martes, 31 de marzo de 2015

CUESTIÓN DE AMOR

Muchas veces hemos dicho que “la meta es el camino” aludiendo a lo importante que es vivir, disfrutar, compartir el camino de los días con aquellos a quienes queremos y con toda persona. Caminar es lo importante, no tanto la meta. La Semana Santa y la Pascua es el final del camino de Jesús, sus días más importantes. Anímate a vivirlos con Él y con tus amigos y amigas.
   Para Jesús fueron días difíciles. Dice Lc 10 51 que “cuando iba llegando el tiempo de que se lo llevaran a lo alto, también él resolvió ponerse en camino para encararse con Jerusalén”. Puso “mala cara” a Jerusalén (el término dice expresivamente “frunció el ceño de cara a Jerusalén”, como quien se apresta a un ataque). Merece la pena hacer esta etapa dura del camino con Jesús, porque al término del mismo hay luz, hay Pascua.
   Puede pasarte un poco como ocurre en el camino de Santiago: si andas los últimos 100 km te dan “la compostelana”, aunque no hayas hecho todo el camino. Es fácil que, por muchos motivos, no hayas tenido sosiego para hacer todo el camino de la Cuaresma de este año. Puedes andar estos últimos kilómetros que son la Semana Santa y de darán la “compostelana” de la Pascua, la alegría que brota de la luz del Resucitado. Es una oportunidad magnífica que no habrías de desperdiciar.
   Para andar este camino con Jesús se precisa, sobre todo, corazón, amor. No hace falta equipaje especial, ni estar en perfecta forma física, ni tener dinero en la cartera. Es suficiente mirar a Jesús, ahondar en su gesto de amor, vivirlo con buen corazón, compartirlo con los hermanos y celebrar la posibilidad de que hoy Jesús haga su camino para nuestro beneficio. O sea: fundamentalmente es cuestión de amor. Anímate a entrar a fondo y con alegría en este camino hermoso de una Semana Santa que es la puerta de la luz de la Pascua.
Fidel Aizpurúa, capuchino

domingo, 29 de marzo de 2015

CON RAMOS Y MANTOS

Como primer día de la Semana Santa, nos presenta la Iglesia ya el evangelio de San Marcos antes de desmenuzar día por día, la Pasión de Jesús, como si de un resumen o de una visión previa se tratara. Son tan impresionantes y profundos cada uno de los momentos de la Pasión de Jesús, que es como si al principio necesitáramos tener una visión global de ella para ver dónde nos vamos a meter. De hecho, en mi trabajo como docente, es una de las cosas que hay que tener en cuenta: un alumno necesita tener una visión global del tema antes de meterse en cada uno de los epígrafes. Pues el primero de ellos, la Entrada en Jerusalén, digamos que es la introducción y no forma parte de este relato, pero sí de la liturgia de este día.
   Mis alumnos me suelen hacer la pregunta clave sobre estas fechas: ¿por qué Jesús intuyendo que ya todo estaba cerca no huye, sino que se mete en Jerusalén y se acerca al peligro? Y no están lejos de lo que todos alguna vez nos hemos preguntado. Un hombre en sus cabales, en principio, no va directo a su propia muerte y sin embargo, Jesús parece que la busca. 
   Pues sí. Sin saber Jesús a ciencia cierta qué es lo que va a pasar, pero sí intuyendo este cercano final corre hacia su propio fin porque ya todo lo ha entregado y nada le queda más que su propia vida. Pero antes se deja ver, se deja querer, se deja aclamar, hecho que también llama la atención, sabiendo de Jesús que en más de una ocasión incluso buscó la soledad y marchó a la otra orilla.
   La Puerta Dorada (Heb. שער הרחמים, Sha’ar Harahamim), que también se le conoce como Puerta de la misericordia, es la puerta por la que parece ser que Jesús entró en la ciudad de Jerusalén. Posiblemente, llena como estaba la ciudad en aquellos días, la gente que comenzó a verlo y que quizá hasta fueron en alguna ocasión testigos de sus palabras y hasta de su modo de proceder, les dio por mostrarle de forma sencilla, pero “ruidosa”, su cariño, cercanía y admiración. Y Jesús se dejó hacer.
   Para mí, otro rasgo de Jesús a imitar. El hombre sabio, no busca ni la fama ni el anonimato, ni pasar desapercibido ni ser aclamado. Desde la sabiduría y el equilibrio, el hombre sabio se deja hacer sin que su ego se agite ante una cosa ni otra, sabiendo que ninguno de los estados es esencial y mucho menos necesario. Hay momentos en la vida diversos donde ésta se expresa como es oportuno y hay que dejar que los que nos rodean echen incluso al suelo sus mantos para que pasemos por ellos y nos aclamen con los olivos de sus palabras y afectos. La cuestión es lo que se vive por dentro y desde dónde se vive: la búsqueda de este éxito o reconocimiento es contraria a la serenidad y lo más seguro es que responda a una expectativa encubierta. La huida de ello tampoco habla de equilibrio sino quizá de juicio y falsa modestia. Así que estemos atentos a todo momento.
   De momento, lo que te toca es ahora coger uno de los ramos de olivo que representan todas nuestras ilusiones y fracasos, nuestro propio manto confeccionado con todo el tejido de nuestra vida y renovar dentro de nosotros, en lo más profundo, la opción que hemos hecho por Jesús de Nazaret y prepararnos para vivir cada uno de los epígrafes de la Pasión.
CLARA LÓPEZ RUBIO


