martes, 27 de febrero de 2024

LA GENEROSIDAD

Es una creencia que la sociedad adulta es el equilibrio de fuerzas adquirido entre individuos autónomos. Pero la experiencia humana de las personas también enseña que nos hace más humanos, más plenos si nuestras relaciones están marcadas por la generosidad y no por el egoísmo.

Si solo voy a lo mío, puede que haya épocas en las que parezca que la vida me va bien. Pero llegará el momento en el que me encuentre solo. Quizá rodeado de gente, pero solo; porque no he podido generar con otras personas lazos basados en unas relaciones humanas libres de algún interés más allá de mi persona. Si solo voy a lo mío, no me encontraré con nadie más que conmigo mismo; no sabré qué es la amistad, la hermandad, la fraternidad. Quizá llame amigos a personas, pero solo tanto en cuanto consiga algo a cambio; y eso no es amistad, no llena la necesidad del encuentro humano.

La generosidad es un ingrediente imprescindible en la convivencia entre los hermanos, entre las hermanas. Es esa capacidad de darnos sin buscar nada a cambio; es esa entrega por el bien de la otra persona; es ese encuentro desinteresado a favor de otros. Esa entrega -parece mentira- nos hace más grandes, nos ensancha y nos esponja. La fraternidad es uno de los ámbitos donde podemos desplegar la generosidad; y precisamente, cuanto más nos demos, más recibiremos a cambio; pero no de ida, sino de vuelta.

La atención de mi entrega no está puesta en mí, sino en la otra persona. De algún modo, la generosidad es un descentramiento de uno mismo, dejar de ser el centro del universo y poner al otro en el punto de mi interés. Dios ha puesto a cada uno de nosotros en el punto de su interés: “No he venido a ser servido sino a servir”. Él es el modelo para nuestra entrega fraterna.

Carta de Asís, febrero 2024

jueves, 22 de febrero de 2024

UNA CUARESMA DE SANACIÓN

Estamos en Cuaresma y una manera de “convertirse” es sanar heridas y para ello, inicialmente, hay que comenzar por encarar las situaciones difíciles. ¿Cómo hacerlo, cómo mirar de frente aquello que se nos hace muy cuesta arriba?

  • Pongamos nombre a la dificultad: no temamos llamar por su nombre a la enfermedad, al cáncer, al dolor, a la muerte incluso. No escondamos la dificultad, no obviemos su dentellada. Nombrar la dificultad es una manera inicial de atajarla.
  • Tratemos de vivirla con la mayor paz posible: tras la tempestad de una mala noticia, tratemos de recuperar la paz del corazón. No solucionará el problema pero, al estar menos alterados, podremos descubrir caminos nuevos para vivir lo difícil de manera más humana.
  • Apoyémonos en Jesús: él ha experimentado fuertes dificultades. Su valor y su generosidad puede animarnos y pueden hacernos descubrir algo hermoso: que más allá de la dificultad hay margen para la vida, aunque sea escaso. Que la alegría también es posible cuando las lágrimas brotan.
Hay un valor humano y espiritual del que se habla poco: la ecuanimidad. Una persona ecuánime es aquella que sabe mantener un cierto equilibrio ante los avatares de la vida. Contamos, para ello, con la ayuda de Jesús que nos dice: “No se altere vuestro corazón” (Jn 14,27). Es posible y deseable esta ecuanimidad.

​San Pablo dice que “la fuerza se realiza en la debilidad” (2 Cor 12,9). Es paradójico, pero puede ser verdadero. En esta Cuaresma, tiempo para sanar heridas, podemos experimentar esto: siendo frágiles, como somos, seremos fuertes si nos apoyamos en Jesús y si nos damos, unos a otros, nuestro más sincero apoyo.

martes, 20 de febrero de 2024

ORACIÓN COMUNITARIA DE FEBRERO: HECHOS CON AMOR, PARA EL AMOR

Haz clic en la imagen para acceder a la oración comunitaria para este mes.

jueves, 15 de febrero de 2024

¿QUÉ DIRÍA HOY SAN FRANCISCO? 5/6

5. Un lugar para los animales

A muchas personas les parece una desproporción extender el tema de la dignidad a los animales o a las otras creaturas, a la tierra en su conjunto. Hay que decir que la dignidad es diversa en sus formas, pero única en su esencia. Y por ello, los humanos tendrán unos derechos, los animales otros, los árboles otros, pero el denominador común es la dignidad. Y ello, simplemente, porque el espacio es común y eso genera unas relaciones de convivencia que no se pueden eludir.

Se impone, pues, un reparto de la dignidad que no se puede obviar y que tampoco puede hacerse por ley, aunque las leyes puedan construirse siempre con ese presupuesto. El reparto de la dignidad supone el control y el reparto del poder, porque la negación de la dignidad común brota del antropocentrismo desviado de una parte que ve como lógico imponer su ley al resto.

Esto lleva a revisar el antropocentrismo como poder de intervención en el mundo y a superar el paradigma moral del sufrimiento de los animales en una ética animal respetuosa y liberadora. Y lo mismo habría que decir de la instauración de una ética de liberación cósmica. Un intervencionismo que considere obvio el enriquecimiento de lo humano saltándose los derechos de animales y cosas es una parte del imaginario occidental que habría de ser superado. Un intervencionismo desde la dignidad abriría caminos de novedad en la relación cósmica con el consiguiente beneficio para todos los intervinientes.

