Ninguna otra cosa deseemos, ninguna otra queramos,
ninguna otra nos plazca y deleite, sino nuestro Creador (1R 23,9)
La búsqueda del sentido despierta el mundo del deseo. Se trata de una llave que pone en movimiento todo nuestro ser, abriéndonos al encuentro con la realidad. El deseo se reviste siempre de experiencias concretas, nos mantiene atentos a la fuerza de la vida, nos une a Jesús, impulsándonos a compartir sus sentimientos, a ser como Él. Francisco, varón de deseos, permite que Dios transforme su deseo de ser caballero en un deseo todavía más alto: ser como Jesús.
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