Dios no es enemigo del estomago.
Ni los estómagos vacíos dan más gloria a Dios.
Dios no se recrea viéndonos sufrir ante un buen plato de comida prohibido.
La salvación y el amor a Dios no pasa por el estómago.
Lo que el Señor quiere es algo muy diferente:
“Dejad de hacer el mal”. Sobre todo el mal a los demás. Que dejemos nuestros rencores y resentimientos. ¿De qué sirve un estómago vacío con un corazón lleno de odios?
“Aprended a hacer el bien.” No basta no hacer el mal. Hay que hacer el bien. No basta no odiar. Hay que amar. No basta no herir con la palabra. Hay que hablar amablemente. No basta no robar. Hay que aprender a dar y compartir. No basta decir “yo no robo, yo no mato”. ¿Y el bien que puedo hacer?
“Buscad la justicia.” No basta esperar la ocasión para ser justos. Hay que ser promotores de la justicia. Mientras cada uno no tenga lo suyo, es inútil acumular lo nuestro. Hay que ser justos como esposos. Hay que ser justos como padres. Hay que ser justos como hijos. Hay que ser justos como hermanos. Hay que ser justos con todos.
“Dar sus derechos al oprimido.” Demos y reconozcamos los derechos del esposo y la esposa, los derechos de los padres y de los hijos, de los hermanos, los derechos de todo el mundo. Las esclavitudes tienen muchos rostros. Tienen rostros de esposas, de padres y de hijos y de hermanos y de prójimos. Mientras haya oprimidos en nuestra vida, ¿de qué sirven los estómagos vacíos?
¿Cuántos oprimidos hay por mis juicios y críticas? ¿Cuántos oprimidos hay por mi genio y mal humor? ¿Cuántos oprimidos hay por mi intolerancia? ¿Cuántos oprimidos hay por mi egoísmo? ¿Será mi vida la cárcel donde gimen demasiados esclavos y oprimidos que esperan su liberación.
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