente en la Eucaristía. «No veas -exhorta San Cirilo de Jerusalén- en el pan y el vino meros elementos naturales, porque el Señor ha dicho expresamente que son su cuerpo y su sangre: la fe te lo asegura, aunque los sentidos te sugieran otra cosa» (EE 15).

La toma de conciencia sobre la presencia real de Jesucristo en el pan y el vino consagrado no hace más que elevar nuestro pensamiento y preguntarnos: ¿cómo no abrazar a la creación de un modo distinto? Desde nuestra fe en la Eucaristía no sólo podemos valorar aún más el mundo creado, sino unirnos a la creación y dar gracias al que nos ha creado. Se puede decir que en la Eucaristía nos hermanamos realmente con todo el cosmos en una única alabanza, porque «Unido al Hijo encarnado, presente en la Eucaristía, todo el cosmos da gracias a Dios» (LS 236). Así también el gran Misterio de la presencia real de Cristo en los elementos naturales, en el que Cristo abraza y penetra todo lo creado, es fuente de luz y motivación para nuestras preocupaciones por el ambiente (Cf. LS 236). Para finalizar, te propongo hacer un ejercicio sencillo: cuando participes en la Eucaristía sé extremadamente consciente del momento en que el sacerdote consagra el pan y el vino. También puedes visitar a Jesús sacramentado en tu parroquia, o en algún templo que te quede cerca o de camino. En tu visita eucarística sé consciente de estar unido a todo el cosmos en la alabanza al Creador, y da gracias a Jesucristo, que a través de los elementos naturales, se ha hecho tu compañero y tu alimento.

Hna. Gladys de la Cruz Castañón

jueves, 3 de junio de 2021

EL CORAZÓN DE JESÚS

El mes de junio la Iglesia Católica lo dedica al Sagrado Corazón de Jesús, para que veneremos, honremos e imitemos el amor de Cristo a todas las personas. La fiesta se celebra el viernes siguiente al Corpus Christi. 

Esta devoción por el Sagrado Corazón de Jesús, ha estado presente en la Iglesia desde el siglo XI, cuando los cristianos meditaban sobre las cinco llagas de Cristo. Esta devoción se extendió especialmente en los tiempos de la Contrarreforma, en los siglos XVII y XVIII. Más tarde, en el XIX se propaga también la devoción por el Sagrado Corazón de María, cuya fiesta se celebra al día siguiente del Corazón de Jesús.

A la hora de propagar la devoción al Sagrado Corazón tuvieron una importancia especial las figuras de San Juan Eudes, que celebró la primera fiesta del Sagrado Corazón, y la de Santa María de Alacoque, que vio el corazón de Jesús rodeado de llamas de amor, coronado de espinas, con una herida abierta por la que salía sangre, y una cruz. En esta visión ella escuchó estas palabras de Jesús: “He aquí el corazón que tanto ha amado a los hombres, y en cambio, de la mayor parte de los hombres recibo ingratitud, irreverencia y desprecio”.

La devoción al Sagrado Corazón, de alguna manera nos propone que seamos capaces de acercarnos a Dios más por el corazón, por vía afectiva, que por la razón. San Juan nos dice que Dios es amor. El mandamiento nuevo de Jesús gira en torno al amor. Por eso el lenguaje racional es insuficiente, se queda corto, para hablar de Dios. En este mes hagamos nuestra esta afirmación de San Gregorio Magno: “Aprende a conocer el corazón de Dios en las palabras de Dios”. Dios es amor. El suyo es un lenguaje de amor. Cuando entendamos su Palabra como la de Alguien que nos ama, llegaremos a comprendernos a nosotros mismos y a conocer el corazón de Dios. De ahí que el que papa Francisco nos invite “a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso. No hay razón para que alguien piense que esta invitación no es para él, porque nadie queda excluido de la alegría reportada por el Señor” (EG3)

Es curioso que sea el corazón el único órgano interno de nuestro cuerpo que sentimos, escuchamos e incluso hay momentos en los que apreciamos sus cambios de ritmo según los diferentes estados de ánimo que tengamos. Tal vez por eso cada persona tiene una relación distinta con el corazón que con los demás órganos, a los que solemos sentir a través del dolor o malestar.

Desde que leímos el pequeño libro de El Principito sabemos que “solo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible a los ojos”. Que Dios nos conceda el arte y la sabiduría para ver más allá de las apariencias y valorar las cosas por aquello que en realidad son, y no por lo que parecen.

Benjamín Echeverría, capuchino