Un gran fragmento del Evangelio para el centro de la Cuaresma. Éste especialmente nos muestra a un Jesús con una imagen tremendamente controvertida. Del Jesús que habitualmente se tiene como modelo de mansedumbre y pacifismo a un hombre que sabe reaccionar y mostrar lo que siente y piensa con toda la crudeza que el momento requiere.
Sabemos de sobra de la situación en la que en ese momento se encuentra Jesús: un importante mercado en el Templo de Jerusalén, centro del poder político y religioso de Israel, donde se ejercen una de las actividades más importantes a nivel religioso, la compraventa de animales para hacer posible la ritual ofrenda a Dios. Desde aquí que el comercio, el engaño, la estafa… en nombre de Dios y para beneficio de las castas más importantes de Israel, estaban servidas. Jesús no puede otra que atajar de raíz la gran injusticia que se está cometiendo y tirar por tierra todo aquello que no es más que un engaño. Porque Él. Ya lo había anunciado “adorarás a Dios, en Espíritu y en verdad”.
Pero echemos ahora la mirada a nuestro interior y veamos este fragmento dentro de nosotros.
El hombre, hecho de materia y de Espíritu, está continuamente expuesto con sus propios sentimientos y emociones a la ley de la oferta y la demanda. Y desde niños, a no ser que nuestra educación emocional haya sido rica y no basada en los juicios y expectativas, cosa poco probable, nos vemos envueltos casi que en todo momento a un “mercado espiritual” donde nos compramos y vendemos a los demás por muy poca cosa y somos capaces de cambiar lo mas legítimo de nuestra vida por unos criterios que en poco tiempo se desvanecerán como la espuma.
Nuestra vida interior, llena de palomas y tórtolas que pueblan constantemente nuestra cabeza de ideas, pensamientos y juicios difíciles de acallar que la convierten, como diría Santa Teresa, en “la loca de la casa”, tienen que convivir continuamente con carneros, ovejas…. que son todas aquellas emociones y sentimientos desordenados que no cesan de hacer de nuestra vida un caos que interrumpe continuamente nuestro silencio, necesita de una vez por todas, una ocasión de crecimiento, un movimiento de Jesús que haga tirar por tierra todo lo que creemos que somos para que se muestre realmente la pasta de la que somos hechos, la esencia que realmente nos identifica.
El proceso generalmente es muy duro. Hay que estar dispuestos a que nuestros puestos rueden, los pilares más profundos se muevan e incluso caigan y estemos dispuestos incluso a darle un giro a nuestra vida, porque sólo en “Espíritu y en verdad se encuentra a Dios”.
Es Cuaresma, estamos a mitad de camino, ¿por qué no ponernos ya a tiro de Dios? Por una Resurreción segura, merece la pena caminar en este sentido.
CLARA LÓPEZ RUBIO
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