Hace un par de semanas estuvo por aquí, Madrid-El Pardo, en la ESEF (Escuela Superior de Estudios Franciscanos), Giacomo Bini: un franciscano italiano, que ronda los 75 años. Un buen trecho de su vida lo ha vivido en África, y otro le tocó ser “ministro general” de la orden franciscana durante seis años; ahí conoció la realidad de las fraternidades franciscanas por todo el mundo. Actualmente vive en Palestrina, cerca de Roma, proponiendo desde esa fraternidad una forma de vida, dice él, más “equilibrada”.
Giacomo, con gracia, con seriedad, con la sabiduría de los años y de sus inquietudes, nos habló de variadas “cuestiones actuales del franciscanismo”. Y en todas ellas, una de las claves que sugería es que necesitamos equilibrar la vida. Para que nuestra vida recupere “humanidad” (sobre todo), para que nuestra vida sea más desde el Evangelio, para que vivamos realmente la fuerza que tiene la experiencia de Francisco y Clara…
Se pueden colar en nuestra vida, personal o grupal, como sin darnos cuenta y de la manera más natural, variados desequilibrios: el de hacer muchas cosas sin parar, el de la inmediatez en resultados y sensaciones (en lo humano y lo divino), el de mirar más fuera que dentro de mí mismo, el de unas relaciones con poca comunicación personal… Cosas a las que dedico un tiempo desmedido, insaciable, y otras que, aún nombrándolas y teniéndolas entre mis intereses, apenas tienen tiempo en mi día a día…
Pensaba que ésta pueda ser una clave desde la que leer y mirar la vida: equilibrios-desequilibrios. Buscar y construir “una vida equilibrada” no es pretender vivir tranquilo, con todo en orden y sin sobresaltos, controlando… Más bien, creo que sugiere un ser consciente de las cosas que uno necesita cuidar para respetarse profundamente a sí mismo, para alimentar las fuentes que irrigan la vida. Ser consciente de los núcleos que sostienen, de los focos que dan luz, de las experiencias que me constituyen…
Estamos avanzando en la Cuaresma, alumbrando la Pascua. Quizás este sea un tiempo propicio para mirarnos desde esta perspectiva. La Vida Nueva necesita ser cuidada para que arraigue, eche raíces, surja con fuerza. Seguramente que necesitamos “equilibrar la vida” para que sea más nueva, más plena y verdadera.
Jesús Torrecilla, capuchino
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