martes, 29 de enero de 2019

ME HAGO PRÓJIMO

Suceden fenómenos curiosos en el campo de la solidaridad. No nos cuesta hacer un acto solidario con personas que no conocemos, que están lejos, que no hemos tenido trato con ellas ni la tendremos previsiblemente. Es fácil ser solidario cuando se concreta en sólo una firma digital. En cambio, nos resulta más complicado hacernos solidarios con la persona que conocemos de cerca, con su historia sabida, con su modo concreto de vida, de relación, de manera de pensar, etc. y que requerirá tiempo y dedicación en el futuro. Es necesario primeramente hacerme prójimo de ella, próximo.

No me hago prójimo de alguien simplemente porque haga algo a favor de ella, o porque piense igual que ella, o seamos del mismo pueblo, o tengamos el mismo enemigo. En una palabra: no me hago solidario de alguien porque me caiga simpática. Me hago prójimo de una persona porque soy capaz de situarme en su lugar y así, percibiendo su sufrimiento, actúo a favor suya. Todas las circunstancias que me acercan a la otra personas (cultura, manera de pensar, origen, etc.) me ayudarán a acertar mejor en mis actos solidarios, pero no son el origen de mi movimiento solidario.

Hacerme prójimo requiere un proceso de muchas cosas: cuanto más conozca a la otra persona más me haré cargo de su situación, cuanto más me acerque mejor podré verla, cuanto más me exponga a ella más podré aprender de ella...; Y así, iré dándome cuenta de qué podré aportarle dada mi realidad, llena de posibilidades y de limitaciones. Pero sobre todo, podré empatizar con ella, padecer con ella. Esto último es lo que sostiene la solidaridad: es el dolor captado en el otro lo que me moviliza y motiva a hacer.

Dice el texto del Éxodo que Yahvé dijo a Moisés: “He visto la aflicción de mi pueblo en Egipto, he oído el clamor que le arrancan sus opresores y conozco sus angustias. Voy a bajar para librarlo”. Dios se hace solidario de su pueblo porque se hace prójimo, próximo.

Carta de Asís, enero 2019

jueves, 24 de enero de 2019

CORTOMETRAJE COGS


Cogs es un cortometraje de animación que está dando la vuelta al mundo. En los casi tres minutos que dura, nos invita a reflexionar sobre la educación, la vida y nuestra perspectiva sobre ella. El proyecto nace debido al lanzamiento internacional de una nueva organización que pretende plantear nuevas formas de pensamiento a través de un sistema educativo global más justo e igualitario: AIME.

La película está dirigida por el oscarizado director Laurent Witz, y cuenta la historia de un mundo construido a través de un sistema mecánico que favorece tan solo a algunos. En este mundo encontramos a dos personajes cuyas vidas prediseñadas por los sistemas y las circunstancias en las cuales nacieron

En Australia, AIME está trabajando con decenas de miles de niños para cambiar el curso de sus vidas a través de un sistema educativo alternativo basado en la igualdad de oportunidades. Está siendo un éxito, tanto es así que la organización está realizando su lanzamiento internacional, para el cual, como decimos, ha llevado a cabo este cortometraje.
Texto tomado de concienciacultural.com

martes, 22 de enero de 2019

ECUMENISMO VITAL

Para entender en maneras distintas la colaboración evangelizadora es preciso crecer en ecumenismo vital que no se refiere directamente a nada religioso sino a la capacidad para empatizar con el camino humano se sitúe este en cualquiera de los puntos del planeta. Es el tema del mestizaje, de la interculturalidad, etc., con el elemento de una espiritualidad englobante. Y quizá, más a la base, es la capacidad de conectar con todo lo vivo de lo que hacemos parte. Una mentalidad de conexión estrecha y selectiva entenderá siempre la colaboración misionera bajo el peligro de la creencia de cultura superior y de la consiguiente imposición.

