Era mi primera salida al monte de esta primavera. Dejé el coche en Cardaño de Arriba (Palencia), me calcé las botas y la mochila, y lleno de energía comencé la caminata acompañando el río de las Lomas. Su sonido era fresco, de vez en cuando dejaba ver unas pozas que no hubiera dudado en probar si estuviéramos en agosto. Los pájaros estaban contentos y el sol y el cielo mostraban sus colores de fiesta. El camino no era duro, así que tenía tiempo de admirar el paisaje, sobre todo las cumbres nevadas de alrededor, que no conocía. Después de pasar un puente la pendiente se incrementó y saqué los bastones para no castigar las rodillas. Acompasando la respiración caminaba rodeado de los arbustos que siempre hemos llamado “escobas”. Me hizo ilusión ver los primeros rastros de nieve que se convirtieron en grandes neveros y que no tardaron en cubrir todo el camino. La nieve estaba blanda, así que caminaba sobre ella sin resbalarme. La música de multitud de riachuelos creados por el deshielo alegraba el paseo. Un montañero me adelantó corriendo por la derecha. Fue el anuncio de que faltaba poco para llegar a Pozos de las Lomas. Al superar una loma, la vi. La laguna estaba helada, blanca. Encajonada en una hondonada, rodeada de blancura, me dejó boquiabierto, con una sola palabra en la boca: “espectacular”. Emocionado, no podía dejar de mirarla y no salía de mi boca otra palabra. Pero una convicción fue creándose dentro de mí: “Dios existe”. Tanta belleza despertaba en mí la necesidad de un creador. La armonía de aquel lugar con la concordancia de miles de variables me hablaban, no solo de un diseñador inteligente, sino de un artista genial, un alfarero imprevisible con una sabiduría infinita, inabarcable, desmesurada.
Otras veces -ante un paisaje precioso, o en un momento de placer- también había tenido esta experiencia: la convicción de que Dios existe. Pero por lo repetido me parecía que era vulgar. Sin embargo, unos días después leí un texto del escritor ateo Emile Cioran y me di cuenta que aquella vivencia no era tan trivial. Decía el filósofo: “Cada vez que escucho la Misa en si menor o la Pasión según San Mateo o una cantata de Bach, debo confesar que Dios tiene que existir, y esta es la única prueba que los teólogos han pasado por alto”. Cuando te dejas alcanzar por la belleza, sin querer nada más, no buscando atraparla o sacar rédito de ella, la existencia se serena, el pecho se te ensancha y todas tus células te dicen que hay una bondad iluminando el universo, coloreando cada elemento y cada criatura de la tierra.
Javi Morala, capuchino
Que bonito,y mucho para pensar
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