Muchas veces hemos dicho que “la meta es el camino” aludiendo a lo importante que es vivir, disfrutar, compartir el camino de los días con aquellos a quienes queremos y con toda persona. Caminar es lo importante, no tanto la meta. La Semana Santa y la Pascua es el final del camino de Jesús, sus días más importantes. Anímate a vivirlos con Él y con tus amigos y amigas.
Para Jesús fueron días difíciles. Dice Lc 10 51 que “cuando iba llegando el tiempo de que se lo llevaran a lo alto, también él resolvió ponerse en camino para encararse con Jerusalén”. Puso “mala cara” a Jerusalén (el término dice expresivamente “frunció el ceño de cara a Jerusalén”, como quien se apresta a un ataque). Merece la pena hacer esta etapa dura del camino con Jesús, porque al término del mismo hay luz, hay Pascua.
Puede pasarte un poco como ocurre en el camino de Santiago: si andas los últimos 100 km te dan “la compostelana”, aunque no hayas hecho todo el camino. Es fácil que, por muchos motivos, no hayas tenido sosiego para hacer todo el camino de la Cuaresma de este año. Puedes andar estos últimos kilómetros que son la Semana Santa y de darán la “compostelana” de la Pascua, la alegría que brota de la luz del Resucitado. Es una oportunidad magnífica que no habrías de desperdiciar.
Para andar este camino con Jesús se precisa, sobre todo, corazón, amor. No hace falta equipaje especial, ni estar en perfecta forma física, ni tener dinero en la cartera. Es suficiente mirar a Jesús, ahondar en su gesto de amor, vivirlo con buen corazón, compartirlo con los hermanos y celebrar la posibilidad de que hoy Jesús haga su camino para nuestro beneficio. O sea: fundamentalmente es cuestión de amor. Anímate a entrar a fondo y con alegría en este camino hermoso de una Semana Santa que es la puerta de la luz de la Pascua.
Fidel Aizpurúa, capuchino
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