No es algo extraordinario porque está hecha de cariño, de vinculación, de confianza; pero no depende de otros factores como la presencia continuada, o gustos iguales, o de estar de acuerdo ideológicamente, etc. Favorece la libertad porque se reconoce la autenticidad y la verdad del camino de la otra persona, más allá de los roles que cada uno juega en otros apartados de la vida. Y sobre todo, Dios es el origen y la meta de lo que está en el fondo de la relación. Esto último ayuda a liberar la relación de otras necesidades que cada cual vive.
Esa comunión espiritual no nace del solo querer sino muchas veces del mero acoger lo que, por lo que sea, se ha encontrado. Puede haber cristalizado por un encuentro, una oración compartida, una lectura y comunicación fortuita… Ciertamente que cada uno ha tenido que haber recorrido un camino de fe, de búsqueda y trabajo; y también ha habido ciertas coincidencias (respeto, libertad, mínimo de confianza…) que han ayudado a que cristalizara la amistad. Pero en el fondo un amigo/a espiritual es un tesoro ofrecido por Dios para la vida de fe de cada uno.
Carta de Asís, octubre 2022
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