martes, 28 de noviembre de 2017

QUE TORPES SOMOS PARA AMAR

Lo que más deseamos en esta vida es amar y ser amados. Sabemos que eso es lo que nos llena y da sentido a nuestras vidas. Sabemos que estamos llamados a vivir eso, que estamos hechos para el amor. Jesús nos lo ha repetido insistentemente. Entonces, ¿por qué nos cuesta tanto?, ¿por qué nos resulta tan difícil centrar nuestras vidas en lo que nos da vida, en lo que de verdad nos llena?

Por un lado porque nos creemos que sabemos, porque pensamos que eso de amar es natural, es algo que nos brota espontáneamente... hasta que nos damos de bruces con nuestra frágil realidad de desengaños, de infidelidades, de torpezas, de fracasos... Incluso en esas situaciones pocos de entre nosotros se atreven a confesarse que no saben amar. Preferimos decirnos que ha sido una mala experiencia.

Pero por otra parte porque queremos manipular el amor buscando nuestra propia seguridad y nuestros propios intereses. También con Dios. Demasiadas veces confundimos el amor con nuestro deseo. Y nuestro deseo no es nada desinteresado sino que está muy mezclado de intereses nada claros como son la necesidad de seguridad, de significación, de satisfacción, de dedicación... Prueba de ello es que nos cuesta amar a quienes no responden a nuestros deseos, a quienes rompen nuestras expectativas, frustran nuestros deseos o no responden a nuestros requerimientos. Nos pasa entre nosotros, y nos pasa con Dios.

Con palabras bien precisas lo decía una mujer de hace ocho siglos, Hadewijch de Amberes: “Hoy día todo el mundo se ama a sí mismo y quiere vivir con Dios en el consuelo, el reposo, la riqueza y el poder, y compartir el gozo de su gloria. Todos deseamos ser Dios con Dios, pero, Dios lo sabe, pocos de entre nosotros quieren ser humanos con su humanidad, llevar su cruz, ser crucificados con él. Cada uno puede rendirse cuentas a sí mismo: generalmente sabemos sufrir muy poco. Una pequeña contrariedad que nos estorbe, una maledicencia, una calumnia, todo lo que nos despoja de un poco de honor, de reposo, de libertad, ¡qué rápida y profundamente nos hiere!”

A Dios no le estorba en absoluto nuestra torpeza. Y no olvidemos nunca que a amar se aprende amando.

Carta de Asís, noviembre 2017

sábado, 25 de noviembre de 2017

TENEMOS QUE VERNOS MAS

El ritmo de vida actual, un tanto deshumanizado, puede causar que muchas veces se pierda de vista lo importante. Por eso, Ruavieja lanza “Tenemos que vernos más”, una campaña con la que quiere reflexionar sobre la necesidad de dar espacio en la vida a aquellas cosas que verdaderamente merecen la pena.

jueves, 23 de noviembre de 2017

AQUEL SILENCIO

Cuántas veces Dios se acordará
de aquel Silencio de antes,
de aquel silencio que hubo que ni Dios aguantaba,
-el silencio culpable de que estemos ahora-,
cuando perdió su calma y arañando la tierra cogió barro y nos hizo,
y se acabó el silencio,
y empezó el alarido
sólo a veces variado por un piar muy leve
cuando amamos dormidos.
Gloria Fuertes

lunes, 13 de noviembre de 2017

DÍA MUNDIAL DE LA AMABILIDAD

El Día Mundial de la Amabilidad se celebra todos los años el 13 de noviembre con el propósito de hacer un llamamiento para ser felices y contribuir a la felicidad de todas las personas a nuestro alrededor. Este día se originó en los años 60 como respuesta a los altercados violentos entre estudiantes y policías en la universidad de Tokio; y a partir de 1997 fue promovida por la World Kindness Movement de Tokio con la idea de dedicar un día a la amabilidad. Su presidente pensaba que, si cada uno tenía una pequeña atención diaria con los demás, la amabilidad acabaría por llenar el campus, la ciudad y el país. A lo largo de los años, más países se han unido a esta iniciativa que valora la importancia de la amabilidad a nivel mundial. También llamado Día de la Bondad, este movimiento la define como una actitud y una forma de relacionarse con los demás y establece que las personas amables son:
  1. Empáticas: que significa que intentan comprender lo que motiva la actitud de los demás.
  2. Modestas: al no presumir de sus éxitos ante los demás.
  3. Pacientes: para no enfadarse frente a las acciones de los que los rodean.
  4. Generosas: al ofrecer su tiempo y comprensión.
  5. Respetuosas: escuchando sin juzgar.

jueves, 9 de noviembre de 2017

FRAGILIDAD Y FELICIDAD

A menudo suelo ir a pasear a orillas del río Pisuerga. El otro día mientras disfrutaba del camino vi una escena muy expresiva. Un señor anciano intentaba caminar ayudado por otro más joven, que yo interpreté que era su hijo. El mayor no se sostenía, iba arrastrando las piernas con la boca abierta y con un babero que le cubría todo el pecho. El más joven no sólo le mantenía en equilibrio sino que le cargaba y hacía toda la fuerza necesaria para el movimiento. La fragilidad de la escena era máxima.

