miércoles, 26 de junio de 2019

DECEPCIONES

¿Quién no se ha sentido decepcionado? He creído que mi matrimonio, mi comunidad, mi familia colmaría lo que ansiaba desde joven. En ello he invertido tiempo, energía, ganas, dinero, dedicación... Sin embargo, por una u otra razón, no ha resultado como yo lo esperaba. Ya sabía que nadie es perfecto; pero cuando, a pesar de haberse puesto lo mejor por parte de uno, no se obtiene lo deseado, y además nunca se obtendrá tal como lo había soñado, nace en el corazón esa sensación de haber sigo engañado. Aparece el dolor del desencanto, la frustración, no solo por lo que no ha podido ser, sino el desengaño por la vida misma. Pierdo la esperanza en las personas y en mí.

Aparecen ciertas tentaciones. Uno puede refugiarse en Dios desde el resentimiento y, aunque parezca que la herida se haya curado, pasado un tiempo, volverá a supurar. Se dice que el tiempo lo cura todo, pero si no se dan algunos pasos, no hay sanación. También está la opción de afrontar a la vida desde el dolor que ha producido la decepción, y sin proponérmelo entinto todo con el tono del cinismo.

Para que la fraternidad, comunidad, la convivencia no pierda vida profunda y se vuelva generadora de vida son necesarios algunos pasos: tiempo para poder mirar con un mínimo de distancia y objetividad necesarias para poder calibrar las verdaderas dimensiones de lo ocurrido; ensanchar la mirada del mundo de las relaciones, es decir, no obsesionarse con la herida sufrida; aprovechar la situación para ahondar con cierto criterio el lugar y papel que juega uno en la relación; y sobre todo, aprender a captar la mirada de Dios en todo ello.

En el fondo, Dios mismo ha tenido grandes motivos para la decepción con nosotros, pero una y otra vez nos mira con misericordia. Aunque tengamos que poner, otra vez más, mucho de nuestra parte, su mirada nos sana.
Carta de Asís, junio 2019 

miércoles, 19 de junio de 2019

ALEGRÍA EN EL GRIS COTIDIANO

Muchas veces nos presentan un escenario envidiable de vidas de éxito, de mujeres elegantes y guapísimas, de chicos de cine con abdómenes musculosos, de empresarios innovadores con grandes beneficios, de bodas reales, de cantantes de moda, de deportistas campeones, de biografías de revista, de parejas ideales, de infantas y princesas. Probablemente somos conscientes de que todo este plantel tiene algo de artificial, pero también, muy sutilmente, se nos introyecta un ideal de vida, por el que sin darnos cuenta suspiramos. Y cuando planificamos nuestro futuro pensamos como indispensable una vida brillante, de éxito, de reconocimiento, siendo admirados en el campo profesional en el que trabajemos, con una familia siempre sonriente y sin conflictos no contratiempos.

Ahora que acabamos de terminar la Pascua, en una aparición de Jesús a los apóstoles, hay una frase muy iluminadora cuando dice Jesús: “Mirad mis manos y mis pies: soy yo mismo” (Lc 24, 39). ¿Qué quiere remarcar? Que es “el mismo”, pero el mismo ¿de cuándo o que quién? La respuesta está en su invitación: “Mirad mis manos y mis pies” taladrados. Quiere hacernos ver que el Jesús triunfante, victorioso de la resurrección es “el mismo” que hace tres días estaba siendo maltratado con burlas y látigo, el mismo que, aun estando lleno de bondad, fue torturado y asesinado en la cruz, como los malditos. Parece que Jesús nos quiere recordar que su victoria va asociada al sufrimiento. Es como si nos avisara que el triunfo en la vida tiene que pasar por el gris de la realidad, por el fango del fracaso. Que hay un río de vida que corre por el subsuelo de la existencia que está lejos de las historias brillantes y de las fascinantes biografías luminosas. Por tanto podemos encontrar mucha alegría en los grises cotidianos, que no tienen por qué ser mediocres; podemos descubrir la dicha en la falta de novedad y de reconocimiento, incluso en el fracaso y el sufrimiento.

