En la primera mitad del siglo XX encontramos el desarrollo de una propuesta novedosa y reconciliadora entre la ciencia, la fe y la mística, en la obra de Pierre Teilhard de Chardin (1881-1955), científico y sacerdote jesuita. No sin dificultades, Teilhard asumió la difícil tarea de reconciliar el pensamiento cristiano con el pensamiento evolucionista y científico de su tiempo. Y desde esta preocupación describió su bella experiencia creyente, como leemos en sus escritos: «Escribo estas líneas por exuberancia de vida y por apremio de vivir; para expresar una visión apasionada de la Tierra, y para buscar una solución a las dudas de mi acción: porque amo el Universo, sus energías, sus secretos, sus esperanzas, y porque, al mismo tiempo, estoy consagrado a Dios, único Origen, único Camino, único Término». Teilhard habla de las dudas de su acción, porque estas le ocasionaron la prohibición de escribir y de enseñar; sus libros fueron considerados peligrosos. Hoy la labor de Teilhard es valorada en el conjunto de la renovación de la fe cristiana y de la puesta al día de la misma espiritualidad, así como en la perspectiva ecológica creyente. La pasión y la audacia de Teilhard nos recuerda el imperativo de Jesús a todos los creyentes: “Pasar a la otra orilla”, a la orilla de nuestra sociedad actual, esta que nos desafía y nos desinstala, y nos recrea en nuestra experiencia creyente. Nos lo recuerda el Evangelio de este domingo.
“Tierra firme”, “barca”, “otra orilla”, “mar”, “tempestad”, son signos que destaca Marcos en este Evangelio. Con determinación Jesús le dice a sus discípulos: “Vamos a la otra orilla” (Mc 4, 35). Jesús no hace opción por la seguridad que ofrece la tierra firme. Su objetivo es ir más allá “a la otra orilla”, que en su época era territorio no judío y por tanto territorio de paganos. Este movimiento lo obliga necesariamente a atravesar el mar, considerado como signo del mal y de peligro. Lo atravesará en una barca en medio de la tempestad, y este es otro elemento a resaltar. Marcos quiere explicar que la primera comunidad cristiana se está enfrentando a un tiempo y un viento contrarios; pero Jesús está en la barca, emprende el viaje junto con ellos, junto a otras barcas. Hoy podemos asociar la barca a nuestra sociedad, a nuestra Iglesia y a nuestro mundo. La tempestad tiene muchos rostros, uno sin duda es el de la pandemia que aún padecemos y con ello todas las consecuencias de un sistema que termina descartando. Pero Jesús está en nuestra barca.
Como mujeres y hombres de fe hoy somos invitados a “ir a otras orillas”, aunque ello implique necesariamente el peligro y el riesgo de perecer en la travesía. El Papa Francisco habla de una Iglesia en salida hacia las periferias, es decir, otras orillas que nos hagan llegar hasta los últimos, porque Dios no olvida a los olvidados que están en las periferias (Cfr. C. Galli). Y en este sentido, la apuesta por la ecología integral de este pontificado, la cual implica atender unitariamente el clamor de la tierra y el clamor de los pobres (Cfr. LS 49), es la orilla a la que Jesús nos invita a ir a los cristianos de este tiempo. Por eso no ha de extrañarnos que en nuestros ambientes parroquiales y de catequesis se pretenda hacernos conscientes de la crisis ambiental y de la repercusión que tiene en los más pobres. No es que la Iglesia haya caído en el “postureo ecológico” o “moda ecológica”. Es responsabilidad creyente hacernos cargo de los nuevos signos de los tiempos, como lo es la crisis socioambiental. En esta tempestad «no es cuestión de despertar a Jesucristo dormido, sino de que nosotros despertemos a su presencia» (J. Espeja), para que seamos capaces de amar comprometidamente este mundo en el que el Señor está presente. «En el corazón de este mundo sigue presente el Señor de la vida que nos ama tanto. Él no nos abandona, no nos deja solos, porque se ha unido definitivamente a nuestra tierra, y su amor siempre nos lleva a encontrar nuevos caminos. Alabado sea» (LS 245).
“Tierra firme”, “barca”, “otra orilla”, “mar”, “tempestad”, son signos que destaca Marcos en este Evangelio. Con determinación Jesús le dice a sus discípulos: “Vamos a la otra orilla” (Mc 4, 35). Jesús no hace opción por la seguridad que ofrece la tierra firme. Su objetivo es ir más allá “a la otra orilla”, que en su época era territorio no judío y por tanto territorio de paganos. Este movimiento lo obliga necesariamente a atravesar el mar, considerado como signo del mal y de peligro. Lo atravesará en una barca en medio de la tempestad, y este es otro elemento a resaltar. Marcos quiere explicar que la primera comunidad cristiana se está enfrentando a un tiempo y un viento contrarios; pero Jesús está en la barca, emprende el viaje junto con ellos, junto a otras barcas. Hoy podemos asociar la barca a nuestra sociedad, a nuestra Iglesia y a nuestro mundo. La tempestad tiene muchos rostros, uno sin duda es el de la pandemia que aún padecemos y con ello todas las consecuencias de un sistema que termina descartando. Pero Jesús está en nuestra barca.
Como mujeres y hombres de fe hoy somos invitados a “ir a otras orillas”, aunque ello implique necesariamente el peligro y el riesgo de perecer en la travesía. El Papa Francisco habla de una Iglesia en salida hacia las periferias, es decir, otras orillas que nos hagan llegar hasta los últimos, porque Dios no olvida a los olvidados que están en las periferias (Cfr. C. Galli). Y en este sentido, la apuesta por la ecología integral de este pontificado, la cual implica atender unitariamente el clamor de la tierra y el clamor de los pobres (Cfr. LS 49), es la orilla a la que Jesús nos invita a ir a los cristianos de este tiempo. Por eso no ha de extrañarnos que en nuestros ambientes parroquiales y de catequesis se pretenda hacernos conscientes de la crisis ambiental y de la repercusión que tiene en los más pobres. No es que la Iglesia haya caído en el “postureo ecológico” o “moda ecológica”. Es responsabilidad creyente hacernos cargo de los nuevos signos de los tiempos, como lo es la crisis socioambiental. En esta tempestad «no es cuestión de despertar a Jesucristo dormido, sino de que nosotros despertemos a su presencia» (J. Espeja), para que seamos capaces de amar comprometidamente este mundo en el que el Señor está presente. «En el corazón de este mundo sigue presente el Señor de la vida que nos ama tanto. Él no nos abandona, no nos deja solos, porque se ha unido definitivamente a nuestra tierra, y su amor siempre nos lleva a encontrar nuevos caminos. Alabado sea» (LS 245).
Hna. Gladys de la Cruz C. HCJC
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