Por el contrario quien tenga la capacidad de conexión entenderá con facilidad los modos de colaboración eclesial que puedan ayudarle, a él también, a crecer como persona y creyente. Una misión que no suscita crecimiento y disfrute personal carece de un apoyo fundamental.
Fidel Aizpurúa 

jueves, 17 de enero de 2019

VIVIR EL CARISMA FRANCISCANO

VIVIR EL CARISMA FRANCISCANO ES… Ser fieles a la Iglesia como lo fue San Francisco. Amar a la gran familia histórica que Jesucristo fundó. Es verdad que San Francisco es muy admirado fuera del mundo eclesial y cristiano, y eso es muy bueno, pero el carisma franciscana como tal no puede entenderse ni asumirse en su totalidad fuera de la vida de la Iglesia católica.

En los tiempos de Francisco, a imagen de los actuales, existían muchísimas corrientes de pensamiento e ideologías donde la mayoría desafiaban la sana doctrina y la autoridad de la Iglesia. Algunas con justificación y otras no. Pero San Francisco no anduvo con tibiezas en abrazar la doctrina católica reconociendo la importancia de la Iglesia como familia de Dios y autoridad histórica.

En sus primeros días de conversión, Jesús le dijo al santo a los pies de la cruz de la capillita en ruinas de San Damián: «Francisco, repara mi iglesia; ¿no ves que amenaza ruina?». Y él se puso a reconstruir con sus manos la ruinosa capilla. Fue después que esta voz de Jesús adquiere valor profético cuando en manos de sus hermanos contemporáneos, y los de hoy, tratamos de formar una Iglesia más coherente y santa. La Iglesia se repara con nuestros testimonios, con callos en las manos, con caídas, con no tener miedo en aventarse a hacer cosas nuevas para que el Evangelio empape todas nuestras estructuras.

Vivir el carisma de Francisco es, entre otras cosas más, salir de la media en un mundo que relativiza los valores del Reino que Dios nos ha pedido construir. En el carisma franciscano, ser fieles adquiere un sentido muy real: Somos fieles y no podemos andar con coquetos con nadie, ni en ninguna otra parte, ni con nada que no sea Cristo en su Iglesia, y desde esta doctrina, firmeza e identidad, abiertos en caridad y diálogo con las demás religiones y formas de pensamiento.
espirituyvidaofm.wordpress.com

