miércoles, 30 de marzo de 2016

EL ASOMBRO

Cuando éramos niños teníamos una capacidad de asombro que nos llevó a aprender, a investigar, a buscar… pero a medida que nos vamos haciendo mayores perdemos esa capacidad y nos parece que todo lo sabemos, que todo lo conocemos y que ya nada nos puede sorprender en la existencia que nos toca vivir.
   “Asombro” significa “al otro lado de la sombra”, y “sombra” significa oscuridad o ausencia de luz. Pues, el asombro nos hace salir de la oscuridad para ver lo iluminado, para observar el lado luminoso de las cosas, de las personas… y descubrir algo que no se conocía. Por tanto, si estamos cerrados a esta capacidad de asombro, estaremos cerrados a lo nuevo que pueda traernos la vida de cada día. O, ¿no es asombroso el amor, la amistad, la familia…la vida misma?
   Estamos rodeados de tantas pantallas de televisión, ordenadores… en las que vemos mucho dolor, mucho sufrimiento, y también mucha belleza, altruismo, pero vivimos tan deprisa que no hay tiempo para el asombro de lo bueno ni de lo malo que existe en el mundo.
   Quizá estemos tan ocupados que no podamos mirar a nuestro alrededor para abrir los ojos y ver todo lo que se nos ofrece en la naturaleza, en las relaciones y con Dios.
   ¿No es asombroso que podamos relacionarnos con Dios? El Dios que se revela en su Hijo Jesús y que quiere comunicarse con cada uno de nosotros.
   Estamos tan acostumbrados a oír que Dios está con nosotros, que nos quiere, que ha venido a salvarnos que ya ni nos sorprende, ni nos asombra. ¡Dios mismo me busca cada día y quiere tener una historia de amor conmigo! ¿No es algo que nos deja boquiabiertos? Y, ¿qué le decimos?
Carta de Asís, marzo 2016 

domingo, 27 de marzo de 2016

DOMINGO DE RESURRECCIÓN

¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?
No busques a Dios como te lo imaginas. No lo encontrarás.
No busques a Dios donde lo dejaste. No lo encontrarás.
No busques a Dios cuando tú quieres. No lo encontrarás.
Es inútil madrugar para buscarle. Dios madruga más que tú.
Es él quien te sorprenderá:
cuando menos lo esperes
donde menos te lo pensabas,
y del modo que no te imaginas.

sábado, 26 de marzo de 2016

TU VIDA ES MÁS GOZOSA SI TE LANZAS A AMAR (Sábado Santo)

Nosotros, que estuvimos con él, tuvimos bastante pronto la certeza de que estaba vivo. Lo percibíamos en mil detalles: estaba en nuestra cabeza y en nuestro corazón, empezamos a reunirnos en su nombre, recordábamos sus dichos y sus pasos, hablábamos y hablábamos (hasta altas horas de la noche) de sus andanzas, recordábamos uno a uno sus gestos de cariño con nosotros. Estaba vivo en nosotros.
   Lo leeréis esta noche en el Evangelio de vuestra celebración: Fueron las mujeres las que dijeron que estaba vivo. Nos costó creerles, nos parecía una locura. Pero no lo era porque el amor que le tuvimos desde el principio no se rompió a pesar del hachazo de su dura muerte. Le seguíamos amando de manera distinta pero bien profunda.
   Siempre llegábamos a la misma conclusión: es cuestión de amor. Si no amas, si no te lanzas a amar cada día no entenderás nada de la resurrección de Jesús. No es tanto cuestión de creer, sino de amar.
   Cuando se habla de la resurrección hay que hablar de amor. Si esa palabra no sale por ningún lado es que no estamos situando bien la cosa. Porque la resurrección es la certeza de que el amor de Jesús está a nuestro lado en modos más vivos que cuando sus pies hollaban los caminos de Galilea, su tierra.
   Por eso, vosotros, los jóvenes, que esta noche celebraréis con gozo la resurrección de Jesús lo que realmente tenéis que celebrar es el amor y sus posibilidades, la certeza de que si te lanzas a amar tu vida será más gozosa. La seguridad de que si tienes quien te ame tienes un amparo y que si tú amas te convierte en amparo para otros.
   Leeréis en el Evangelio de esta noche que, tras el anuncio de las mujeres, Pedro “se decidió y echó a correr hacia el sepulcro”. No hay que correr hacia el sepulcro, sino hacia el amor. Ahí está el resucitado latiendo y acompañando nuestra vida.
   Si entiendes esto irán entendiendo mejor cuáles son tus verdaderos centros vitales y les irás dando un contenido de mayor humanidad y de mayor espiritualidad. Más aún, es posible que esos centros vitales se desplacen y busquen lugares de más amor. Si logras que el amor se quede en tu casa, tu persona tendrá otra fuerza. Y no olvidéis: el quid de la cuestión no está tanto en que te amen, sino que en tú ames, en que te des, en abras las puerta del corazón (esa puerta que se abre por dentro) y que lo tuyo esté cada día más a disposición del otro.

