domingo, 1 de marzo de 2015

TRASCENDER

Metidos como estamos en unos tiempos en los que gracias a la tecnología lo que más se pone de manifiesto es la necesidad de que todo lo que acontece sea ahora, ya, y que aunque las cosas pasen al otro lado del mundo nos enteremos de ellas como si hubieran pasado aquí mismo y aún más, lo que vivimos lo colgamos en las redes a tiempo real y a la misma vez, gente que no está lo pueda vivir como si estuviese, nos trae este II Domingo de Cuaresma la gran experiencia de la Transfiguración, como una posibilidad de crecimiento pura y dura.
   Lo que hace Jesús en aquel momento es algo que los padres hoy en día quisiéramos hacer con nuestros hijos más de una vez o incluso hacerlo con nosotros mismos: sacarlos de su realidad más engañosa, vivir con ellos una experiencia que realmente los deje boquiabiertos, para que desde ahí se pueda volver de nuevo, pero ya de forma distinta a seguir viviendo el camino de cada día. Jesús entiende que Juan, Pedro y Santiago necesitan una experiencia de Luz de una intensidad paralela a la que un tiempo más tarde van a tener que vivir en Gethsemaní pero metidos en la más oscura de las noches. Jesús les muestra toda la luz de la que el ser humano está hecho, toda la energía que el ser humano es capaz de transmitir cuando se sabe que es “un ser espiritual viviendo una historia humana ” y les ayuda a salir de la mediocridad en la que pueden verse envueltos. Surge entonces en un momento la “tentación ” por parte de los apóstoles de hacer de un momento así una constante de vida, pero en un contexto que no es el adecuado. Cuando ya hemos tenido la experiencia de lo que somos, esto se tiene que vivir realmente en lo cotidiano, en el hastío de la vida, para transfigurar también ésta con la Luz que se nos ha concedido.
   Nuestros hijos, nuestros jóvenes, tienen necesidad de esta experiencia. Que alguien les muestre la Luz que llevan dentro, las enormes posibilidades que tienen por delante y utilicen todo lo que tienen a su alcance para desarrollar su esencia emocional y afectiva. Por desgracia creo que no está siendo así, sino que éstos se están dejando emocionar por pequeñas luces de bajo voltaje que como las del árbol de Navidad se funden constantemente teniendo entonces que asirse a otras similares.
   Al menos, de momento empecemos por los que nos damos cuenta de esto. La mayor “Transfiguración ” en mi vida fue el momento en el que se me fue revelado que haga lo que haga, Dios se encuentra en lo mas profundo de mis entrañas, que no hay nada que me pueda separarse de Él y que ya no hay diferencia entre lo sagrado y lo profano, porque Dios está en todo.
   Y como consigna final, el final del Evangelio: “No contéis a nadie, lo que habéis visto”, que la gente vea y experimente a través vuestro lo que os habéis encontrado, desde el silencio que genera profundidad y serenidad pero que se transmite en todo buen hacer.

CLARA LÓPEZ RUBIO



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