No es masoquismo, pero creo que todos hemos tenido experiencia de que nuestra vida tenía sentido -con toda la plenitud que supone- después que un amigo desahogue contigo sus sufrimientos, por muy desagradable que aparezca.

Algo de esto descubrió Francisco de Asís cuando nos invitaba a la desapropiación y a la minoridad, a no construir nuestros proyectos vitales sobre el “ego”, a no creer que nuestra identidad se edifica sobre un pedestal. Desde aquí habla de la Perfecta Alegría en medio del fracaso. ¿Por eso nos diría Jesús que el Reino de Dios es de los pobres? (Lc 6, 20)
Javi Morala, capuchino 

martes, 4 de junio de 2019

SERVIDOR DE ESPERANZA

Este año los Capuchinos celebramos el cuarto aniversario de la muerte de San Lorenzo de Brindis, doctor de la Iglesia. Es el único santo capuchino que está enterrado en nuestro país, en Villafranca del Bierzo, León. Entre las numerosas cualidades que tuvo este hombre está la de mediador. Mediador de paz en un tiempo de fuertes conflictos.

En muchos momentos a lo largo de la historia nos encontramos con personas que, dentro del Iglesia ejercen este servicio para que otros se puedan entender. El Papa actual, en la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, La Alegría del Evangelio, afirma que “la Evangelización también implica un camino de diálogo”. La Iglesia tiene que dialogar con los Estados, con la sociedad y con los otros creyentes que no forman parte de la Iglesia Católica. Y, aunque la Iglesia no tiene soluciones para todas las cuestiones, acompaña las propuestas que mejor responden a la dignidad de la persona humana y al bien común. Así, desde los valores fundamentales de la existencia humana trasmite unas convicciones que luego pueden traducirse en acciones políticas.

Recuerdo al Papa Francisco en su reciente viaje apostólico a Marruecos. Decía que “Dios le ha permitido dar un paso más en el camino de diálogo y encuentro con los hermanos y hermanas musulmanes para ser servidor de la esperanza en el mundo de hoy”. Él es el Pontífice, el constructor de puentes, constructor también de esperanza. Como él mismo dijo, “servir a la esperanza, en un tiempo como el nuestro, significa, ante todo, construir puentes entre las civilizaciones”.

El viaje del Papa o peregrinación a Marruecos ha seguido las huellas de dos santos muy distanciados en el tiempo: Francisco de Asís y Juan Pablo II. Hace 800 años, San Francisco de Asís llevó el mensaje de paz y fraternidad al sultán al-Malik al-Kamil; en 1985, el Papa Wojtyla visitó al Rey Hassan II.

Puede resultar llamativo el acercamiento o estas visitas a los musulmanes, cuando estamos en un mundo en el que los medios de comunicación presentan sobre todo lo que nos separa de ellos o la incapacidad para reconciliar dos mundos distintos. Nuestra tradición creyente nos recuerda que con los musulmanes somos descendientes del mismo Padre, Abraham. De ahí esta visita o gesto de cercanía de parte del Papa Francisco. El Santo Padre nos recuerda que hay varias religiones y que algunas nacen de la cultura, pero siempre miran al cielo, miran a Dios. En esa tarea de mediación nos anima que no temamos la diferencia. Debemos temer si no trabajamos en fraternidad, para caminar juntos en la vida.
Benjamín Echeverría, capuchino

sábado, 1 de junio de 2019

CONFIRMACIONES EN TOTANA

Un grupo de 25 chavales de la Jufra de Totana se confirmaron el 10 de mayo en la Parroquia de las Tres Avemarías de Totana. Fue una celebración muy familiar y participativa, en la que estuvimos presentes muchos de los que formamos esta preciosa familia que es Jufra.

Enhorabuena a los confirmandos y gracias a todos por vuestra asistencia y participación. Recordar que la Confirmacion no es una meta, sino una etapa más en nuestro camino de seguimiento de Jesús al estilo de Francisco de Asís.

De hecho ya estamos preparando el campamento de este verano y pronto tendremos más información de las fechas y temática del mismo. ¡Hasta pronto!