Probablemente el grupo no hubiera participado de la misma manera si se les hubiera propuesto una celebración cristiana. Pero creo que eso no es lo importante. Lo realmente significativo es que cuando nos liberamos de nuestros prejuicios y estamos abiertos a la vida que se nos propone, podemos contactar con la dimensión espiritual que cada persona posee. Me acuerdo de los rostros y comentarios de los participantes de aquella expedición, que expresaban la empatía con la oración de los monjes budistas, porque conectaban con la inclinación a lo sagrado propia del ser humano.
En esta cultura tecnocrática, economicista y utilitarista tenemos el peligro de olvidarnos de nuestra dimensión trascendente porque como decía el Principito: “lo esencial es invisible a los ojos”. Ya hay mucha bibliografía que reivindica la inteligencia espiritual como una más entre las inteligencias múltiples de la persona. Es decir, no es exclusivamente una posibilidad entre otras, una opción personal o una cuestión de educación recibida. Todo esto puede potenciar o diluir una realidad que nos acompaña a todos: es la dimensión espiritual que nos habita. Porque como decía el gran José Ortega y Gasset, que no era creyente: "Igual que existe el sentido del tacto y el del gusto, está el sentido religioso de la vida humana. Desgraciadamente yo no tengo desarrollado ese sentido" (cf. Rafael Díaz-Salazar, Revista de Pastoral Juvenil, nº 520, abril 2017, ICCE-Edelvives, p. 14).
Javier Morala, capuchino
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