Si solo voy a lo mío, puede que haya épocas en las que parezca que la vida me va bien. Pero llegará el momento en el que me encuentre solo. Quizá rodeado de gente, pero solo; porque no he podido generar con otras personas lazos basados en unas relaciones humanas libres de algún interés más allá de mi persona. Si solo voy a lo mío, no me encontraré con nadie más que conmigo mismo; no sabré qué es la amistad, la hermandad, la fraternidad. Quizá llame amigos a personas, pero solo tanto en cuanto consiga algo a cambio; y eso no es amistad, no llena la necesidad del encuentro humano.
La generosidad es un ingrediente imprescindible en la convivencia entre los hermanos, entre las hermanas. Es esa capacidad de darnos sin buscar nada a cambio; es esa entrega por el bien de la otra persona; es ese encuentro desinteresado a favor de otros. Esa entrega -parece mentira- nos hace más grandes, nos ensancha y nos esponja. La fraternidad es uno de los ámbitos donde podemos desplegar la generosidad; y precisamente, cuanto más nos demos, más recibiremos a cambio; pero no de ida, sino de vuelta.
La atención de mi entrega no está puesta en mí, sino en la otra persona. De algún modo, la generosidad es un descentramiento de uno mismo, dejar de ser el centro del universo y poner al otro en el punto de mi interés. Dios ha puesto a cada uno de nosotros en el punto de su interés: “No he venido a ser servido sino a servir”. Él es el modelo para nuestra entrega fraterna.
Carta de Asís, febrero 2024
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