martes, 15 de enero de 2019

CUANDO UNO NO TIENE NADA, LO DA TODO

Cuando uno no tiene nada, lo da todo. Siempre me ha llamado la atención esa forma de vivir y de pensar, ya sea por opción o por obligación. Me sigue costando mucho pensar que el que no tiene nada pueda ser feliz.
Todo esto podría quedarse en ideas filosóficas o en simples frases, pero todo cambia cuando te encuentras con personas cercanas que viven de esta manera.
Aquella fría y lluviosa tarde de noviembre todas estas ideas volverían de nuevo a mi mente para replantearme preguntas y formas de vivir.
Lo recuerdo bien. Con mirada transparente, tímido y correcto, con voz pausada en un castellano poco claro, su demanda era muy simple: algo para comer, un sitio para poder asearse y una pequeña manta. Me comentó que dormía en su coche; ya no podía moverlo a ningún sitio porque no le quedaba combustible. Su mayor preocupación era la de no molestar, de no ser una carga.
Me comentó que llevaba varios años en España, once en total. Comenzó a contarme que un día tomó la decisión de salir de su casa y de emigrar para mejorar la situación familiar, dejar de ser una carga económica para su familia e intentar tener una vida mejor para él y los suyos. Pensaba que en un futuro próximo desde Europa podría aportar algo de dinero a su familia.
Aquel día comenzó una relación especial. Desde ese momento, con su actitud me recordaría constantemente que por muy mal que estés, siempre se puede sonreír y agradar al otro, algo tan simple y tan difícil a la vez, pero que enriquece tanto…
A partir de esos días de noviembre las enseñanzas iban a ser diarias, casi como para hacer un decálogo de esos que circulan por internet, pero con mucha más intensidad. Recuerdo perfectamente aquella frase: “Sólo una lata de sardinas y una fruta, por favor, no necesito más. Con esto tengo para comer dos días; soy adulto y seguro que hay niños y familias que lo necesitan más que yo”. Ante mi insistencia me volvió a repetir que eso era suficiente para él. Todo con una serenidad asombrosa y una sonrisa que me dejaba descolocado.
Los momentos impactantes se repetirían uno detrás de otro. Al día siguiente empezó a acudir al Comedor, y de nuevo volvió a sorprenderme cuando me comentó que no quería volver al día siguiente, que su sitio lo podía ocupar otra persona que lo necesitara más que él, que él podía estar dos días sin comer y que no le gustaría ver que hubiera personas que se quedaran fuera, sin sitio. Comentó: “Tengo una lata de sardinas para cenar y un poco de pan, eso es suficiente. Yo con lo que tengo ya soy feliz, me ayudáis mucho y hay personas que están peor que yo; además tengo salud, estoy teniendo suerte y Dios me cuida”.
Mi sorpresa y admiración iban en aumento. Estaba desbordado, empezó a hablar conmigo y a compartir su historia.
El viaje no fue fácil: tres meses caminando solo, “andar y andar, ése era el reto”, me decía. Poco a poco empezó a compartir conmigo sus vivencias más personales y pude intuir, y poco después confirmaría, que el viaje fue un antes y un después en su vida.
Me contaba que cuando vives situaciones tan duras, tan impactantes como las que vivió en su viaje, existe un punto y aparte. Que “fortalece la personalidad y da importancia a lo vital, el AMOR y el cariño entre las personas”, concluía diciendo. “Suerte, mucha suerte y la ayuda de Dios es lo que hace falta para poder llegar donde estoy ahora”.
En su mirada y en sus gestos me transmitía serenidad y felicidad, me hablaba de su viaje como una etapa superada e insistía en que él estaba bien, que era feliz. Para después decirme con una sonrisa entrecortada: “Sólo quiero trabajar para poder hacer feliz también a los míos. Yo ya soy feliz; además tengo suerte y a Dios de mi lado”.
Hablando con él, y contándome su día a día, observé que era una persona muy sencilla. Me resultaba chocante cuando me decía que contra el insomnio lo mejor era hacer deporte para acabar agotado y poder descansar mejor. Por eso salía a correr a las 5 de la madrugada. “Hacer deporte me mantiene en forma y mi cabeza no da tanta vueltas y es muy relajante correr a esas horas”, me decía. “Luego vuelvo y después de rezar y comer algo, comienzo a andar por la ciudad en busca de trabajo aburriendo a las personas que me reciben, la gente de las oficinas ya se sabe mi nombre”, seguía diciendo con una gran sonrisa. “Más tarde vengo a comer y después de comer tengo mucho tiempo libre, así que lo mejor es ayudar a los demás; eso es lo que más me llena y más contento me pone, por eso vengo e intento colaborar con los demás como me han ayudado a mí.”
Y terminaba diciendo: “El Centro Social se ha convertido en mi casa, en mi familia; mi vida está llena y completa, solo necesito cambiar una pequeña cosa, un trabajo. No necesito lujos ni demasiadas cosas, solo salud y un pequeño sueldo para poder vivir y poder ayudar a mi familia. Todo lo demás carece de importancia. Me he dado cuenta de que las cosas más grandes son las más pequeñas, como una mirada o una sonrisa, que gracias a Dios encuentro en el Centro Social San Antonio”.
Óscar Matés

jueves, 10 de enero de 2019

TAIZÉ: UNA EXPERIENCIA DE ENCUENTRO

En Madrid estamos viviendo estas fiestas navideñas de una manera especial. Recibimos el Encuentro Europeo de Jóvenes de Taizé. Durante unos días, y días muy señalados, compartimos con jóvenes que provienen de cualquier punto de Europa: Reino Unido, Bélgica, Luxemburgo, Ucrania, Polonia, Rusia, y del mundo, como Malasia o Estados Unidos, nuestras casas, nuestro tiempo, y lo más importante, la oración.