Esa situación me revelaba que la vida es debilidad, que la vulnerabilidad es una condición propia no sólo de la persona, sino también del universo, de la historia. Como que la fragilidad atraviesa toda la realidad y esta persona mayor estaba ayudándome a mí, a su hijo y a muchas personas a adentrarnos en esa verdad apabullante. Dicho así, “asumir nuestra fragilidad” no nos asusta demasiado porque parece una frase filosófica, teórica. Pero si ponemos rostro a esta idea con el dolor, la incapacidad, la enfermedad, la limitación, la injusticia y la muerte concretas, ya nos cuesta mucho más. Por eso es tan importante que personas como aquel anciano, nos ayuden a integrar la debilidad porque instintivamente tendemos a rehuir de la vulnerabilidad, creemos que es una maldición, como pensaba Francisco de los leprosos antes de su conversión. Preferimos y prefiero mantenerme en el control de las situaciones, en la racionalidad y seguridad que me da sentirme con recursos suficientes ante cualquier dificultad.

Cuando en la capilla miro al crucificado, me está alertando de la misma realidad: “la humanidad, que yo he asumido –me dice Jesús- , es pura vulnerabilidad. Y para zambullirme en este mundo no podía otra cosa sino aceptar y vivir en mí esta fragilidad, expresada en la violencia, el abandono, el dolor, la humillación, el sinsentido y la muerte que sufrí”.

Pero es que la debilidad no es ni mucho menos una maldición, una tara que me marca e incapacita durante toda la vida, una carga que aplasta la realidad y al ser humano. Aceptar la debilidad es la condición de posibilidad para una vida plena: es lo que me permite ralentizar el ritmo existencial; lo que me obliga a buscar un sentido de la realidad más allá de lo funcional; lo que me abre a la vida y a los demás liberándome de mi autosuficiencia; es lo que me capacita para la compasión y el perdón; es lo que me centra en el ser y no en el poder, en el aparentar o en el tener; asumir la propia debilidad también es condición necesaria para vivir la fraternidad; y es también lo que hace posible que adecue mis expectativas a la realidad y por tanto que disminuya mi nivel de frustración.

La fragilidad como camino para una existencia plena la expresa la Palabra: derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes (Lc 1, 52); porque los sedientos, los perseguidos, los pobres, los que lloran, los débiles pueden ser los verdaderos bienaventurados, los auténticamente dichosos (Mt 5, 1-12). Muy parecido a lo que decía Pablo: “la fuerza se realiza en la debilidad” (2Cor 12, 9). Por eso los ídolos de nuestra sociedad nunca van a responder a lo que nuestra persona necesita: deportistas, modelos, adinerados, famosos, etc., todos parecen esconder la fragilidad que nos sustenta y nosotros nos hacemos la ilusión de que es posible prescindir de esa parte esencial del ser humano.
Javi Morala, capuchino

martes, 7 de noviembre de 2017

MESA DE ROLDÁN

Algo se están diciendo aquí la roca,
el mar y el cielo.
         En esta incandescencia
se está hablando un lenguaje
inaccesible al hombre.
                                   Algo más grande
que nosotros se está diciendo; un mudo
clamor de luz se extiende
y nos envuelve como
una bóveda astral. El pasmo es
nuestro único saber. Sólo nos cabe
asistir al misterio desde este
lado del invisible
muro que nos separa, unir a él
nuestro mejor silencio

y provisionalmente resignarnos
a llamarlo Belleza.

Miguel d´Ors

viernes, 3 de noviembre de 2017

ACOMPAÑAR EN EL SENTIMIENTO

Llegamos a noviembre. Para los romanos era el noveno mes del año, de ahí su nombre. Con los cambios que sufrió el calendario ha quedado en el penúltimo puesto del año. “Glorioso mes…” que empieza con la celebración de Todos los Santos y con el recuerdo de los difuntos, la visita al cementerio, el comienzo del frío… Es el mes de días cortos.

Al pensar sobre él me ha venido a la cabeza el lugar que tiene en estos días el recuerdo, la nostalgia y la oración por los difuntos. Ante la muerte de alguien cercano experimentamos distintos gestos de cercanía y solidaridad. Es un momento difícil, por mucho que lo esperemos o nos lo vayamos tragando.

Quien se acerca a nosotros suele expresar su apoyo con un beso, con el silencio, un abrazo o una frase: “lo siento”, “mi más sentido pésame” o “te acompaño en el sentimiento”. Tal vez pensemos que éstas son frases hechas, puro formalismo, al que recurrimos para salir de esa situación. Sin embargo, a través de ellas expresamos lo importante que es la necesidad de manifestar el apoyo desde la comprensión emocional de la situación que se está viviendo.

A mí me gusta esa expresión de “te acompaño en el sentimiento”. Acompañar es compartir, estar junto a la otra persona, empatizar, acercarse y dolerse con su dolor.

Recurriendo al diccionario etimológico, esa palabra tiene un significado especial: “acción de comer un mismo pan”. Eso es acompañar.

“Acompañar en el sentimiento” no es únicamente una frase para salir al paso de esas situaciones, en las que la muerte se hace presente en medio de nosotros.

Expresa también la preocupación y el dolor real por los amigos y amigas que están lejos. Es dejarte afectar por tantas tragedias que suceden en nuestro mundo: ante la noticia de un atentado, de un terremoto, ante el desastre de un huracán… Es ser sensible ante lo que sucede cerca y lejos de nosotros.

En principio, acompañar no significa sentir lo mismo, sino “sentir junto a”. Ayudar a quien está en un pozo no es meterse en ese pozo. Acompañar en el sentimiento es, justamente, una manera de darle importancia a lo que está sintiendo y viviendo la otra persona. De hecho, muchas veces experimentamos que es precisamente el acompañar y el ser acompañado lo que permite a una persona salir del dolor, para seguir sintiéndose persona, por encima de todas las circunstancias a las que tiene que hacer frente.

Benjamín Echeverría, capuchino