El mes de junio la Iglesia Católica lo dedica al Sagrado Corazón de Jesús, para que veneremos, honremos e imitemos el amor de Cristo a todas las personas. La fiesta se celebra el viernes siguiente al Corpus Christi.
Esta devoción por el Sagrado Corazón de Jesús, ha estado presente en la Iglesia desde el siglo XI, cuando los cristianos meditaban sobre las cinco llagas de Cristo. Esta devoción se extendió especialmente en los tiempos de la Contrarreforma, en los siglos XVII y XVIII. Más tarde, en el XIX se propaga también la devoción por el Sagrado Corazón de María, cuya fiesta se celebra al día siguiente del Corazón de Jesús.
A la hora de propagar la devoción al Sagrado Corazón tuvieron una importancia especial las figuras de San Juan Eudes, que celebró la primera fiesta del Sagrado Corazón, y la de Santa María de Alacoque, que vio el corazón de Jesús rodeado de llamas de amor, coronado de espinas, con una herida abierta por la que salía sangre, y una cruz. En esta visión ella escuchó estas palabras de Jesús: “He aquí el corazón que tanto ha amado a los hombres, y en cambio, de la mayor parte de los hombres recibo ingratitud, irreverencia y desprecio”.
La devoción al Sagrado Corazón, de alguna manera nos propone que seamos capaces de acercarnos a Dios más por el corazón, por vía afectiva, que por la razón. San Juan nos dice que Dios es amor. El mandamiento nuevo de Jesús gira en torno al amor. Por eso el lenguaje racional es insuficiente, se queda corto, para hablar de Dios. En este mes hagamos nuestra esta afirmación de San Gregorio Magno: “Aprende a conocer el corazón de Dios en las palabras de Dios”. Dios es amor. El suyo es un lenguaje de amor. Cuando entendamos su Palabra como la de Alguien que nos ama, llegaremos a comprendernos a nosotros mismos y a conocer el corazón de Dios. De ahí que el que papa Francisco nos invite “a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso. No hay razón para que alguien piense que esta invitación no es para él, porque nadie queda excluido de la alegría reportada por el Señor” (EG3)
Es curioso que sea el corazón el único órgano interno de nuestro cuerpo que sentimos, escuchamos e incluso hay momentos en los que apreciamos sus cambios de ritmo según los diferentes estados de ánimo que tengamos. Tal vez por eso cada persona tiene una relación distinta con el corazón que con los demás órganos, a los que solemos sentir a través del dolor o malestar.
Desde que leímos el pequeño libro de El Principito sabemos que “solo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible a los ojos”. Que Dios nos conceda el arte y la sabiduría para ver más allá de las apariencias y valorar las cosas por aquello que en realidad son, y no por lo que parecen.
Benjamín Echeverría, capuchino
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