La intimidad es ese ámbito personal del ser humano que está reservado a uno mismo y a las personas más cercanas con las cuales se mantiene una relación especial. Es lo contrapuesto a lo social, a lo público, al dominio de las gentes. La intimidad está ligada a la conciencia, a esos territorios exclusivamente propios donde soy guardián de lo más vulnerable de mi persona. Está referida a lo de dentro, a lo más central. De ese ámbito son las verdades más personales: lo afectivo, la conciencia, nuestras pertenencias más verdaderas, nuestras relaciones… Generalmente somos celosos de nuestra intimidad; y así debe ser, ya que la exposición de ese ámbito personal al exterior nos coloca a la intemperie, sin defensas, corriendo el riesgo de ser heridos en lo más nuclear de nuestro ser.
Mi relación con el hermano me lleva a intuir en él ese ámbito sagrado de la intimidad y a respetarlo en sumo grado. No tengo derecho a acceder a ello, ni lo pido, ni lo pretendo siquiera. Quizá haya momentos en los cuales el hermano me invite a conocer algunos secretos de su persona. Serán aspectos gozosos o dolorosos, alegres o tristes, pero seré testigo de una de las mayores maravillas de la vida: la vida más personal. También yo mismo estaré dispuesto a abrirme a su presencia y le mostraré rincones de mi persona. Será uno de los momentos mejores de la fraternidad.
Y Dios en medio, porque me alimenta a través de mi hermano y, a su vez, también estoy siendo alimento de Dios para él. Así vamos ahondando y creciendo en humanidad.
Carta de Asís, octubre 2015