viernes, 27 de marzo de 2015

ACOMPAÑAR EN LA BÚSQUEDA DE DIOS

Un joven inquieto se presentó a un sacerdote y le dijo:
-‘Busco a Dios’.
El reverendo le echó un sermón, que el joven escuchó con paciencia. Acabado el sermón, el joven marchó triste en busca del obispo.
-‘Busco a Dios’, le dijo llorando al obispo.
Monseñor le leyó una pastoral que acababa de publicar en el boletín de la diócesis y el joven oyó la pastoral con gran cortesía, pero al acabar la lectura se fue angustiado al papa a pedirle:
-‘Busco a Dios’.
Su santidad se dispuso a resumirle su última encíclica, pero el joven rompió en sollozos sin poder contener la angustia.
-‘¿Por qué lloras?’, le preguntó el papa totalmente desconcertado.
-‘Busco a Dios y me dan palabras’ dijo el joven apenas pudo recuperarse.

Aquella noche, el sacerdote, el obispo y el papa tuvieron un mismo sueño. Soñaron que morían de sed y que alguien trataba de aliviarles con un largo discurso sobre el agua.

martes, 24 de marzo de 2015

MORIR PARA VIVIR

Morir o muerte son palabras tabú y prohibidas en el mundo de hoy. Y también es evidente que la muerte es algo de lo que no podemos escapar. Somos muy diferentes entre nosotros, unos más jóvenes, otros no tanto, más altos, más bajos, más ricos y más pobres, hombres y mujeres.... Pero la muerte es común para todos, es lo que nos iguala, ninguno vamos a librarnos de ella por mucho que lo intentemos.
   La muerte está presente en la existencia de cada uno, en cada momento y siempre. Desde el momento en que nacemos, empezamos a morir poco a poco hasta morir del todo.
   A lo largo de la vida, experimentamos muchas veces las limitaciones humanas debidas a la enfermedad, al dolor, al sufrimiento...., y nos parece que no nos dejan vivir plenamente pero todo ello nos van enseñando a morir en las pequeñas cosas y situaciones de cada día.
   Experimentamos la muerte en personas cercanas, a veces después de una larga enfermedad pero también muchas veces de una manera brusca que nos desconcierta y no sabemos cómo vivir esas pérdidas e intentamos olvidarlas sin dar demasiadas vueltas pero tarde o temprano, esa realidad se hace presente en nuestra vida.
   Porque la muerte es parte de la vida y hay que prepararse mirándola de frente.
   Prepararse para la muerte significa prepararse para una vida auténtica y plena. Es existir siendo conscientes de que somos finitos y de que nuestra finitud, que puede ser vivida con angustia y ansiedad, puede tener sentido si la vivimos buscando cada día a Dios y dejando nuestra existencia en sus manos, para VIVIR en plenitud.

