Lo importante para la religión son las relaciones con Dios. Son tan importantes que las otras relaciones, las humanas, parecen contar menos o casi no cuentan. Sin embargo, para los evangelios, todas las relaciones cuentan y, de alguna manera, las humanas ocupan casi el todo del asunto.
Por eso, no nos equivocamos si pensamos que los evangelios son, ante todo, un libro de relaciones humanas. De ahí que si el contacto con el evangelio no mejora las relaciones personales es que, todavía, no está haciendo su obra.
- Para Jesús, las relaciones con Dios habrían de alejarse de las relaciones con una divinidad y parecerse a la relación de amor que existe entre un padre y su hijo querido (de ahí el título de abbá y las relaciones de hondura de Lc 15,11-32). Unas relaciones frías no son las que propone Jesús. Un Dios lejos de los caminos humanos, no es el Dios de Jesús. Es preciso “humanizar” a Dios.
- La relación con los humildes es clara: la respuesta que damos al sufrimiento del otro dice qué tipo de persona somos. Por eso mismo, la gran pregunta de la compasión humana es simple: “¿Qué puedo hacer por ti?” (Mc 10,46-52). Ahí es donde se juega la relación nueva que Jesús propone.
- Por otra parte, la relación con el poder, una de las más importantes a nivel social, Jesús la enfoca con claridad: conviene alejarse de las estructuras de poder porque ellas van a lo suyo. De ahí que haya que “devolver” al César el poder que quiere tener y desde ese alejamiento se podrá construir una relación crítica con él (Mc 12,13-17).
Despojar a los evangelios de su componente relacional es apagar la llama que arde en su interior.
Texto: Jn 7,1-10: «Inmediatamente después de esto, recorría Jesús la Galilea, pues no quería andar por Judea, porque los judíos buscaban matarlo. Se acercaba la gran fiesta judía de las tiendas.De modo que su gente le dijo:-Trasládate de aquí y márchate a Judea, así tus discípulos presenciarán esas obras que haces, pues nadie hace las cosas clandestinamente si busca ser conocido. Si haces estas cosas, manifiéstate al mundo. De hecho, tampoco su gente creía en él.Jesús les contestó:-Para mí, todavía no es el momento; para vosotros, en cambio, cualquier momento es bueno. El mundo no tiene motivo para odiaros; a mí, en cambio, me odia, porque de él yo denuncio que su modo de obrar es perverso. Subid vosotros a la fiesta, yo no subo a esta fiesta, porque para mí el momento no ha llegado aún.Dicho esto, él se quedó en Galilea; sin embargo, cuando sus parientes habían subido a la fiesta subió él también; no abiertamente, sino clandestinamente».
La relación de Jesús con “su gente” no ha sido fácil. estaban siempre al acecho a ver si podían sacar algún beneficio. No entienden los planteamientos del reino.
- Jesús no se pliega a esa presión y se zafa de ella situándose en la sombra, clandestinamente. Sabe que si en la medida en que el reino se publicita, se echa a perder. Cree en la fuerza de lo secreto, de lo oculto.
- La propuesta de su gente es que se “manifieste” como se manifiesta un Dios, inapelablemente, incondicionalmente, opresivamente. Jesús rehúye un planteamiento así porque el reino es para quien lo acepta del corazón, no una imposición de la que uno no pueda escapar. Las relaciones del reino son libres y de corazón, no obligatorias.
- Para dar adhesión a Jesús hay que enfocar su propuesta desde parámetros de relación humanizadora. Como entren otra clase de intereses, la cosa se pervierte. Es el modo “perverso” de obrar del mundo, de los mecanismos opresores, de la relación explotadora.
Aplicación: Una lectura social de los textos podría darles otro color. Ese color sería entenderlos más como textos de relación social que como textos religiosos. Las maneras habituales de leer la Palabra suelen ser espirituales o morales. De la lectura se deducen unas actitudes espirituales que, con frecuencia, al no tener arraigo antropológico, derivan en espiritualistas, sin conexión con la vida, sin evaluación. Todo queda en el mundo de lo impreciso, de aquello que, aunque no funcione, no se cuestiona.
O bien se hace una lectura moral: se deducen de ella unas actitudes y comportamientos morales que, también a veces, resultan algo extremos, fruto de un moralismo que se aleja de la misma Biblia. Son perspectivas que pueden seguir siendo útiles, siempre que se hagan con un poco de profundidad y no les atrape la superficialidad y la rutina. Si no, el cansancio envuelve a la Palabra y la esclerotiza.
Habría otro camino para devolver brillo a la Palabra y para iluminar comportamientos de vida: hacer lo que llamaríamos una lectura social de la Palabra. Una tal lectura es aquella que pretende mezclar la capacidad germinativa de la semilla de la Palabra con la tierra de la historia, de la sociedad. Y pretende hacerlo de una manera sistemática y ahondada no como un derivado moral sino como algo perteneciente al simple hecho de leer. Esto trae como resultado positivo que el texto adquiere perfiles que las lecturas espiritual y moral habían borrado por repetitivas y desvela la evidencia de que el campo de la vida queda iluminado por una espiritualidad que hace de lámpara para los titubeantes pasos de los humanos por la historia. Como decimos, cuando esta lectura se hace de manera sistemática, no esporádica y con profundidad, los resultados son nuevos.
Para hacer este tipo de lectura, quien trabaja su fe sabe que es preciso manejar la herramienta hermenéutica de la benignidad crítica. Esta es una manera peculiar de leer el hecho social: se trata de hacerlo con sentido crítico y con amor social a la vez. Sin este amor a la vida la lectura de la Palabra será hierática, fría y dogmatizante. Sin sentido crítico se cae en tales contradicciones y simplismos que la persona de hoy se vuelve de espaldas con un gesto de menosprecio hacia la ingenuidad de quien no aplica al hecho religioso los mismos parámetros de adultez que al resto de la vida.
Fidel Aizpurúa, capuchino