La sociedad
cambia, pero la costumbre de la limosna continúa. Incluso adquiere otras formas
de más rango social (subvenciones entendidas como limosnas, no como derechos
sociales). En el AT y en la sociedad de Jesús es práctica común (eran tiempos
de pobreza) y además en formas consagradas (por ejemplo la limosna que se da en
Jerusalén tiene doble valor).
Jesús no
cuestiona la existencia de esa práctica penitencial, pero la reorienta, la
trata a su manera. Esta reorientación lleva, en el fondo, a plantearse la
coherencia de tal práctica religiosa y su consiguiente transformación en
caminos de solidaridad, no tanto de dar, sino de darse.
- El principio reorientador de la limosna es hacerlo “en lo
escondido” porque es ahí donde el Padre lo ve (Mt 6,4). Esto quita el aguijón
al veneno del donante que siempre quiere que conste su nombre, sobre todo si el
donativo es cuantioso. Un dar poniendo delante el yo no es darse; y eso no
entra bien en el camino evangélico.
- El segundo principio reorientador es “que tu mano izquierda
no sepa lo que hace tu derecha”. Es decir: no llevar cuentas de lo que se da
porque esa es la manera de que, después, se pueda llegar a exigir una
contrapartida. Porque si se exige contrapartida no estamos ya en el marco del
darse.
- El tercer principio reorientador es, según Mc 7,9-13
(declaración de “corbán”), que la justicia está por encima de la limosna. Por
eso, si una limosna colisiona con la justicia, si mantiene la injusticia, es
una limosna cuestionable según el pensamiento de Jesús.
Texto: Mc 12,41-44: «Se sentó enfrente de la Sala del Tesoro y observaba cómo la
multitud iba echando monedas en el tesoro; muchos ricos echaban en cantidad.
Llegó una viuda pobre y. echó dos ochavos, que hacen un cuarto. Convocando a
sus discípulos, les dijo:- Esa viuda pobre ha echado en el tesoro más que
nadie, os lo aseguro. Porque todos han echado de lo que les sobra; ella, en
cambio, sacándolo de su falta, ha echado todo lo que tenía, todos sus medios de
vida».
- El texto, que ya hemos citado en otras ocasiones, es un
ejemplo claro de superación del dar por el darse. Efectivamente, la pobre mujer
da “de su falta”, de su necesidad, de ella misma, no de lo que le sobra. Se da
a sí misma en el poco dinero que tiene para sobrevivir.
- Por eso queda presentada como ejemplo de ciudadana del
reino: es ciudadano quien se va entregando a los demás sin llevar cuenta de lo
que da y sin demandar ninguna alabanza porque su limosna se pierde en el mar de
las otras limosnas.
- Por otra parte, el lector de hoy pone un correctivo al
texto: la mujer confía en que su limosna llegue a su objetivo, a los pobres.
Esa confianza es un gran valor. Pero los vericuetos de las limosnas
incontroladas son muchos. Por eso, se requiere la transparencia de que tales
limosnas llegan al fin que se propone. Esta verificación no es desconfianza,
sino el control que cualquier actividad económica necesita.
Aplicación: Dar o darse. Aquejada nuestra sociedad de una mentalidad
monetarista, la sociedad ha creído que dar era siempre un problema, sobre todo
cuando se trata de dar los beneficios sociales a quienes no se consideran
agentes productivos. Desde ahí no se ha podido entender que había otros bienes,
no monetarios, que eran compartidos con los “improductivos” y que, por ello,
podía haber un trasvase social de bienes, siendo el dinero uno más de ellos.
Así se habría suavizado la tensión del dar y se habría ampliado su ámbito de
influencia. Pero hay más: esta mentalidad monetarista es la que ha impedido ver
que la razón y la meta del dar es el darse, que cuando la persona se da,
independientemente de su situación económica, es cuando hay posibilidad de
humanidad para todos, para el que tiene (que deja de tener tanto) y para el que
no tiene (haciéndole ver que en el otro es donde tiene posibilidad y
horizonte). Esa actitud interna de disponibilidad se concreta, a través de la
certeza de responsabilidades adquiridas, en políticas sociales de compartir
social. No se trata de subvencionar a modo de limosnas a quien tiene necesidad,
sino de ver que los beneficios de todos han de ser repartidos entre todos. Por
eso mismo el darse social apunta a modos de reparto nuevo que hasta ahora no se
han abierto paso en el itinerario social moderno. El darse social
revolucionaría el fenómeno del reparto y, con él, el horizonte social.
De entre los intentos que van en esta dirección es de
destacar el de la renta básica que es un ingreso pagado por el Estado, como
derecho de ciudadanía, a cada miembro de pleno derecho o residente de la
sociedad incluso si no quiere trabajar de forma remunerada, sin tomar en
consideración si es rico o pobre o, dicho de otra forma, independientemente de
cuáles puedan ser las otras posibles fuentes de renta, y sin importar con quien
conviva. Sería un colchón que suavizaría el aterrizaje de los perdedores en la
nueva economía. Las críticas de que desincentivaría la búsqueda de
trabajo y que es algo muy caro se tienen difícilmente en pie. Muchos
economistas están convencidos de que la renta básica es una propuesta justa.
Justa en un sentido muy preciso: garantizaría la existencia material de toda la
población.
Pero el darse tiene sus coartadas: la pobreza, la carencia
de poder, la insignificancia social, la dificultad para la comprensión de los
vastos problemas de la sociedad, etc. Todo se parapeta en la sencilla pregunta
de ¿yo qué puedo hacer? En realidad, esta cuestión habría de ser sustituida por
la de ¿yo qué estoy dispuesto a hacer? Enarbolar coartadas es, con frecuencia,
echar una cortina de humo sobre los problemas. En ese sentido hay que ejercer
una continua crítica sobre la no intervención social. La implicación es más
sutil y pasa por el compromiso personal con la conciencia. Por encima de otros
compromisos con agentes sociales está el valor de la palabra íntima y de las
creencias que cada cual tiene. Pero también, como antes dijimos, cuenta
decisivamente el itinerario de responsabilidad que cada persona va
construyendo.
Una sociedad asentada sobre el darse es, hoy por hoy, un
sueño inalcanzable porque el ser humano camina en la historia, todavía, en
fases de egoísmo primigenio que le hacen muy cuesta arriba la espiritualidad
del darse. Por eso mismo, los niveles de igualdad social son, aún, bajos y son
triunfadores aquellos, personas y entidades de gran volumen social, que luchan
con denuedo no solamente por el mantenimiento de la desigualdad, sino por su
acrecentamiento. Y siguen cosechando grandes éxitos aunque, creemos, que tienen
los siglos contados.
Fidel Aizpurúa, capuchino