No sólo repercute en la economía, sino en la vida. Nos han cambiado los planes y ritmo de trabajo. A nivel de familia, el confinamiento ha hecho tener que reajustar la vida familiar. La enfermedad se ha hecho presente de forma dura. Los planes de vacaciones o de verano han tenido que posponerse o reajustarse también. El golpe a sido fuerte a todos los niveles: personal, social, económico… De alguna manera nos encontramos paralizados ante las dificultades que nos impiden volver a otros tiempos y modos de vida y de relación. La gente tiene miedo al contagio. Las medidas tomadas para prevenir los contagios como el mantenimiento de la distancia de seguridad, el aforo que hay que guardar en las tiendas, iglesias y lugares públicos cerrados, el número de personas que pueden reunirse para celebrar algo, el cuidado y visitas a nuestros mayores… han cambiado el modo de relacionarnos con los demás.
Ante esta situación necesitamos volver sobre nosotros mismos y ser conscientes del sentido que damos a nuestra vida. Toda persona necesita cuestionarse, interrogarse, plantearse esas cuestiones radicales, existenciales: ¿En qué apoyo mi vida? ¿Cuál es su cimiento? ¿Por qué y para qué vivo? Como dicen los sabios y entendidos en cuestiones humanas, quien sabe de dónde viene y hacia dónde va en la vida, ya sabe mucho y definitivo en la existencia.
Las personas creyentes, al hacernos este tipo de planteamientos, nos preguntamos qué lugar damos a Dios, qué importancia tiene en nuestro vivir. Creemos que la vida es don de Dios y que Él nos acompaña en nuestro caminar. En este tiempo nos encontramos con la tarea de cuidar la vida, la nuestra y la de los demás. Las autoridades sanitarias nos dan una serie de recomendaciones para ello y no podemos obviarlas.
Cuando creemos y confiamos en Él nos damos cuenta de que la fe nos ayuda a enfocar nuestra existencia y todo lo que la rodea: nuestra entrega, nuestro trabajo, nuestra salud… Es verdad que, como en los viajes de avión, también encontramos turbulencias que nos inquietan. Estas en la vida tienen que ver con enfermedades, crisis personales o familiares, cuestiones económicas, cuestionamientos religiosos… Estas también se sobrellevan si sentimos a Dios como el fundamento en el apoyarnos, la roca que nos salva, la piedra angular… Vivir desde este convencimiento es fuente de gran serenidad y confianza en la vida.
Benjamín Echeverría, capuchino
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