CARTA DE ASÍS, MARZO 2015


domingo, 22 de marzo de 2015

QUEREMOS VER A JESÚS

Nuestra vista frecuentemente está cansada de ver siempre lo mismo; de tanto mirar egoístamente para nosotros, hemos terminado por perder la justa perspectiva de la realidad; hemos terminado por no saber mirar a Dios y a los otros o, lo que es peor, los hemos confundido con nosotros mismos.
    Está concluyendo la Cuaresma; un tiempo que se abrió al grito de “Convertíos y creed en el Evangelio”. Tiempo de conocimiento y de rectificación; de restregarse los ojos para contemplar nuestra posición y ver si en la brújula de nuestra vida el norte coincide con Dios.
    Se acerca la gran Semana, que nosotros llamamos Santa. La semana de la “hora” de la verdad de Jesús, y, también, de nuestra propia verdad. Y hay que purificar la mirada para contemplarla no solo desde la acera o el balcón, convertidos en meros espectadores… Y hay que purificar el corazón, para acompasar su latido al del corazón de Cristo, que continúa recordándonos, hoy como ayer: “el que se ama a sí mismo, se pierde” (Mc 8,35)”; “el quiera servirme, que me siga y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva el Padre le honrará…”. Y “cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis”
Domingo Montero, capuchino

martes, 17 de marzo de 2015

UN DÍA CUALQUIERA, EN UN LUGAR CUALQUIERA

Un día cualquiera, en un lugar cualquiera salimos al monte para disfrutar de las últimas nevadas que habían puesto en alerta a media España.
   Calzados con un par de raquetas, comenzamos a subir las primeras cuestas y a respirar ese aire lleno de oxígeno que inunda los pulmones, despeja la cabeza y llena de energía todo tu cuerpo: el aire, ¡qué regalo!
   Conforme subíamos las articulaciones iban desentumeciéndose. Intentando acompasar nuestro ritmo, los músculos se tonificaban e íbamos siendo más conscientes de nuestro propio cuerpo, haciéndonos sentir más dueños de él.
   Poco a poco nos adentramos en el bosque. Mientras caminábamos rítmicamente, una mirada contemplativa, atenta a cada detalle del entorno, se iba fijando en nuestros ojos. El manto de nieve que lo cubría todo, parecía fruto de la voluntad de un pintor que había querido que su pincel blanco, cayera sobre todos los seres y uniformizara su apariencia. Es como si alguien hubiese decidido, por unos días, quitar del paisaje las aristas, los agujeros, las ambigüedades y contradicciones, y no sólo embellecer la realidad, sino también purificarla.
   Llegamos a una loma donde el viento norte hacía que la copiosa nieve golpeara en la cara y dificultara el caminar. Encajados en nuestros anoraks, mirando al suelo, protegiéndonos del hermano viento y la hermana nieve, avanzamos con tozudez y determinación, esquivando las tentaciones de volver al coche. En medio de aquel paraje perdido, sin nadie alrededor, con sólo la nieve y el viento como compañeros, nos sentíamos como los miembros de las primeras expediciones a la Antártida: por el paisaje inhóspito y bello, por la soledad y también por la sensación de libertad.
   La loma comenzó a descender y nos encontramos otra vez dentro del bosque, resguardados del viento pero no de la copiosa nieve. El paisaje era idílico y sereno. Los pinos rojos de cierta envergadura, sosteniendo con dificultad un palmo de nieve sobre sus ramas. La nieve virgen nos rodeaba por todas partes, esperando a que algún animalillo dijera, con sus huellas, que él también había estado allí. Un lugar perfecto para almorzar. Cada uno aporta una jugosa sorpresa: que si un bocata de tortilla, que si un choricillo rico, que si unos frutos secos o una pera dulcísima… Para terminar culminamos con un poco de chocolate y cafetito caliente que nos puso el cuerpo a tono. Y ¡cómo no! el relato de unas anécdotas y unos chistes que animaron con carcajadas aquella mañana.
   Comenzamos el camino de vuelta sobre nuestros pasos, dedicados a recalentar las manos que, ingenuamente, las habíamos dejado al aire durante el descanso. Alguna parada para hacernos fotos nos servía también para cultivar más, esa mirada contemplativa de la que hablábamos antes. En lo más alto de la loma otra vez, de espaldas al duro viento, podíamos mirar a los pinos que se mantenían como estatuas frente al viento. La nieve congelada en sus ramas y hojas aciculares, había tomado ya un espesor considerable, formando cristales escalonados y llamativos. ¿Cómo podía mantenerse la vida detrás de tanto hielo? ¡Eso sí que era tozudez! Sufriendo el viento día y noche, a temperaturas mucho más bajas de las que nosotros estábamos soportando ese día, y enmascarados en el hielo, los pinos se erguían como verdaderos héroes, que mantenían la vida en aquella climatología extrema. Pero con una diferencia: no tenían ‘Gore Tex’, ni raquetas, ni polainas, ni el ‘North Face’, ni siete capas de ropa, ni guantes, ni gorro, ni gafas para ventisca.
   Volvimos al coche llenos de alegría. ¡Qué excursión tan bonita habíamos vivido! ¡Ese día conseguimos robarle un trozo de felicidad a la vida! ¡Cuánta belleza esconde todavía la naturaleza en medio de nuestra civilización urbanita! ¡Qué suerte poder disfrutar de estos lugares! ¡Qué suerte que existan parajes como estos, que todavía no han sido cubiertos de hormigón! ¡Qué suerte que podamos acercarnos a experiencias así, un día cualquiera, en un lugar cualquiera!
Javi Morala, capuchino

