sábado, 9 de marzo de 2013

CUARTO DOMINGO DE CUARESMA

   Escribía Charles Peguy: “Todas las parábolas son hermosas, todas las parábolas son grandes. Pero con ésta, millares y millares de hombres han llorado”
   Un hombre tenía dos hijos. Un día el más pequeño, en el estallido de su juventud, prefirió la aventura de sus sueños a la aparente monotonía del hogar y del amor paternos; quería novedades, sensaciones, experiencias...; y pidió la parte de su herencia. No sin dolor el padre, que respeta la libertad de su hijo, accedió. Y es que el respeto de Dios por la libertad del hombre es casi escandaloso.
   Abandonó la casa, se entregó a la evasión..., y se arruinó. Y abandonado de todos, no le abandonó un recuerdo, el de la casa de su padre. Curiosamente no su padre; y es que en el fondo le movía el hambre no el amor. Pero lo importante es que la luz entró en su alma aunque fuera por aquella  ventana. Decide volver, con un discurso preparado: “Padre, he pecado, no merezco llamarme hijo tuyo...” ¡No conocía a su padre! Quien desde que marchó no hizo otra cosa que esperarle, saliendo todos los días al camino. Y, a pesar de la edad, quizá con la vista cansada, le reconoció de lejos, porque se ve de verdad cuando se mira con el corazón. Nadie que no hubiera sido su padre le habría reconocido. Se había marchado bien vestido, y volvía envuelto en harapos; partió joven y reluciente, regresaba flaco y envejecido. Pero su padre le presintió de lejos. Y corrió a él; no supo esperar. Y es que mientras el arrepentimiento anda a paso lento, la misericordia de Dios corre a pasos agigantados. Manifiesta más necesidad el padre de perdonar que el hijo de ser perdonado. Con el perdón el hijo recupera la comodidad, el padre el corazón; el muchacho volverá a poder comer, el padre volverá a poder dormir.
   El padre no pregunta; no examina los porqués de la marcha y del regreso. Eso se sabrá luego, o nunca. Lo que importa es que ha vuelto. Y comienza la fiesta.
   Pero había otro hermano, el que se había quedado en casa. Al regresar del campo, le sorprende la fiesta. No adivina que tal alegría solo puede tener un motivo: el regreso de su hermano. Tuvo que preguntar, y al enterarse, se indignó. ¡No podía ser! ¡Aquello no era justo! Si llega a saberlo, también él hubiera hecho lo mismo; si todo iba a terminar así, también él hubiera preferido las juergas del hermano...Y no quería entrar. Por lo que también a este hijo tiene el padre que salir a buscarlo.  Amargado, pasa factura a su padre: “Tanto tiempo que te sirvo…”; y lo que es peor, se desmarca de su hermano: “cuando ha venido ese hijo tuyo...”. Fue lo que más debió doler al Padre, que no supiera o no pudiera llamar hermano a su hermano. Y que nunca saliera de sus labios la palabra "padre". Pero no se desalentó; también para este hijo mayor era la fiesta.  “Hijo, deberías alegrarte”.
   Porque haber estado siempre en casa del padre no es para lamentarlo. Del bien hecho nunca hay que arrepentirse; y del bien ajeno no debemos entristecernos. Cuando la felicidad ajena nos hace felices, entonces hemos alcanzado la madurez y la libertad verdaderas. Esa “alegría” demostrará que el haber estado cerca de Dios nos ha permitido conocerle mejor y experimentar su amor. Pero si, por desgracia, somos duros de corazón, si el proceder misericordioso y generoso de Dios nos escandaliza hasta entristecernos y turbarnos, quiere decir que a pesar de haber estado tanto tiempo cerca aún no le hemos conocido, no hemos estado dentro, porque el que no ama, dice S. Juan , no conoce a Dios (I Jn 4,8). El hijo mayor vivió dentro de la casa del padre, sin conocer al padre por dentro.
   No deja de ser triste la situación de este padre. Es el único que ama en la parábola. El hijo menor regresa más por hambre que por amor; el mayor es incapaz de comprender. ¿Es que es imposible amar desinteresadamente, sin prefijos?  DIOS AMA ASÍ.  Es su estilo.
   Así nos amó y ama en Cristo. Y así debemos amar, como nos recuerda la 2ª lectura. Ahí está la novedad cristiana y la verdad de nuestra fe. Una lección  importante para este cuarto domingo de Cuaresma. Una historia de amor bella y dramática. Una historia que todos hemos de leer y contemplar,  y guardar esta foto del Padre en la cartera, cerca del corazón, para ver si al contacto con ella nuestro corazón comienza a latir al compás del suyo.

REFLEXIÓN PERSONAL

  • ¿En cuál de los dos hijos me siento más reflejado?
  • ¿Voy experimentando en la Cuaresma el paso de lo viejo a lo nuevo?
  • ¿He celebrado la reconciliación sacramental y fraterna?
Domingo Montero, capuchino

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