Para pensar:
  • ¿Te parece que vivir desde el amor siempre lleva al gozo?
  • ¿En qué parcela del amor crees que tienes que trabajar más?
  • ¿En qué puedes amar más hoy mismo?
 

viernes, 25 de marzo de 2016

TU VIDA TIENE MÁS VALOR SI TE ENTREGAS (Viernes Santo)

Lo sabéis todos. Para nosotros que estuvimos con él, su muerte fue un mazazo. ¡Cuánto nos costó reponernos! ¡Cuantísimo trabajo nos llevó verle sentido a aquello de lo que, el principio, no queríamos ni siquiera hablar. Pero hubo que hacerlo.
   Vosotros nunca habéis visto crucificados. Mejor, ojalá no los veáis nunca. Nosotros los veíamos con cierta frecuencia. Era espantoso el suplicio. Era tan espantosa la desolación de sus familiares y cercanos. Quedaban marcados para siempre. “Casa del crucificado” era la peor ofensa que se podía decir de una familia.
   Por eso, cuando, de lejos, lo vimos en el madero, nos quedamos helados y no sabíamos qué hacer. Fuimos cobardes. Nos escondimos en nuestras madrigueras, solos con nuestro desconcierto. No sabíamos cómo salir de aquel pozo.
   Nos ayudaron muchísimo las mujeres. En aquella época, ellas contaban poco, aunque tenían nuestro aprecio. Fueron ellas las que entre lágrimas comenzaron a decir que lo de Jesús no podía terminar de aquella mala manera. Decían: su entrega no muere, su generosidad sigue con nosotros, su amor aún late, su presencia no se ha apagado.
   Nos reuníamos por la noche, a la luz de una vela. Y, entre silencios, las mujeres nos hablaban de la hermosura de la entrega de Jesús, no solamente de la dureza de su muerte. Nos decían que Jesús no quiso morir en cruz; que eso se lo encontró porque proponía un estilo de vida nuevo, de más humanidad, de más calor en los corazones, de más justicia. Ese fue su gran valor. Lo hermoso de Jesús no es su muerte, decían, sino el camino de entrega que tuvo como final una muerte violenta.
   Por eso las mujeres nos decían: si queréis recordarle de verdad, no lo recordéis sobre todo crucificado, sino totalmente entregado
   Hoy, vosotros, los jóvenes, vais a celebrar su muerte leyendo el relato del Evangelio de san Juan. Leedlo desde la hermosura de su entrega, no desde el desastre de su muerte violenta. Pensad que se narra ahí el triste final de un corazón entregado, la belleza de una fidelidad que no se detiene ante nada.
   Cuando veneréis la cruz de Jesús, pensad que estáis besando no a un muerto en cruz, sino, sobre todo, a uno que ha vivido la entrega del corazón con toda seriedad, a uno que ha acompañado con fidelidad inquebrantable, a uno que jamás ha rechazo a nadie, a uno que se dio sin guardarse para sí nada. Vacío de sí, para llenarnos a nosotros. Eso es lo que besas.
   Y en la paz hermosa de este Viernes Santo, piensa que cuando te entregas a fondo, cuando te entregas con amor, cuando no te pones por delante, estás andando el camino de Jesús. Posiblemente tu vida no acabará tan dramáticamente como la suya, pero la entrega tiene un precio, el precio del desdén, de quien te dice que estás en la luna, de quien hace de la indiferencia su bandera. Paga el precio, entrégate, y una paz honda, la de Jesús, vendrá a los pliegues de tu alma.