En todo esto, la espiritualidad franciscana tiene una enorme posibilidad y la familia franciscana una responsabilidad. En el franciscanismo primitivo se produjo un acontecimiento histórico nuevo: la obligación de hacer entrar en un mundo común, es decir, en una comunidad moral, la vida de los animales no humanos y a la naturaleza toda. El siglo XIII, con este acontecimiento, supuso una ruptura histórica fundamental en la ética animal y de la naturaleza. Que tal intuición pueda ser recuperada hoy es tarea, en parte, de la espiritualidad franciscana.

martes, 13 de febrero de 2024

CUARESMA: SANAR HERIDAS

Al llegar la Cuaresma, la llamada a la conversión resuena en la Iglesia. Puede tener el peligro de ser algo cíclico que deriva en rutina. Pero también es posible hacerle un sitio en el itinerario del creyente. No es un mero deseo; también es una posibilidad.

Hay quien define la conversión como una “revolución del alma” (J. Baggini). Podría parecer excesivo, pero de algo de eso se trata: apuntar al corazón, a la interioridad y creer que la propuesta de modificación, de cambio, que hace el evangelio tiene que ver con uno. No es un brindis al sol, sino un dardo al propio corazón.

La concreción para la conversión que proponemos este año es SANAR HERIDAS. Cualquiera sabe que las heridas son elemento de la más concreta realidad. Están siempre ahí, con mayor o menor profundidad, con diverso grado de dolor, con repercusiones de distinto calado. Pero están ahí. Mejor encararlas que obviarlas.

Y también está comprobado que, en parte al menos, podemos ejercer con ellas una acción sanante, mitigadora, curativa. Eliminar las heridas no está en nuestra mano; sanarlas sí en la medida en que nos inclinemos a ellas, las acojamos, las cuidemos.

Comenzar la Cuaresma de este año con un planteamiento tal puede ser algo más que un anhelo. Puede ser tomarse en serio la capacidad “samaritana” de la vida y de la fe ante la evidente presencia de las heridas en nuestra vida. Pasar del deseo al trabajo con ellas; he ahí el desafío y el marco de la conversión.

Fidel Aizpurúa, capuchino

martes, 6 de febrero de 2024

RATIO FORMATIONIS: EL DESEO

Ninguna otra cosa deseemos, ninguna otra queramos,
ninguna otra nos plazca y deleite, sino nuestro Creador (1R 23,9)

La búsqueda del sentido despierta el mundo del deseo. Se trata de una llave que pone en movimiento todo nuestro ser, abriéndonos al encuentro con la realidad. El deseo se reviste siempre de experiencias concretas, nos mantiene atentos a la fuerza de la vida, nos une a Jesús, impulsándonos a compartir sus sentimientos, a ser como Él. Francisco, varón de deseos, permite que Dios transforme su deseo de ser caballero en un deseo todavía más alto: ser como Jesús.

viernes, 2 de febrero de 2024

LUZ PARA ALUMBRAR

En 1997, el Papa Juan Pablo II instituyó un día de oración por las mujeres y hombres que forman parte de la vida consagrada. Esta celebración está asociada con la Fiesta de la Presentación del Señor, el 2 de febrero, conocida tradicionalmente como el Día de la Candelaria.

Esta fiesta se celebra 40 días después de Navidad para recordar cuando María y José presentaron a Jesús a Dios en el templo. Uno de los ritos de este día es la bendición de velas, que simboliza a Cristo, la luz del mundo. De igual manera, las personas consagradas somos llamadas para reflejar la luz de Cristo en el pueblo o sociedad en la que vivimos.

En la familia franciscana estos años están siendo especialmente importantes desde el recuerdo de los últimos años de la vida de Francisco de Asís. Hace 800 años Francisco vivió una serie de experiencias que se nos han trasmitido de tal manera que forman parte de nuestra espiritualidad. Esta Navidad hemos recordado y celebrado su vivencia de la Navidad en 1223 en Greccio. En este nuevo año 2024 recién estrenado, recordaremos y celebraremos el VIII Centenario de la impresión de las llagas en Francisco de Asís. Las llagas o estigmas se refieren a las marcas o heridas en el cuerpo que imitan las heridas de Jesucristo en la cruz. San Francisco experimentó estas marcas misteriosas en sus manos, pies y costado y así lo representan los artistas en sus obras.

Decimos que las llagas son signo de la profunda conexión espiritual que tenía Francisco de Asís con Jesús y su amor por Él. Pero también son signo de su identificación con aquellos que llevan una vida llena de heridas, las personas estigmatizadas socialmente, aquellas que sufren el abandono, la pobreza, la vergüenza o la culpa. La cercanía de San Francisco a los más pequeños, los leprosos, los pobres y las personas que sufrían, le llevó a comprender y contextualizar mejor los sufrimientos de Cristo.

A medida que pasan los días somos conscientes de cómo se nos ha complicado la vida, especialmente a raíz de la pandemia. Pero no somos espectadores de diferentes acontecimientos que provocan crisis y desolación, sino todo lo contrario, queremos comprometernos con nuestro mundo y sus criaturas. Los Evangelios nos dicen que Jesús predicaba, enseñaba y curaba. Estas tres acciones han configurado gran parte de la vida consagrada. De ahí que en la Iglesia haya tantas obras de enseñanza, catequesis o formación y curación.

La verdadera misión de la Iglesia no es poner en funcionamiento una eficiente máquina de ayudas, siguiendo el modelo de una ONG. La misión de la Iglesia es curar las heridas del corazón, abrir puertas, liberar, alumbrar e iluminar…

Benjamín Echeverría, capuchino