Aparecen ciertas tentaciones. Uno puede refugiarse en Dios desde el resentimiento y, aunque parezca que la herida se haya curado, pasado un tiempo, volverá a supurar. Se dice que el tiempo lo cura todo, pero si no se dan algunos pasos, no hay sanación. También está la opción de afrontar a la vida desde el dolor que ha producido la decepción, y sin proponérmelo entinto todo con el tono del cinismo.
Para que la fraternidad, comunidad, la convivencia no pierda vida profunda y se vuelva generadora de vida son necesarios algunos pasos: tiempo para poder mirar con un mínimo de distancia y objetividad necesarias para poder calibrar las verdaderas dimensiones de lo ocurrido; ensanchar la mirada del mundo de las relaciones, es decir, no obsesionarse con la herida sufrida; aprovechar la situación para ahondar con cierto criterio el lugar y papel que juega uno en la relación; y sobre todo, aprender a captar la mirada de Dios en todo ello.
En el fondo, Dios mismo ha tenido grandes motivos para la decepción con nosotros, pero una y otra vez nos mira con misericordia. Aunque tengamos que poner, otra vez más, mucho de nuestra parte, su mirada nos sana.
Carta de Asís, junio 2019
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