Para pensar:
  • ¿Cómo venerar más al entregado que al crucificado?
  • ¿En qué puedes entregarte tú mismo y hoy mismo?
 

jueves, 24 de marzo de 2016

TU VIDA TIENE MÁS SENTIDO SI SIRVES (Jueves Santo)

Posiblemente vosotros no os lo creáis. Nosotros tampoco le creíamos del todo. Cuando nosotros, sus discípulos, íbamos de camino con él, bajábamos la cabeza y caminábamos en silencio. Él nos machaba: la vida tiene otro valor si se sabe servir; servir no es perder, sino ganar; se puede estar contento sirviendo. Bajábamos la cabeza porque por dentro nos decíamos: si te poner a servir, estás perdido, todo el mundo se aprovechará de ti. Pero Él, erre que erre, machacando en el yunque.
   Tenía Jesús una costumbre que, la verdad, no nos gustaba mucho. En aquellos tiempos íbamos casi siempre descalzos. No había para calzado. Por eso, antes de ponernos a cenar, por la noche, nos lavábamos los pies sucios. A Él le gustaba hacer ese trabajo. Nos ponía malos verle avanzar con el barreño y la toalla. A Pedro, sobre todo, se le revolvían las tripas.
   Por eso, se quedó Pedro helado cuando, mirándole a los ojos, le dijo: “Si no te lavo los pies, no tienes nada que ver conmigo”. Jamás hubiera pensado Pedro que le iba a lanzar aquel misil. Entendió bien Pedro que le estaba diciendo: tienes que aceptar a un Mesías que sirve, yo estoy contento sirviendo, yo te lavo los pies con amor, esto para mí no es una humillación, esto da sentido a mi vida.
   Cuenta una leyenda de aquella época que, años después, Pedro, en Antioquía lavaba también los pies a sus amigos cristianos y que, cuando lo hacía, él que era sensible y llorón, más allá de su rudeza, dejaba escapar las lágrimas que caían al barreño del agua. Se acordaba de Jesús y de lo que le costó a Pedro entender aquello del servicio.
   Esta tarde, vosotros los jóvenes, leeréis otra vez aquel hermoso texto del lavatorio de los pies. Tomadlo como palabras dichas al corazón, no solo como palabras leídas en una celebración. Si las acogéis en el corazón entenderéis mejor su significado. Haréis vuestra la mística del servicio. Esa sí que da otro color, otro sentido, a la vida.
   Piensa, por ejemplo, que si sirves con generosidad, no te empobreces, sino que sales ganando cosas que te hace más feliz (coherencia, gusto de ver crecer al otro, satisfacción por el bien hecho, etc.). Si eres ágil para servir, ganas corazones. Y quien gana un corazón ilumina su vida. Si sirves, rompes el caparazón de la indiferencia que nos envuelve sin que nos demos cuenta.
   Servir solamente puede hacerse mirando al corazón del otro y descubriendo ahí alguien a quien amar. Mira más allá de ti mismo.

Para pensar:
  • ¿Crees que la vida tendría otro color cuando servimos sencillamente?
  • ¿Qué gesto de servicio podrías hacer hoy mismo?

