Cada año se entrega el “Premio Goldman”, considerado el Premio Nobel de Ecología. En este año 2021 han sido galardonadas seis mujeres de distintos países. Liz Chicaje, lideresa bora peruana es una de las premiadas. Con su aporte ha contribuido a fundar el Parque Nacional Yaguas, que protege más de 800.000 hectáreas de selva amazónica. El logro de esta mujer ambientalista es relevante en sí, pero datos más concretos nos permiten dimensionar su aporte: «Con la declaración de Yaguas como parque nacional se logrará proteger alrededor de 1,5 millones de toneladas de carbono durante los próximos 20 años» (SERNANP). Como cada historia de lucha a favor del medio ambiente sembrada de dificultades, la de Liz no es la excepción. Ella recuerda el difícil trayecto para conseguir que Yaguas fuera declarado Parque Nacional. Siendo la única mujer, entre los 16 líderes hombres, logró ganarse el respeto y la confianza de su equipo, que siempre la respaldó en las múltiples gestiones y diálogos que supuso este proyecto. En unas de sus declaraciones expresa el sentido profundo que la ha movido a defender la vida en el Amazonas: «Yaguas es un lugar sagrado para nosotros. Hemos trabajado incansablemente para que, como parque, sea un lugar seguro, donde los animales puedan reproducirse, que sea un lugar donde no ingresen quienes cometen actos ilegales». La audacia de Liz, que la ha llevado a proteger y sanar la vida de una parte de nuestro planeta, nos introduce en el acento que hoy queremos resaltar del Evangelio de este domingo. Necesitamos una fe atrevida para gestionar y curar la vida.
Fijemos nuestra atención en dos personajes del Evangelio: en Jairo, jefe de la sinagoga y en la mujer, de la que no se dice su nombre sino que se la identifica por su enfermedad y su impureza. Recordemos que en la mentalidad de la época, toda persona que tocara sangre o a un cadáver era considerado impuro. Tanto Jairo como la mujer son personajes llenos de coraje. Cada uno a su manera y desde su situación se atreve a romper barreras para conseguir que Jesús atienda a su necesidad. El primero tuvo que superar los prejuicios religiosos. Él era un jefe religioso, y seguramente sabía lo que se decía de Jesús, de sus curaciones en sábado, de su convivencia con los pecadores, etc., y por lo tanto se exponía a ser descalificado por sus correligionarios por este acercamiento. Sin embargo, vemos a un hombre que ruega con insistencia, y a la vista de todos, que su hija sea curada. Por otro lado, la mujer anónima, impura y avergonzada de su mal, ni siquiera se siente digna de hablar con Jesús. Sale por detrás de la multitud y se atreve a tocar su manto. El atrevimiento de Jairo y de la mujer antecede a la acción de Jesús. Las acciones de cada uno expresan el valor de la fe; la fe en Jesús es lo que los mueve a superar miedos, descalificaciones, prejuicios y barreras para obtener la salud y la vida.
Es muy potente el mensaje que nos llega a través de las decisiones de estos personajes, capaces de actuar desde la fe; una fe activa que los mueve y que los desinstala de su necesidad para buscar una alternativa nueva de vida. Ciertamente Jesús no pasa de largo sino que acoge la necesidad y actúa. Y desde aquí también podemos preguntarnos: desde la fe, ¿acogemos y ayudamos a levantarse a otros caídos por tantas causas?, ¿vencemos obstáculos y nos hacemos cargo de la vida que se desarrolla a nuestro alrededor?, ¿ante los problemas que enfrentamos como humanidad, damos respuestas audaces y atrevidas? La fe en Jesús no debería enajenarnos de lo que le sucede a nuestro mundo, por el contrario, según la encíclica Laudato Si’, «La fe aporta nuevas motivaciones y exigencias frente al mundo del cual formamos parte» (LS 17). Nuestro tiempo, como nunca, es tiempo de fe; no de una fe privatizada y barnizada de mutismo, sino de fe activa, de movimiento, de itinerancia desestabilizadora para realizar y testimoniar el sentido de la vida.
Hna. Gladys de la Cruz C. HCJC
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