domingo, 15 de marzo de 2015

COMO FUE ALZADO EN EL DESIERTO

Lógica aplastante de un niño de 11 años ayer en mi clase: “Seño, ¿por qué dice el Evangelio que Jesús es el Hijo Único de Dios? ¿no somos todos hermanos y Dios nuestro Padre?”… Ante eso, no cabía otra que entrar en “materia” y sacar a los niños de un montón de dudas que albergan en sus corazones.
   - “Sí, Luis, lo dice. Y es que cuando en un momento en la Iglesia se quiso acentuar tanto la figura de Jesús, se hablaba de Él como hijo único, pero tranquilo, la gran verdad, que así nos lo transmitió el propio Jesús, es que al igual que Dios es nuestro Padre, todos somos hermanos”.
   Tengo la suerte de tener un grupo de 29 niños deseosos de entrar con sencillez en los grandes Misterios de Dios y ellos son los que domingo tras domingo me inspiran para hacer este sencillo comentario.
   Y puestos en él, que impresionante la imagen del bastón de Moisés en el desierto. Más claro, agua. Vuelve a repetirse la imagen del desierto, de lo cotidiano, donde todo sucede: desde el maná que sacia y refresca convirtiéndose así en los acontecimientos de la vida más entrañables y teñidos de color, hasta las mordeduras de las serpientes que clavan su aguijón en nosotros en forma de enfermedad, pérdidas, rupturas y que nos acompañan tanta como las anteriores.
   Moisés tuvo que poner una serpiente de bronce en su bastón para todos los que peregrinaban por el desierto y Jesús, tras ser mordido por el no cumplimiento de las expectativas que en un principio de su “carrera” Él podría desear, pérdida de fama, de amistades, de sentirse como en casa entre los suyos y al final de sus propia vida, fue alzado en la cruz como la serpiente, en mitad de la cotidianidad, del desierto de la gente que con él convivía. Quedarnos en la imagen de un crucificado y a Él elevar los ojos para intentar huir de lo que la vida con todas sus caras nos pueda traer, creo que es como poco, jugar al escondite con ella. Nuestro anclaje no se encuentra fuera, sino dentro, en lo mas profundo de nuestras entrañas, ahí es donde todo se nos manifiesta, y donde todo, sin juicios, se nos torna aunque con dolor, como parte de la vida.
   Y al final, queda claro que es nuestra propia Luz la que nos pone en nuestro sitio y nos hace llevar una vida iluminada o en la sombra, no un Dios que nos juzga por fuera. El hombre ha sido creado con todas las posibilidades para ser feliz y serlo incluso a pesar de las naturales serpientes del desierto, esperar la Salvación que viene de fuera carece de sentido, dentro de nosotros mismos ya estamos salvados, porque Aquel que nos habita ya nos hizo con pasaporte a la felicidad. ¿Qué hemos hecho entonces con él? Se hace urgente un viaje a nuestra interioridad tal y como Jesús hizo, aunque la consecuencia sea en primer paso la muerte. ¿Qué temer si ya sabemos el “final de la película”?
CLARA LÓPEZ RUBIO