miércoles, 23 de marzo de 2016

SEMANA SANTA 2016: #otraformadevida+sentido

A nosotros, a los que vivimos tiempo con ÉL, sus discípulos, nos cambió la vida. Éramos como todos. Teníamos los fallos que tienen todos. Pedro amaba a Jesús, pero era muy ambicioso. Lo mismo que Santiago y Juan que querían sentarse uno a la derecha y otro a la izquierda. Y estos dos era violentos, dispuestos a pegar fuego a aquel pueblo que no les recibió. Y luego estaba Mateo, jefe de malos, jefe de corruptos. Y nada digamos de Judas, el que le entregó. O sea, éramos gente común, con cosas buenas y otras no tanto. Pero nos cambió la vida.
   Vosotros podéis pensar que a vosotros no hay quién os cambie, que ya estáis muy hechos y, como dice la gente mayor, “genio y figura hasta la sepultura”. Es verdad que cambiar es difícil. Pero si alguien nos puede cambiar es alguien a quien amamos. Cuando se ama, hay posibilidad de cambio porque el amor es la fuerza más grande para cambiar.
   Por eso, la finalidad de estos día no es tanto celebrar la Semana Santa, sino tener a la mano una oportunidad de amar más a ese Jesús que nos acompaña. Y si logramos amarle más, quizá nuestra vida pueda ser un poco distinta, quizá pueda tener otro sentido.
   Hablar del sentido de la vida parece que es cosa de filósofos. Pero, para nada. Es saber qué gafas queremos poner en nuestros ojos, gafas que nos impidan ver o gafas que nos ayuden a ver. Gafas que dejen pasar la luz o gafas oscuras que no dejan pasar la luz. Es cierto aquello otro de que la vida es “según el color con que se mira”. Eso es el sentido: el color con el que vamos mirando a la vida y el que nosotros ponemos en ella.
   Acercarse a Jesús en estos días nos puede ayudar a poner dos colores en nuestra mirada: el de la humanidad y el de la espiritualidad. La humanidad es que el corazón sea sensible a los otros corazones; la espiritualidad es ver eso que está debajo de la piel y que no aparece sin más.
   Anímate, lánzate a Jesús, apóyate en tus hermanos y hermanas, en esos que tienen las mismas ganas que tú de vivir a tope con un sentido nuevo.
Fidel Aizpurúa, capuchino

miércoles, 16 de marzo de 2016

DE CAMELLOS Y SENTIDOS DE VIDA

Hay veces que a uno se le pasan por la cabeza ideas de lo más peregrinas. Durante un viaje en tren pensaba en los camellos, sí en esos animales del desierto. Y me resultaba difícil imaginarlos asilvestrados, antes de que fueran utilizados por las personas para el transporte. Como si los pobres camellos no tuvieran más sentido en este universo que estar al servicio de los humanos.
   Pero es que estos pensamientos inconsistentes me llevaban a no encontrar sentido a las plantas, las rocas o los insectos que están fuera del alcance de los hombres, perdidos en cualquier selva. Como si su sentido estuviera a expensas del uso que podríamos darles las personas, directa o indirectamente.
   Eso de asociar el sentido de algo a su utilidad creo que tiene más fuerza de lo que me parecía. De hecho, acabo de darme cuenta que encadenar una actividad tras otra tiene tanto poder sobre mí, no sólo porque me ocupa y me entretiene, sino sobre todo, porque parece alimentar mi búsqueda de sentido al percibirme útil, productivo.
   Pero habría otra forma de entender este tema. Y es asociar el sentido de la vida, no a lo que haces, sino a tu misma existencia. Es decir, por el hecho de existir en este mundo, tu vida ya tiene un sentido, ya está sostenida: “no pretendo grandezas que superan mi capacidad. No, me mantengo en paz y silencio como un niño en brazos de su madre” (Salmo 131). No necesitamos hacer nada, sólo por el simple hecho de “ser” nuestra vida ya tiene valor, ya tiene una orientación. Pero para percibirlo necesitamos pararnos, abrirnos, dejarnos ser en medio de la realidad y dejar que ella te inunde y te guíe. Necesitamos -desde nuestra conquistada autonomía- dejar que la vida tome la iniciativa y permitirnos empapar por ella, por todo lo que te da, sin necesidad de hacer nada.
   Es lo que creo que conseguía la niña ciega y sorda, de la película “La historia de Marie Heurtin”. Y lo hacía sin la capacidad de la vista o el oído, y durante mucho tiempo sin poder comunicarse verbalmente. Pero con un sentido del tacto desarrollado infinitamente se fusionaba con la realidad viviéndola y disfrutándola, en algunos momentos, tan intensamente que despertaba en mí, admiración y hasta envidia. Creo que la niña sentía como nadie la incondicionalidad del desprendimiento de Dios con nosotros, en cada instante de la existencia. Cuando uno ha experimentado que la realidad es tan generosa y tan desbordante, puede decir convencido que “todo el que pide recibe, y el que busca encuentra” (Mt 7, 7) porque sabe que la existencia quiere darse y sólo necesita alguien que se abra a ella.
Javi Morala, capuchino


