miércoles, 28 de octubre de 2015

LA INTIMIDAD

La intimidad es ese ámbito personal del ser humano que está reservado a uno mismo y a las personas más cercanas con las cuales se mantiene una relación especial. Es lo contrapuesto a lo social, a lo público, al dominio de las gentes. La intimidad está ligada a la conciencia, a esos territorios exclusivamente propios donde soy guardián de lo más vulnerable de mi persona. Está referida a lo de dentro, a lo más central. De ese ámbito son las verdades más personales: lo afectivo, la conciencia, nuestras pertenencias más verdaderas, nuestras relaciones… Generalmente somos celosos de nuestra intimidad; y así debe ser, ya que la exposición de ese ámbito personal al exterior nos coloca a la intemperie, sin defensas, corriendo el riesgo de ser heridos en lo más nuclear de nuestro ser.
   Mi relación con el hermano me lleva a intuir en él ese ámbito sagrado de la intimidad y a respetarlo en sumo grado. No tengo derecho a acceder a ello, ni lo pido, ni lo pretendo siquiera. Quizá haya momentos en los cuales el hermano me invite a conocer algunos secretos de su persona. Serán aspectos gozosos o dolorosos, alegres o tristes, pero seré testigo de una de las mayores maravillas de la vida: la vida más personal. También yo mismo estaré dispuesto a abrirme a su presencia y le mostraré rincones de mi persona. Será uno de los momentos mejores de la fraternidad.
   Y Dios en medio, porque me alimenta a través de mi hermano y, a su vez, también estoy siendo alimento de Dios para él. Así vamos ahondando y creciendo en humanidad.

Carta de Asís, octubre 2015 




domingo, 25 de octubre de 2015

AL BORDE DEL CAMINO

En mis años de docencia, que ya van para 25, he ido observando cómo los alumnos, sean de la edad que sean, han ido pasando de una capacidad de sorpresa y más o menos gusto por el aprendizaje, a casi un desinterés superlativo y a una casi nula capacidad de agrado ante los nuevos retos. Y creo que no estoy descubriéndole a nadie esta situación, solo la traigo a colación con motivo del Evangelio que nos acompaña este domingo.
   Tanta información en la calle y la rapidez de la consecución de esta por medio de la tecnología ha hecho que los que nos dedicamos a la enseñanza tengamos que rizar una y otra vez el rizo para que a los niños y jóvenes les interese mínimamente un aprendizaje. Triste situación pero una llamada al reto continuo. Y como padres hay muchos que me cuentan una y otra vez lo mismo. ¿Cómo relacionamos esto ahora con el ciego Bartimeo?
   Lo primero que me llama la atención es el dato de Marcos de “estar al borde del camino”. Este sitio es el de los que no quieren ser protagonistas de una determinada actividad. Nos ponemos al borde del camino cuando vamos a ver una carrera, una procesión… cualquier acontecimiento en el que nosotros no somos los protagonistas y sólo deseamos ver cómo lo hacen los demás.
   Cuando esta actitud es solo puntual porque no en todo participamos, es deseable incluso, porque también los hay que por estar siempre en medio no dejan hacer, pero en el caso de que sea el lugar donde niños, jóvenes y adultos se instalan, la situación se complica y la ceguera se hace crónica.
   El ciego Bartimeo es un apartado externo e interno. Externo porque por ser ciego ya no contaba en la sociedad y está fuera del camino de la vida e interno porque él ya se lo ha creído y ha hecho de ése, su sitio. Pues al igual que el ciego muchas personas y niños ya se sitúan al borde del camino sin ser protagonistas de su propia historia. Y viviendo en ceguera van pasando los días esperando que otros les den una buena noticia.
   Es hora de “dar un salto” y gritar de dentro hacia fuera que la vida se hace viviéndola y poniéndose en mitad del camino. Y eso es lo que hace Jesús con él, abrirle a la verdad para no vivir más desde la pasividad. Que Jesús le curara o no una ceguera física creo que no es importante y nada podríamos nosotros aprender de ello, es el descubrimiento de Dios dentro de nosotros lo que nos hace dejar una vida como actores secundarios a pasar a ser responsables de nuestra existencia.
   Todos estamos expuestos a esta oportunidad, solo hay que estar atento a “las mociones del Espíritu”, como decía San Ignacio y actuar.
CLARA LÓPEZ RUBIO 