viernes, 13 de marzo de 2015

¿DE QUÉ TAMAÑO ES DIOS?

Un niño le preguntó a su papá:
– ¿De qué tamaño es Dios?
Entonces al mirar al cielo, su padre vio un avión y le preguntó a su hijo:
-¿De qué tamaño ves aquel avión?
El chico le dijo:
-Es pequeño, casi ni se alcanza a ver.
Entonces, el papá lo llevó al aeropuerto y al estar cerca de un avión, le preguntó:
-¿Y ahora de qué tamaño dices que es?
El chico le respondió con asombro:
– ¡Papá, es enorme!
El papá le dijo, entonces:
– Dios es así. ¡El tamaño va a depender de la distancia que tú estés de Él! ¡Cuanto más cerca estés de Él, mayor será Él en tu vida!

martes, 10 de marzo de 2015

CUIDAR LA FRAGILIDAD

El Papa Francisco, en su texto "La alegría del Evangelio", dedica todo un apartado (nºs 219-216) al tema de “cuidar la fragilidad”. Dice que esa y no otra ha sido la actitud de Jesús y que por ello “los lentos, débiles o menos dotados” han de tener un sitio en el hecho social. Pondrá ejemplos concretos: los migrantes, la trata de personas, las mujeres excluidas, los niños por nacer, la misma creación. Dice en el nº 216: “Pequeños pero fuertes en el amor de Dios, como san Francisco de Asís, todos los cristianos estamos llamados a cuidar de la fragilidad del pueblo y del mundo en que vivimos”.
   Cuando llega la Cuaresma se escucha en ámbitos cristianos que es tiempo de conversión. Pero, dejado en la inconcretez, el aviso no cobra perfiles de vida y se diluye. ¿Y si entendiéramos la conversión este año como un compromiso más evidente de cuidar la fragilidad propia y ajena? ¿Y si midiéramos nuestro nivel de conversión por el nivel de nuestro cuidado? ¿Y si los frágiles sociales, cercanos y lejanos, ocuparan un poco más de espacio en nuestro horizonte vital? Esa sí que sería una conversión interesante, asentada en el cimiento de lo humano y, a la vez, altamente espiritual.
   Y si vivimos la Cuaresma de este año bajo la ética del cuidado, la Pascua habría que vivirla en la certeza del cuidado de Jesús Resucitado a nuestra existencia. Si estamos cuidados por él, la posibilidad de que nosotros nos cuidemos aumenta. Jesús es nuestro gran Cuidador, el más interesado en nuestro bien, en nuestra dicha. Desde ahí el tiempo de Pascua puede ser entendido y vivido como un tiempo de alegría honda y de sosiego.

Fidel Aizpurúa, capuchino


 

