martes, 31 de octubre de 2017

EL MEJOR LUGAR DE CONVERSIÓN

En la comunidad humana más cercana, sea esta una fraternidad, un matrimonio o una familia, es donde se da y se constata la conversión de la persona. Es el mejor banco de pruebas para ver si los cambios que se están dando en uno mismo o espero que se den en un futuro son verdad o meras ilusiones que se quedan en sólo deseos. Las relaciones cercanas son el ámbito en el cual comprobamos la verdad de nuestro corazón.

Las otras personas son las que nos hacen salir de nosotros mismos, hacen que saltemos nuestros límites, ponen a prueba nuestras capacidades de aceptación, perdón, aguante... En definitiva, hacen que aprendamos a amar más allá de nuestros deseos. Es donde comprobamos la realidad de nuestras personas, el realismo de nuestras relaciones, porque asumimos las grandezas y miserias de lo que verdaderamente somos.

Vivir en fraternidad, en matrimonio, en familia, es un continuo proceso de conversión. Nos vamos convirtiendo los unos a los otros, vamos construyendo continuamente nuestras relaciones porque la vida no para y nosotros mismos vamos cambiando. No es tarea fácil muchas veces, ni fuente de satisfacciones inmediatas. Y sin embargo, es el territorio donde más somos nosotros mismos, más se nos exige y más damos; y sobre todo, más profundidad y altura alcanzamos.

Esta aventura de la fraternidad no está a la medida humana, a la medida que podamos planificar y controlar; está a la medida de la fe, de la esperanza y del amor. Es el mejor lugar de nuestra conversión. ¿Nos imaginamos a qué fraternidad nos invita Jesús cuando dice que somos hijos de un mismo Padre y hermanos entre nosotros? Como decía alguien: “¿Quieres saber dónde te encuentras en tu vida espiritual? Mira la calidad de tus relaciones personales, de las relaciones fraternas. Ahí está, sin riesgo de equivocación, el verdadero barómetro de tu vida interior”.

Carta de Asís, octubre 2017

martes, 24 de octubre de 2017

MÁS TEMPRANO QUE NUNCA

Qué difícil limpiar el corazón
de la miseria en que nos empeñamos
y que ahí se acumula y fosiliza.
Tiran de ti fantasmas del ayer,
ansiedad del presente y entelequias
de lo que piensas que a lo lejos fragua.
Al margen de lo vivo permaneces,
administrando sombras. Y mascullas
en todos sitios y en ninguna parte
tu mendrugo secreto y desabrido
de espanto y desamor.
                                       Pero no es tarde.
Está rompiendo el día. Es muy temprano,
más temprano que nunca.
                                      Deja que entre
el alba hermosa en tu rincón tristísimo
y sal a este minuto prodigioso
que sin comienzo ni final se cumple:
el único que existe, el verdadero,
el que te da a beber de su agua pura.

Eloy Sánchez Rosillo

martes, 17 de octubre de 2017

LA VICTORIA DE LA DELICADEZA

Iba un hombre andando tranquilamente haciendo su camino, y llevaba un sombrero en la cabeza. El Sol y el Viento lo vieron e hicieron una apuesta: a ver quién era el primero que le hacía quitarse el sombrero al caminante. Lo intentó primero el Viento, y para hacerlo empezó a soplar con mucha furia, con ráfagas muy fuertes que movían montañas de nubes y levantaban polvo de la tierra. Con esto pretendía que el sombrero cayera al suelo. Pero el viajero, para proteger su sombrero de la furia del viento, lo cogía bien fuerte con las manos para que no se le escapara. Finalmente, el viento, cansado del esfuerzo, se dio por vencido.

Y entonces entró en acción el Sol. Éste dejó bien al descubierto su rostro dorado y se puso a calentar la tierra con sus rayos. Y al cabo de poco tiempo, el caminante notó tanto calor y empezó a sudar tanto, que se quitó el sombrero para secarse el sudor que le caía por la frente.

Había ganado, pues, aquel que había utilizado los buenos modales, y había perdido el que había usado la violencia y la furia.