miércoles, 21 de octubre de 2015

VIVIR EN ARMONÍA

Una manera de entender el franciscanismo es entender la espiritualidad de san Francisco como un camino para vivir en armonía. Aqui tenemos unas pistas para empezar:
  • Deja un poco más sitio a Dios en tu vida, nos dice Francisco. Que los criterios evangélicos cuenten realmente en tus días. Cree en el Evangelio, obra conforme a lo que dice. Sin más. La armonía asomará el rostro.
  • No hagas caso de los cantos de sirena de quienes nos dicen: tú preocúpate de que a ti te vaya bien y los demás, allá penas. No, siéntete hermano para que la alegría de vida y su íntima armonía cobren verdad y rostro.
  • Elige lo simple, lo normal, lo cotidiano. No te avergüences de ser como todos, de ser pueblo, de ser comunidad. En lo común vivido con gozo habita la armonía.
  • No te enfades por estar abajo, por no tener mando. Ahí se puede ser feliz, te puedes realizar, puedes estar contento. Estar abajo no es malo para quien aspira a la armonía.
  • Que te afecten las pobrezas, que sean para ti lugar de encuentro. No huyas de ellas, porque ahí se encierra, sin duda, el extraño fulgor de la armonía.
  • Ora con confianza, como quiere Jesús. Gusta del silencio. Ama la contemplación de lo creado. Disfruta con el don que es vivir y respirar.
  • Y pon en tu vida una dosis creciente de alegría. Alegría vivida en las pequeñas cosas, en los sencillos acontecimientos, en lo bello que está en nuestras manos. Si no nos apuntamos a la alegría, ¿cómo vamos a estar en armonía con nuestra sencilla vida?
 Fidel Aizpurúa, capuchino

domingo, 18 de octubre de 2015

PUES MENOS MAL…

Pues sí, menos mal que Dios no tiene nuestros criterios ni acepta nuestros esquemas. Al menos esa es la conclusión a la que he llegado después de un montón de años. Y parece sencillo pero esto me ha llevado a no pedir, a no formular oraciones ni deseos sino únicamente a aprender a aceptar y acogerlo todo como ocasión de experiencia de Dios.
   Y esto me viene hoy a colación porque los dos hijos de Zebedeo sí que hacen una petición contundente. Y se la creen. Vamos, que creen que tienen poder para exigir lo que desean. Así como si Dios no tuviese otra cosa que hacer que atender a nuestros deseos sin más.
   Jesús lo tiene claro y les contesta con autoridad. Y su respuesta se ve avalada con su experiencia, con su modo de vida y de relacionarse con su Padre: “si es posible que pase… Pero que no se haga como yo deseo”.
   Porque supongo que una de las cosas que Jesús tenía más claras es que hay procesos en la vida que no entendemos ni nos son fáciles y no por ellos hay que cortarlos. Y menos aún que Dios lo vaya a hacer. Así que ¿de qué me sirve orar para que algo no suceda o suceda otro tanto? Sé que el tema no es sencillo y que incluso toca uno de los pilares de nuestras prácticas religiosas pero se clarifica cuando se vive a Dios como una realidad interna que no puede dejar de ser, se viva lo que se viva. Y que por tanto no puede venir en mi ayuda porque ya está, porque ya es. Y que intentar cambiar el devenir de los acontecimientos no está ni siquiera lo más seguro en sus Planes, ya que es algo que nos toca a nosotros hacer. Un profesor de teología hace mucho años nos dijo en la clase de Cristología algo que me marcó para siempre: “Dios solo es Todopoderoso en el amor”. Casi nada.
   Así que los dos jóvenes se fueron cabizbajos, no habían encontrado su deseo satisfecho. Lo que no sabemos es lo que sucedió después. ¿Sería ocasión de crecimiento personal y espiritual al replantearse cosas? O ¿les sirvió para juzgar a Jesús y opinar de Él que era un “don nadie”? Así que cuidado con nuestras reacciones a la hora de pedir y no ver nuestro deseo concedido o necesidad escuchada.
   ¿Y si más bien no mejoramos en la confianza en Dios que por cierto vive dentro y del que no procede nada que no suponga una experiencia en lo más profundo de sí mismo? Una tremenda aventura a la que estamos invitados a vivir.
CLARA LÓPEZ RUBIO


