jueves, 28 de marzo de 2013

JUEVES SANTO: ENTREGAS QUE NO SE PIERDEN (Textos para la Pascua Joven)


   Esta niña pakistaní se llama Malala Yousafzai. Fue tiroteada hace poco a sus 13 años por hacer campaña en su blog y en su vida a favor de la escolarización de las niñas de Pakistán. Los talibán no dudaron en pegarle cuatro tiros y dejarla al borde de la muerte. Ha pasado por varias operaciones en Inglaterra. Su rostro no es ahora tan bonito como el de la foto, pero su corazón es mucho más hermoso. Cuando cayó víctima del atentado sus verdugos habrían pensado que su entrega a la causa de la escolarización de las niñas se venía abajo. Una entrega perdida. Pero era justamente lo contrario: su entrega cobrara más valor cuanto más injustamente era tratada. Por ella hemos sabido que la vida de las niñas en países como el suyo es muy dura. Pero también hemos visto que no están solas, que alguien acompaña el despertar difícil de las mujeres que viven en regímenes de desigualdad. No es una entrega perdida porque las entregas no se pierden nunca. Y esto es así porque las entregas tienen valor en sí mismas. No dependen ni del aplauso, ni del reconocimiento, ni del premio, ni del sueldo. Tienen el valor dentro, antes que todas estas cosas. Quien se entrega ha de saber que aunque no reciba aplausos, lo suyo vale. Esto le ha de hacer levantar los hombros y seguir adelante.
   El Jueves Santo es el día de la entrega pobre y humilde de Jesús, su lavar los pies a aquellos amigos suyos que no entendían el lenguaje de la entrega. Pero es el día en que hoy valoramos el justo sentido de aquella entrega. Cuando se ató la toalla y les lavó los pies a sus amigos les estaba queriendo decir: las entregas valen, no se pierden; si os entregáis sois de los míos; no os importe que ignoren vuestra generosidad; cuando os entregáis estás siendo de mi grupo; si te das al otro sin reclamar nada a cambio, eres mi amigo mejor. Pedro creía que aquello era una broma de mal gusto. Pero no, él también entendería que entregarse era la clave y que lavar los pies, servir, no era una pérdida, sino una ganancia.
   No le han calificado a Francisco como un “entregado”. Pero, en realidad, lo era: se entregó a tumba abierta al Evangelio y llegó a su corazón; se entregó sin reservas a su comunidad y sintió el calor del amor; se entregó con pasión a la creación y disfrutó siempre con ella; se entregó sin descanso a la oración y halló en ella consuelo y fortaleza; se entregó a la vida de los humildes y de ellos recibió dulzura y consuelo. Entregados que salieron ganando, esos son Francisco y Clara.
   Quizá no sea palabra del gusto de nuestro tiempo, eso de llamarnos entregados y de querer entregarse. Parece que suena a rendirse, a servilismo, a esclavitud. Nada de eso. Entregarse es ser como Jesús y saber que entregándose, sirviendo, puedo vivir contento, realizado, humano. Entregarse es abrazar el corazón del otro más allá de sus indudables limitaciones. Es aprender el disfrute de lo sencillo y mirar de frente a la realidad a la que te entregas. Es abandonar el ansia de que me aplaudan siempre, de que me reconozcan siempre, de que me paguen siempre. Un camino de luz, un amanecer nuevo. (Fidel Aizpurúa)

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