En nuestro trato con las personas también se gana mucho más con las formas educadas y amables que con la violencia, la ira, la impaciencia y el nerviosismo. Pensemos cómo es nuestro trato a los demás, y recuerda: “Tratemos a los demás como nos gusta que nos traten a nosotros”.

viernes, 13 de octubre de 2017

LA ECOLOGÍA ENTENDIDA DESDE EL AMOR

La ecología no puede ser entendida únicamente como el logro de una serie de estrategias que lleven a la sostenibilidad. Ha de ser una cuestión de amor y desde esa perspectiva habrá que plantear las acciones pertinentes. El amor a lo creado encuentra un paradigma en san Francisco de Asís quien “así como sucede cuando nos enamoramos de una persona, cada vez que él miraba el sol, la luna o los más pequeños animales, su reacción era cantar, incorporando en su alabanza a las demás criaturas”.
...
El sueño de una humanidad que cuida de la tierra va hermanado con el sueño de esa misma humanidad que cuida de los pobres. No pueden ir por separado. Es cierto que muchas personas han desistido de tales sueños, pero otras muchas siguen en la brecha. Es, para los cristianos, el mismo sueño de Jesús que creía que las desventuras de los pobres habrían de tener fin algún día. Es el mismo sueño de tantos “centinelas” que leen los signos de los tiempos con novedad y tratan de caminar de su mano.

Fidel Aizpurúa, capuchino
 

martes, 10 de octubre de 2017

ABANDONARSE AL PELIGRO DEL AMOR

Perdonar es abrir sitio al vacío. Prescindir de la memoria y con ella de imágenes y palabras - ¿de qué se hace sino de memoria, ¡ay!, la poesía? Sueltos ya de las nimiedades sentimos ese vacío, ese como estar y no estar. Se ha perdido la oscura religación con el objeto de nuestro rencor, es la debilidad de abrirse. Riesgo y fragilidad del que perdona: se abre a la intemperie, no sabe qué esperar. El rencor es una forma imperfecta de amor, mueve, exalta, hiere, da muerte. Perdonar es un modo imperfecto de inmortalidad: sales del acto concreto, del hecho doloroso para quedar solo con tu tranquilidad, no tienes aún cercano al prójimo, simplemente has abierto el espacio para el amor. No hay grandeza en el perdón si éste queda en el puro sosiego, falta la locura mayor: amar al enemigo, sobre todo si sabemos que puede, fatalmente, volver a dañarnos. Abandonarse al peligro del amor, acto de ciegos, de tontos, de místicos.

Roberto Méndez Martínez

viernes, 6 de octubre de 2017

CALLEJA Y LA ESPIRITUALIDAD

Hace unos años Jesús Calleja tenía un programa de TV con un nombre muy revelador: Desafío extremo. En uno de los episodios guiaba a un grupo en una expedición al Himalaya. En la preparación de ese reto, todos fueron a un monasterio tibetano para compartir con los monjes sus oraciones y ritos sagrados. Independientemente de sus creencias no sólo respetaron, sino que se sintieron inmersos en esa experiencia espiritual.

Probablemente el grupo no hubiera participado de la misma manera si se les hubiera propuesto una celebración cristiana. Pero creo que eso no es lo importante. Lo realmente significativo es que cuando nos liberamos de nuestros prejuicios y estamos abiertos a la vida que se nos propone, podemos contactar con la dimensión espiritual que cada persona posee. Me acuerdo de los rostros y comentarios de los participantes de aquella expedición, que expresaban la empatía con la oración de los monjes budistas, porque conectaban con la inclinación a lo sagrado propia del ser humano.

En esta cultura tecnocrática, economicista y utilitarista tenemos el peligro de olvidarnos de nuestra dimensión trascendente porque como decía el Principito: “lo esencial es invisible a los ojos”. Ya hay mucha bibliografía que reivindica la inteligencia espiritual como una más entre las inteligencias múltiples de la persona. Es decir, no es exclusivamente una posibilidad entre otras, una opción personal o una cuestión de educación recibida. Todo esto puede potenciar o diluir una realidad que nos acompaña a todos: es la dimensión espiritual que nos habita. Porque como decía el gran José Ortega y Gasset, que no era creyente: "Igual que existe el sentido del tacto y el del gusto, está el sentido religioso de la vida humana. Desgraciadamente yo no tengo desarrollado ese sentido" (cf. Rafael Díaz-Salazar, Revista de Pastoral Juvenil, nº 520, abril 2017, ICCE-Edelvives, p. 14).
Javier Morala, capuchino