miércoles, 14 de octubre de 2015

PROTAGONISMO O VIVIR A TOPE

Hay ocasiones en las que un suceso que ocurre delante de tus ojos te muestra una realidad de una forma muy clara. En unas ferias de una ciudad una niña estaba subida en un burro, en una de esas atracciones de animales vivos para infantes. Lo que me llamó la atención fue que estuvo durante un buen rato mirando hacia atrás en dirección a la cámara que su padre portaba y así ser la actriz principal del vídeo que se estaba rodando.
   Me vino claramente la certeza de que esa niña estaba dejando de disfrutar plenamente de esa experiencia de jinete, a cambio del protagonismo de ese momento, y el que iba a tener en el futuro, cuando su familia le viera en la grabación. Y me hacía consciente de la estafa de ese “trueque” tan habitual en nuestra cultura actual.
   Cuántas veces vemos que cuando alguien tiene una buena experiencia, lo primero que se le ocurre, casi antes de acabar de tenerla, es sacarse una foto para subirla al Facebook o al WhatsApp, como si fuera más valioso que los demás admiren lo que estás haciendo, que la propia experiencia vivida. Y no sólo eso, sino que esa actitud implica, que no te dejas disfrutar del momento, o que pones intermediarios tecnológicos entre tu persona y la vivencia: con lo que eso supone de no sentirla plenamente. Eso es lo que sucede cuando en medio de un concierto vemos cientos de móviles encendidos grabando, dentro de un éxtasis general, como si fuera la mayor de las satisfacciones que otros sepan qué estoy disfrutando. En cambio lo que ocurre es que mientras que estás pendiente de cómo queda el vídeo te estás perdiendo la comunión plena que supondría sumergirte en el sonido y la actuación de tus cantantes favoritos. ¿Qué preferimos, el protagonismo o vivir plenamente cada momento?
Javi Morala, capuchino


domingo, 11 de octubre de 2015

CAMINAR HACIA DENTRO

Con mucha ilusión se acercó el joven de la parábola a Jesús para que éste le dijera la pieza que le faltaba para completar su puzzle. Con gran pena se marchó cuando al oírla de labios de Jesús descubrió en él una atadura y enorme apego que no le permitía continuar el camino hacia dentro si es que ya no lo había comenzado. Y es que en esto de la vida espiritual lo que no puede haber es engaño. Y mira que lo intentamos una y otra vez.
   Me da mucha ternura imaginarme la escena. Habla el evangelio de que era joven; con ilusión por continuar su vida ahora con la ayuda del Maestro. Pero no pudo comenzar con él la gran aventura. Eso no, pídeme otra cosa, quizá le diría. Y Jesús de forma tierna le tuvo que contestar que ni siquiera era Él el que se lo pedía, sino su mismo espíritu frente a su propio ego. Y eso es lo que la vida nos va pidiendo conforme avanza el tiempo: aprobar la asignatura por la que nuestro ego se resiste a pasar para ser libres, para bajar a lo más profundo.
   Y se marchó triste… Porque lo que es imposible es escondernos a nosotros mismos lo que nos impide crecer hacia dentro si se vive una vida mínimamente consciente, anclada en el presente y con “las ventanas abiertas del revés para poder mirar por dentro”, como dice la letra de una canción.
   Nunca me cansaré de poner el caso del propio Jesús, que aún siendo su “misión” lo más legítimo que podía hacer le tocaba como última pieza de su puzzle desapegarse hasta del cumplimiento de la misma para no estar apegado absolutamente a nada. Y él podría haberse dado la vuelta y haberle pedido al Padre una prolongación de su tiempo para acabar la misión de otro modo, porque hablar del Reino urgía. Y “qué poco práctico” fue su camino en apariencia. Pero la consciencia, libertad y presencia de Jesús, le hicieron ver claro que era eso lo que tenía que entregar y no podía pedir una prórroga.
   Examinemos hacia dentro cuántas y qué piezas son las que nos faltan. El puzzle se nos pedirá entero y la vida saldrá una y otra vez a nuestro encuentro para moldearnos con aquello que nosotros en principio nos resistimos a entregar.
CLARA LÓPEZ RUBIO


