Posiblemente vosotros no os lo creáis. Nosotros tampoco le creíamos del todo. Cuando nosotros, sus discípulos, íbamos de camino con él, bajábamos la cabeza y caminábamos en silencio. Él nos machaba: la vida tiene otro valor si se sabe servir; servir no es perder, sino ganar; se puede estar contento sirviendo. Bajábamos la cabeza porque por dentro nos decíamos: si te poner a servir, estás perdido, todo el mundo se aprovechará de ti. Pero Él, erre que erre, machacando en el yunque.
Tenía Jesús una costumbre que, la verdad, no nos gustaba mucho. En aquellos tiempos íbamos casi siempre descalzos. No había para calzado. Por eso, antes de ponernos a cenar, por la noche, nos lavábamos los pies sucios. A Él le gustaba hacer ese trabajo. Nos ponía malos verle avanzar con el barreño y la toalla. A Pedro, sobre todo, se le revolvían las tripas.
Por eso, se quedó Pedro helado cuando, mirándole a los ojos, le dijo: “Si no te lavo los pies, no tienes nada que ver conmigo”. Jamás hubiera pensado Pedro que le iba a lanzar aquel misil. Entendió bien Pedro que le estaba diciendo: tienes que aceptar a un Mesías que sirve, yo estoy contento sirviendo, yo te lavo los pies con amor, esto para mí no es una humillación, esto da sentido a mi vida.
Cuenta una leyenda de aquella época que, años después, Pedro, en Antioquía lavaba también los pies a sus amigos cristianos y que, cuando lo hacía, él que era sensible y llorón, más allá de su rudeza, dejaba escapar las lágrimas que caían al barreño del agua. Se acordaba de Jesús y de lo que le costó a Pedro entender aquello del servicio.
Esta tarde, vosotros los jóvenes, leeréis otra vez aquel hermoso texto del lavatorio de los pies. Tomadlo como palabras dichas al corazón, no solo como palabras leídas en una celebración. Si las acogéis en el corazón entenderéis mejor su significado. Haréis vuestra la mística del servicio. Esa sí que da otro color, otro sentido, a la vida.
Piensa, por ejemplo, que si sirves con generosidad, no te empobreces, sino que sales ganando cosas que te hace más feliz (coherencia, gusto de ver crecer al otro, satisfacción por el bien hecho, etc.). Si eres ágil para servir, ganas corazones. Y quien gana un corazón ilumina su vida. Si sirves, rompes el caparazón de la indiferencia que nos envuelve sin que nos demos cuenta.
Servir solamente puede hacerse mirando al corazón del otro y descubriendo ahí alguien a quien amar. Mira más allá de ti mismo.
Para pensar:
- ¿Crees que la vida tendría otro color cuando servimos sencillamente?
- ¿Qué gesto de servicio podrías hacer hoy mismo?
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