miércoles, 9 de marzo de 2016

VOLVER A CASA

«Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió». Una mirada buena, llena de bondad y compasión es la que nos salva, la que nos hace cambiar, la que nos convierte en personas queridas y especiales. Una mirada llena de misericordia es la que nos hace sentir que merece la pena volver a intentarlo con todas nuestras ganas. ¿Quién me mira con misericordia cuando caigo? ¿Cómo es mi mirada ante los demás cuando siento que fallan?
   «Y echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo». El Padre sale corriendo y busca el abrazo de su hijo. Sin reproches, ni condiciones, ni castigos. Así es Dios, siempre corriendo con los brazos tendidos hacia quienes vuelven a él. ¿Has sentido el cariño y el perdón a través de un abrazo?
   «Este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y lo hemos encontrado». Al padre no le preocupa su honor, sólo piensa en su hijo: que no quede destruido, que no siga muerto y que no viva perdido. Él mismo nos descubre lo que hay en su corazón de padre: amor. ¿Qué hay en este momento en mi corazón?

Dios Padre, lleno de misericordia,
acógeme, abrázame y perdona mis pecados.
Concédeme descubrir tu amor incondicional de
Padre que se alegra cuando vuelvo a casa.
Lléname de tu misericordia
para que mire a los demás con tus mismos ojos.
Dame tu perdón para que pueda
comenzar de nuevo junto a Ti.
Amén.

jueves, 3 de marzo de 2016

EL AYUNO QUE DIOS QUIERE

Apartad de mi vista vuestras malas acciones. Dejad de hacer el mal, aprended a hacer el bien. Buscad la justicia, socorred al oprimido, proteged el derecho del huérfano, defended a la viuda.” (Is 1,16-17)

Dios no es enemigo del estomago.
   Ni los estómagos vacíos dan más gloria a Dios.
      Dios no se recrea viéndonos sufrir ante un buen plato de comida prohibido.
         La salvación y el amor a Dios no pasa por el estómago.
            Lo que el Señor quiere es algo muy diferente:
   “Dejad de hacer el mal”. Sobre todo el mal a los demás. Que dejemos nuestros rencores y resentimientos. ¿De qué sirve un estómago vacío con un corazón lleno de odios?
   “Aprended a hacer el bien.” No basta no hacer el mal. Hay que hacer el bien. No basta no odiar. Hay que amar. No basta no herir con la palabra. Hay que hablar amablemente. No basta no robar. Hay que aprender a dar y compartir. No basta decir “yo no robo, yo no mato”. ¿Y el bien que puedo hacer?
   “Buscad la justicia.” No basta esperar la ocasión para ser justos. Hay que ser promotores de la justicia. Mientras cada uno no tenga lo suyo, es inútil acumular lo nuestro. Hay que ser justos como esposos. Hay que ser justos como padres. Hay que ser justos como hijos. Hay que ser justos como hermanos. Hay que ser justos con todos.
   “Dar sus derechos al oprimido.” Demos y reconozcamos los derechos del esposo y la esposa, los derechos de los padres y de los hijos, de los hermanos, los derechos de todo el mundo. Las esclavitudes tienen muchos rostros. Tienen rostros de esposas, de padres y de hijos y de hermanos y de prójimos. Mientras haya oprimidos en nuestra vida, ¿de qué sirven los estómagos vacíos?
   ¿Cuántos oprimidos hay por mis juicios y críticas? ¿Cuántos oprimidos hay por mi genio y mal humor? ¿Cuántos oprimidos hay por mi intolerancia? ¿Cuántos oprimidos hay por mi egoísmo? ¿Será mi vida la cárcel donde gimen demasiados esclavos y oprimidos que esperan su liberación.
juanjauregui.es