martes, 6 de octubre de 2015

OTRA FORMA DE VIDA CON MÁS SENTIDO

A veces, cuando nos ponemos trascendentes, nos preguntamos si vivir es eso: estudiar, trabajar, salir de fiesta, descansar, viajar algo… y poco más.
   Está el “coro” de los realistas que dicen que no hay que marear la perdiz: las cosas son como son y hacerse preguntas es perder el tiempo.
   Otros, sin embargo, los llamados “utópicos”, intuyen que las cosas tienen que ser de otra manera, que hay algo debajo de la piel.
   Como decía Heráclito: “La armonía de lo invisible es mayor que la armonía de lo visible”.
   Hay otra forma de vivir, pero hay que construirla y luego descubrirla.
   Construirla y descubrirla.
   Construirla poco a poco en tu casa, en tu tierra, en tus hábitos de vida, en tus opciones cotidianas.
   Y luego descubrirla, fijarse en ella, abrirle paso, dejarle que hable y que haga propuestas.
   Gandhi decía que hay que vivir sencillamente para que otros sencillamente puedan vivir.
   Y Saramago, por su parte, afirmaba que no cambiaremos la vida si nosotros no cambiamos de vida.
   La vida puede ser más simple, las necesidades se pueden ir ajustando, dedicar mucho más espacio para la relación con la familia, con los demás y con uno mismo.
   En la forma de vida de siempre hay debajo otra manera de vivir nueva, con brillo, con sencillez, con gozo elemental, en comunión con la gente y con los días, en contacto con la “magia” que la habita.
   Se trata de seguir siendo la misma persona, pero con otro aire en la vida, aunque no se sepa muy bien cómo explicarlo.
   Hay un secreto, una presencia, en esta vida nuestra tan desmadejada.
   Francisco de Asís intuyó que un nuevo tiempo estaba naciendo, y buscó una forma de vida y una espiritualidad llenas de autenticidad.
   Su experiencia espiritual reverbera en sus palabras, y esas palabras suenan como latidos, irradian vida, nos animan a mirar y a sentir a fondo, y a buscar con la libertad del Espíritu, nuestras propias palabras.

domingo, 4 de octubre de 2015

FRANCISCO DE ASÍS, AVENTURERO DEL EVANGELIO

Francisco de Asís ha sido, no lo dudemos, un aventurero. Fue tremenda aventura romper con su familia y lanzarse a una vida evangélica incierta en un molde nuevo que no existía hasta entonces; fue una aventura comunitaria hacer una fraternidad con personas tan distintas, con sus fallos, con sus anhelos; fue una aventura arriesgada lanzarse a ofrecer el Evangelio por los caminos, sin más amparo que el del Padre y sin más respaldo que la bondad del corazón de la gente; fue una aventura difícil vivir en paz y sosiego, en comprensión y respeto en una Iglesia convulsa y llena de asuntos oscuros; fue una tremenda aventura escribir una Regla que reflejara el Evangelio para todo franciscano; fue una entrañable aventura llegar a entender y amar la creación como a una hermana; fue una aventura, finalmente, lanzarse a los brazos del Padre con la confianza de que siempre lo habían acompañado y que “le rodearían los justos cuando le alcanzase el favor de Dios” como cantó en su muerte con las palabras del Salmo. No es una exageración calificar a Francisco de aventurero del Evangelio.
   Cuando le decían a Alejandro Labaka, obispo capuchino muerto por los indígenas en las selvas amazónicas de Ecuador, que era un aventurero, él solía replicar con una sonrisa en los labios: “Y si le quitas al Evangelio la aventura, ¿qué queda?”. Y tenía razón. Un Evangelio sin aventura es una mediocridad, algo que no merece la pena vivirse.
Fidel Aizpurúa, capuchino