Pero este año he sido consciente de otro regalo añadido. Quizás más especial que los anteriores, si cabe. Me he dado cuenta de las actitudes de cada uno de los que íbamos en la travesía, y me han llenado de agradecimiento, de sentido y de alegría. Son muchos los ejemplos: los que se han encargado de lo de todos: de comprar la comida, de ofrecer su coche para el viaje, de reservar los refugios; la que, como una madre, prepara el tomate cada comida y lo reparte para que cubra el pan de siete personas; el que no le importa quedarse atrás y acompañar al que ese día está un poco más flojo y le cuesta subir; la que tiene la lucidez suficiente para detenerse ante una frustración o cansancio mayúsculo, digerir el revoltijo interno y bajar al refugio con una sonrisa; el que con una broma construye una ambiente de cordialidad; la que es capaz de adaptarse a la novedad con alegría; los que se ofrecen para llevar de lo común en su mochila, aunque todos queramos, “muy generosamente”, que se coma primero la comida que cargamos; los que afrontan sus miedos; los que adaptan sus planes a las necesidades del grupo; los que acogen las limitaciones de los demás y no se las echan en cara, sino que intentan sostenerlas. Y miles y miles de detalles más, de los que se ofrecen, están disponibles, atentos, cuidadosos, acogedores.
Y pensando en estas cosas me venía a la cabeza ese texto de san Pablo que anuncia que en el Reino definitivo “Dios será todo en todos” (1 Corintios 15, 28). Sí, en esta travesía y en tantas situaciones que vivimos cada día, Dios es en nosotros, y ya se está haciendo realidad su Reino de compasión, de cuidado mutuo, de cercanía, de bondad. Y por eso nos sentimos tan plenos, porque vivimos algo de ese destino al que estamos llamados en lo hondo del corazón, nos encontramos con el anhelo definitivo de nuestra materia, de nuestro ser interior. Es como volver al hogar originario del que tenemos sed continuamente. En esta travesía habéis hecho realidad los valores de un mundo nuevo, de una humanidad de corazón enternecido. Y por eso ha sido tremendamente bella esta combinación de pura naturaleza y cuidado mutuo. ¡¡¡MUCHAS GRACIAS!!!
Javi Morala, capuchino
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