Hay ocasiones en las que un suceso que ocurre delante de tus ojos te muestra una realidad de una forma muy clara. En unas ferias de una ciudad una niña estaba subida en un burro, en una de esas atracciones de animales vivos para infantes. Lo que me llamó la atención fue que estuvo durante un buen rato mirando hacia atrás en dirección a la cámara que su padre portaba y así ser la actriz principal del vídeo que se estaba rodando.
Me vino claramente la certeza de que esa niña estaba dejando de disfrutar plenamente de esa experiencia de jinete, a cambio del protagonismo de ese momento, y el que iba a tener en el futuro, cuando su familia le viera en la grabación. Y me hacía consciente de la estafa de ese “trueque” tan habitual en nuestra cultura actual.
Cuántas veces vemos que cuando alguien tiene una buena experiencia, lo primero que se le ocurre, casi antes de acabar de tenerla, es sacarse una foto para subirla al Facebook o al WhatsApp, como si fuera más valioso que los demás admiren lo que estás haciendo, que la propia experiencia vivida. Y no sólo eso, sino que esa actitud implica, que no te dejas disfrutar del momento, o que pones intermediarios tecnológicos entre tu persona y la vivencia: con lo que eso supone de no sentirla plenamente. Eso es lo que sucede cuando en medio de un concierto vemos cientos de móviles encendidos grabando, dentro de un éxtasis general, como si fuera la mayor de las satisfacciones que otros sepan qué estoy disfrutando. En cambio lo que ocurre es que mientras que estás pendiente de cómo queda el vídeo te estás perdiendo la comunión plena que supondría sumergirte en el sonido y la actuación de tus cantantes favoritos. ¿Qué preferimos, el protagonismo o vivir plenamente cada momento?
Javi Morala, capuchino
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