Nos unimos a estos jóvenes, sin importar el credo que cada uno utiliza, pues queremos hacer presente la hermandad que Francisco nos ha enseñado. La fraternidad ha hecho que no importase en absoluto ni qué familia, ni qué congregación religiosa ni qué parroquia ha acogido a los peregrinos que llegaban este viernes, muchos de ellos exhaustos tras varias horas, incluso días, algunos, de viaje.

Desde la Parroquia de San Antonio de Cuatro Caminos de Madrid, intentando seguir el ejemplo franciscano de cercanía, de encuentro y de acogida al peregrino, se está convirtiendo por unos días en Parroquia de Acogida. Un total de 33 peregrinos han sido ya acogidos entre familias, las Hermanas Salesianas, las Hermanas del Divino Pastor y los propios Hermanos de la Fraternidad Capuchina, que albergaron en la hospedería a un joven malasio y tres polacas.

En la Iglesia hemos tenido los momentos más importantes: la oración y la Eucaristía, y en el Salón de Actos, los grupos de trabajo y los momentos de encuentro más distendidos con el ágape que desde los voluntarios de los diferentes grupos de la parroquia han preparado con una disposición sin límites y una entrega y generosidad total.

Ojalá que esta realidad, esta experiencia de encuentro, esta Fuente de Alegría, como dice el Hno. Alois, no se diluya con su fin. Que perdure este espíritu entre todos nosotros, este sentimiento profundo que nos acerca un poquito más a la presencia viva del Francisco que nos enseña a seguir las huellas de Jesús y que ahora descubrimos en un humilde pesebre.
Elena Coelho

martes, 8 de enero de 2019

PREGÓN 2018: DALE LA VUELTA

Otro año más. El frío azotándome en la cara, bien temprano un domingo de diciembre. Corriendo a coger el bus, aún adormilada, ya es una tradición navideña que me encanta.

El domingo 23 de diciembre apagaba el despertador entre legañas por una muy buena razón. La de ir al pregón a celebrar con tanta gente buena la alegría de la Navidad.

Este año tuvimos como escenario Tudela, y dos buses llenos salieron de Zaragoza y de Logroño hacia allí. El recibimiento fue como siempre acogedor. Nos invitaron a darle la vuelta a todo desde el principio de la mañana, y llenamos el estómago nada más llegar con un chocolate con churros y unas migas deliciosas.

A lo largo de la mañana, los talleres fueron dándonos más ideas de lo que era “darle la vuelta”. Un primer taller de relajación nos invitó a mirarnos dentro y a curiosear con lo que teníamos cada uno por ahí, a reflexionar y a dedicarnos unos minutillos a darnos la vuelta desde nuestras entrañas. El taller de juego nos llevó a la niñez, a volver a disfrutar con el juego y a darnos la vuelta (literalmente) para divertirnos en grupo y recuperar al niño que nos araña desde dentro. Y lo que también nos arañó, muy profundo, fue el taller social. Vino a contarnos su experiencia de vida Paz, una enfermera que decidió darse un poquito más a los demás viajando a Grecia a ayudar de primera mano a los refugiados que huían allí. Comenzó contándonos el origen histórico del conflicto en Siria, lo que creo que es de vital importancia para comprender la situación que allí se vive. Y nos hizo ver, desde sus palabras puras y sinceras, el dolor que los refugiados viven teniendo que dejar atrás su país para embarcarse en un futuro muy incierto, pero que seguro es más esperanzador que lo que dejan atrás. Nos dejó a todos muy pequeñitos, con una reflexión y una emoción inundándonos, con los ojos mucho más abiertos, y con las ganas de como ella, aportar un poquito de ayuda a los refugiados. Por último, en el taller de la calle representamos un Belén viviente, disfrazados y con el mensaje para la gente de que le diera la vuelta a su Navidad: a sus problemas, a su consumo o a sus ideas.