lunes, 9 de marzo de 2015

NUESTRO MERCADO DE JERUSALÉN

Un gran fragmento del Evangelio para el centro de la Cuaresma. Éste especialmente nos muestra a un Jesús con una imagen tremendamente controvertida. Del Jesús que habitualmente se tiene como modelo de mansedumbre y pacifismo a un hombre que sabe reaccionar y mostrar lo que siente y piensa con toda la crudeza que el momento requiere.
   Sabemos de sobra de la situación en la que en ese momento se encuentra Jesús: un importante mercado en el Templo de Jerusalén, centro del poder político y religioso de Israel, donde se ejercen una de las actividades más importantes a nivel religioso, la compraventa de animales para hacer posible la ritual ofrenda a Dios. Desde aquí que el comercio, el engaño, la estafa… en nombre de Dios y para beneficio de las castas más importantes de Israel, estaban servidas. Jesús no puede otra que atajar de raíz la gran injusticia que se está cometiendo y tirar por tierra todo aquello que no es más que un engaño. Porque Él. Ya lo había anunciado “adorarás a Dios, en Espíritu y en verdad”.
   Pero echemos ahora la mirada a nuestro interior y veamos este fragmento dentro de nosotros.
   El hombre, hecho de materia y de Espíritu, está continuamente expuesto con sus propios sentimientos y emociones a la ley de la oferta y la demanda. Y desde niños, a no ser que nuestra educación emocional haya sido rica y no basada en los juicios y expectativas, cosa poco probable, nos vemos envueltos casi que en todo momento a un “mercado espiritual” donde nos compramos y vendemos a los demás por muy poca cosa y somos capaces de cambiar lo mas legítimo de nuestra vida por unos criterios que en poco tiempo se desvanecerán como la espuma.
   Nuestra vida interior, llena de palomas y tórtolas que pueblan constantemente nuestra cabeza de ideas, pensamientos y juicios difíciles de acallar que la convierten, como diría Santa Teresa, en “la loca de la casa”, tienen que convivir continuamente con carneros, ovejas…. que son todas aquellas emociones y sentimientos desordenados que no cesan de hacer de nuestra vida un caos que interrumpe continuamente nuestro silencio, necesita de una vez por todas, una ocasión de crecimiento, un movimiento de Jesús que haga tirar por tierra todo lo que creemos que somos para que se muestre realmente la pasta de la que somos hechos, la esencia que realmente nos identifica.
   El proceso generalmente es muy duro. Hay que estar dispuestos a que nuestros puestos rueden, los pilares más profundos se muevan e incluso caigan y estemos dispuestos incluso a darle un giro a nuestra vida, porque sólo en “Espíritu y en verdad se encuentra a Dios”.
   Es Cuaresma, estamos a mitad de camino, ¿por qué no ponernos ya a tiro de Dios? Por una Resurreción segura, merece la pena caminar en este sentido.
CLARA LÓPEZ RUBIO


viernes, 6 de marzo de 2015

GRACIAS AL DIOS DE LA VIDA

Gracias Dios de la Vida por regalarme la vida,
mi familia, mi vocación, mis amigos...

Gracias Dios de la Vida por la gente que pusiste en mi camino
(y hago silencio y memoria, y el recuerdo se hace fiesta y encuentro).
Me ayudaron a descubrir los desafíos del Reino...

Gracias Dios de la Vida por los dones que me diste
ayúdame a ponerlos al servicio de todos, partiendo de los más pobres...

Gracias Dios de la Vida por haber nacido en estos tiempos,
tan ricos en desafíos para construir el Reino...

Gracias Dios de la Vida porque nos invitas,
permanentemente, a la utopía de un mundo nuevo;
porque renuevas en mí, cada mañana,
los deseos de ser mejor, más bueno,
más fraterno, más cercano...
¡Ayúdame a vivirlo!

En este día quiero tender de nuevo
mi mano hacia Tí, y descubrir tu mirada,
para encontrarme en el silencio de mi interior,
con esta sola palabra: ¡Gracias!

