Pues sí, menos mal que Dios no tiene nuestros criterios ni acepta nuestros esquemas. Al menos esa es la conclusión a la que he llegado después de un montón de años. Y parece sencillo pero esto me ha llevado a no pedir, a no formular oraciones ni deseos sino únicamente a aprender a aceptar y acogerlo todo como ocasión de experiencia de Dios.
Y esto me viene hoy a colación porque los dos hijos de Zebedeo sí que hacen una petición contundente. Y se la creen. Vamos, que creen que tienen poder para exigir lo que desean. Así como si Dios no tuviese otra cosa que hacer que atender a nuestros deseos sin más.
Jesús lo tiene claro y les contesta con autoridad. Y su respuesta se ve avalada con su experiencia, con su modo de vida y de relacionarse con su Padre: “si es posible que pase… Pero que no se haga como yo deseo”.
Porque supongo que una de las cosas que Jesús tenía más claras es que hay procesos en la vida que no entendemos ni nos son fáciles y no por ellos hay que cortarlos. Y menos aún que Dios lo vaya a hacer. Así que ¿de qué me sirve orar para que algo no suceda o suceda otro tanto? Sé que el tema no es sencillo y que incluso toca uno de los pilares de nuestras prácticas religiosas pero se clarifica cuando se vive a Dios como una realidad interna que no puede dejar de ser, se viva lo que se viva. Y que por tanto no puede venir en mi ayuda porque ya está, porque ya es. Y que intentar cambiar el devenir de los acontecimientos no está ni siquiera lo más seguro en sus Planes, ya que es algo que nos toca a nosotros hacer. Un profesor de teología hace mucho años nos dijo en la clase de Cristología algo que me marcó para siempre: “Dios solo es Todopoderoso en el amor”. Casi nada.
Así que los dos jóvenes se fueron cabizbajos, no habían encontrado su deseo satisfecho. Lo que no sabemos es lo que sucedió después. ¿Sería ocasión de crecimiento personal y espiritual al replantearse cosas? O ¿les sirvió para juzgar a Jesús y opinar de Él que era un “don nadie”? Así que cuidado con nuestras reacciones a la hora de pedir y no ver nuestro deseo concedido o necesidad escuchada.
¿Y si más bien no mejoramos en la confianza en Dios que por cierto vive dentro y del que no procede nada que no suponga una experiencia en lo más profundo de sí mismo? Una tremenda aventura a la que estamos invitados a vivir.
CLARA LÓPEZ RUBIO
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