Y como cada año, el día del pregón fue un día de encuentros y reencuentros. De conocer a toda la gente nueva que llega a disfrutar de la familia que es Jufra y a aportar nuevas experiencias que nos enriquezcan. Y de reencontrarse con las personas que tanto aprecias y tan poco ves, queriendo aprovechar cada minuto para ponerte al día y alegrarte con sus nuevas alegrías. Todo ello mientras compartimos mesa, comida y cantos.

Finalizamos, como siempre, con una celebración llena de júbilo y de Navidad, recogiendo lo que ha sido el día y recargando pilas con fuertes abrazos para estar llenos de energía hasta el próximo encuentro.

Volvemos a casa, felices de haber aprendido a darle la vuelta, cada uno en el sentido que le haya encontrado o que más necesite.

Así que, si queréis un consejo según lo que yo he aprendido de este pregón, aquí lo tenéis. Dale la vuelta: da un giro de 180º, o de 360º; mira con los ojos de tu interior, con los de un niño o con los de un refugiado; cambia tu perspectiva; comparte para escuchar el consejo amigo; ponte del revés y vuelve a mirar, y encontrarás siempre la manera, la verdad, lo bonita que es la vida. Dale la vuelta.
Irene Ortiz

jueves, 3 de enero de 2019

UNA BOLA GIGANTE DE NAVIDAD

En Navidad, me gusta pasear por las calles simplemente viendo a la gente, las luces, los escaparates. Este año me he fijado en un adorno nuevo para mí. Es una bola de Navidad gigante, que está en el suelo, hueca y en la que te puedes meter dentro. También hay otra versión: es un árbol de Navidad que está en varias ciudades, en el que también es posible entrar porque el interior está vacío, y una vez allí puedes pedir un deseo.

Me parece que cualquiera de estos dos motivos ornamentales es una metáfora de una forma de vivir la Navidad que va creciendo. Son bonitos estos días por la luces, los regalos, el entusiasmo de los niños, el descanso del trabajo, tener más tiempo para la familia, los encuentros con parientes y amigos, etc. Pero ¿qué sustenta todo eso? ¿Qué sostiene esa esperanza que surge en Navidad si no dejamos que Dios entre en nuestras fiestas? Como el árbol o la bola navideña gigante, que están cubiertos de luz y color por fuera, pero huecos por dentro, nos puede ocurrir a nosotros con la Navidad. Que se convierta en una alegría sin motivo alguno más allá de las compras; que nos conformemos con la ilusión que vemos en los ojos de los niños, pero que nosotros ya no tenemos; que aspiremos solamente a un descanso vacacional que no transforma nada; que llenemos la casa de regalos pero no confiemos en el regalo que es cada instante de la vida; que el regocijo de las comilonas se convierta en vacío después de la siesta; que en el brindis de Nochevieja haya sólo buenos deseos pero sin esperanza profunda; que los anuncios que nos emocionan sean sólo estética y sentimentalismo sistemáticamente programados; que ayudemos o demos limosna porque parece que toca, porque “es Navidad”.

En cambio, si dejamos sitio en nuestra posada al Dios que viene, todo, absolutamente todo queda sostenido por él; nuestros vacíos se aceptan serenamente en su presencia; nos podemos permitir el lujo de tener esperanza porque tenemos su garantía; la ilusión de los niños es también la nuestra porque creemos en su magia; el escepticismo se va desdibujando y convirtiendo en certeza de vida; cada encuentro con otra persona es susceptible de convertirse en algo sagrado. Dios nos muestra el color de la existencia y entonces sí, las luces, los adornos, los regalos, las comidas quieren celebrar algo más que a ellas mismas, quieren festejar la Vida que se nos regala, el Dios que se nos hace compañero de camino, el hermano que tiene algo de Dios.
Javi Morala, capuchino

martes, 1 de enero de 2019

ORACION PARA EL NUEVO AÑO

Ilustración tomada de espirituyvidaofm.wordpress.com