martes, 3 de marzo de 2015

QUITARNOS LA PIEDRA DEL ZAPATO

En el camino de nuestra vida, con frecuencia encontramos piedrecillas que nos hacen tropezar, o simplemente, se introducen en nuestro zapato y no nos dejan caminar, duele sentirla molesta en el pie y resulta difícil poder continuar en cada paso…
   Hay quienes se pasan su vida con la piedrecilla en el zapato, y así se torturan, o simplemente renuncian al camino, se dejan vencer, porque no saben andar con esa molestia… pero otros, con espíritu luchador, que no renuncian ante la dificultad, saben que es mejor tal vez detenerse, sacarse el zapato, liberarse de la piedra, y continuar el camino.
   Nos quejamos por pequeñas piedrecillas, renunciamos ante el primer obstáculo, preferimos los caminos lisos, sin nada que nos haga tropezar o caer, porque nos cuesta asumir las dificultades, es mejor muchas veces, encontrar el atajo, lo fácil, o todo ya terminado…
   Pensemos por un momento cuáles son las piedras que tenemos en nuestras zapatillas:
  • Las piedras de la incomprensión, la intolerancia, el creerse más y mejor que los demás, la marginación, la indiferencia …
  • Las piedras de la vagancia y la falta de voluntad, la falta de esfuerzo y la decepción que eso provoca
  • Las piedras de la violencia y el odio, del rechazo y la agresividad
  • Las piedras de la apariencia y la superficialidad, del parecer y el tener frente al ser y al crecer
  • Las piedras de querer siempre ganar de cualquier modo
  • Las piedras del mal humor y el pesimismo, de los pensamientos negativos
  • Las piedras de la insolidaridad y de la avaricia, de la falta de compartir…
Quitarnos las zapatillas y sacar todas estas piedras son el objetivo que tenemos por delante en esta cuaresma.

domingo, 1 de marzo de 2015

TRASCENDER

Metidos como estamos en unos tiempos en los que gracias a la tecnología lo que más se pone de manifiesto es la necesidad de que todo lo que acontece sea ahora, ya, y que aunque las cosas pasen al otro lado del mundo nos enteremos de ellas como si hubieran pasado aquí mismo y aún más, lo que vivimos lo colgamos en las redes a tiempo real y a la misma vez, gente que no está lo pueda vivir como si estuviese, nos trae este II Domingo de Cuaresma la gran experiencia de la Transfiguración, como una posibilidad de crecimiento pura y dura.
   Lo que hace Jesús en aquel momento es algo que los padres hoy en día quisiéramos hacer con nuestros hijos más de una vez o incluso hacerlo con nosotros mismos: sacarlos de su realidad más engañosa, vivir con ellos una experiencia que realmente los deje boquiabiertos, para que desde ahí se pueda volver de nuevo, pero ya de forma distinta a seguir viviendo el camino de cada día. Jesús entiende que Juan, Pedro y Santiago necesitan una experiencia de Luz de una intensidad paralela a la que un tiempo más tarde van a tener que vivir en Gethsemaní pero metidos en la más oscura de las noches. Jesús les muestra toda la luz de la que el ser humano está hecho, toda la energía que el ser humano es capaz de transmitir cuando se sabe que es “un ser espiritual viviendo una historia humana ” y les ayuda a salir de la mediocridad en la que pueden verse envueltos. Surge entonces en un momento la “tentación ” por parte de los apóstoles de hacer de un momento así una constante de vida, pero en un contexto que no es el adecuado. Cuando ya hemos tenido la experiencia de lo que somos, esto se tiene que vivir realmente en lo cotidiano, en el hastío de la vida, para transfigurar también ésta con la Luz que se nos ha concedido.
   Nuestros hijos, nuestros jóvenes, tienen necesidad de esta experiencia. Que alguien les muestre la Luz que llevan dentro, las enormes posibilidades que tienen por delante y utilicen todo lo que tienen a su alcance para desarrollar su esencia emocional y afectiva. Por desgracia creo que no está siendo así, sino que éstos se están dejando emocionar por pequeñas luces de bajo voltaje que como las del árbol de Navidad se funden constantemente teniendo entonces que asirse a otras similares.
   Al menos, de momento empecemos por los que nos damos cuenta de esto. La mayor “Transfiguración ” en mi vida fue el momento en el que se me fue revelado que haga lo que haga, Dios se encuentra en lo mas profundo de mis entrañas, que no hay nada que me pueda separarse de Él y que ya no hay diferencia entre lo sagrado y lo profano, porque Dios está en todo.
   Y como consigna final, el final del Evangelio: “No contéis a nadie, lo que habéis visto”, que la gente vea y experimente a través vuestro lo que os habéis encontrado, desde el silencio que genera profundidad y serenidad pero que se transmite en todo buen hacer.

CLARA LÓPEZ RUBIO