Esta fotografía es la de una clase de un pueblo de Cádiz (Camposoto, San Fernando). Son niños de último año de infantil. Todos se tapan la cara y queda solamente a la vista la cara de los profesores y la de un niño que se llama Antonio. Sus compañeros le llaman “superantonio”. Es un niño con parálisis cerebral, “va en carrito”, tiene un pupitre especial. Pero es listo como el aire y ha hecho piña con sus compañeros de manera increíble. Resulta que una productora de jóvenes jerezanos hizo gratuitamente un video sobre Antonio y su escuela como felicitación navideña. Pero Ana Pastor, la periodista, se fijó en él, le dio publicidad y de ahí saltó a todos los periódicos y televisiones. Lo han visto más de medio millón de personas. Son vidas que florecen más allá de cualquier prejuicio y uniéndose en el corazón, en la base de la dignidad, en el cimiento del amor.
La vida de Jesús ha florecido. Eso es lo que celebramos en la Pascua: una vida florecida más allá de las tremendas limitaciones e injusticias de una muerte violenta. Jesús ha sido un ramo de abril florecido, un espino blanco que florece en primavera, una jara que cubre las laderas de su hermosa flor blanca. La herida de la muerte no fue más grande en él que la herida del amor. Al contrario, en el Calvario plantaron una cruz pero, en realidad, plantaban el más florido de los almendros, el rosal que no se agosta con los fríos. No es poesía barata decir que la de Jesús ha sido una vida florecida. Es la realidad más hermosa, la promesa de las esperanzas más hondas, la certeza de que los sueños tomarán cuerpo, la seguridad de que las ilusiones no quedarán frustradas.
Para celebrar bien la Pascua es preciso celebrar bien la vida que florece. Para ello, hay que amar la vida, mirarla con benignidad, abrazarla con ternura. Mirar de través a la vida, a la sociedad, a la persona, pensar siempre negativamente, ser implacable con los fallos de los demás, vivir avinagrado y avinagrando al otro, no es camino de Pascua. No se trata de ser ingenuos y ocultar lo limitado y pobre de nuestros caminos e trata de ser animoso, positivo, constructor de horizontes.
Es cierto que los tiempos de Francisco, la Edad Media, fueron épocas de mucha dureza, de mucha inhumanidad, de mucha muerte. Pero eso no logró amargar el corazón de Francisco. Para él la vida siempre fue luminosa, hasta en los peores momentos. Y esta luz le venía, sin duda, de haber descubierto a un Jesús hermoso, florecido, amable. En sus escritos él echa verdaderos “piropos” a Jesús: hermano, hermoso, de palabras perfumadas, amable en extremo, brillante, tierno, etc. Estaba embobado por él. De manera que se podría decir que toda su vida fue Pascua porque nunca le abandonó la certeza de que Jesús era luminoso y florido. Clara pensaba igual o más.
Si quieres celebrar bien la Pascua has de sacar del baúl de tu corazón los ropajes más vivos, las sonrisas más luminosas, los abrazos más cálidos, los perfumes más embriagadores. Solamente se puede celebrar la Pascua desde lo mejor de ti mismo, desde tus valores menos estropeados, desde tus sueños más acariciados. Habríamos de florecer en Pascua como florecen los campos, como se llenan de color las laderas, como renace todo lo que estaba aterido. Una Pascua “florida”, una Pascua de amor. (Fidel Aizpurúa)