Me dicen mis amigos que tengo muy mala memoria, y tienen demasiada razón. Pero una de las pocas cosas que se me han quedado de la teoría de la evolución es una de sus sentencias: “la necesidad crea el órgano” que habla de la capacidad de los organismos para adaptarse a los sucesivos cambios que se han dado en el medio ambiente, a las sucesivas necesidades que se encontraban.
¿Y esto a qué viene? A que creo que en nuestros procesos personales funcionamos de manera semejante: vamos incorporando mecanismos psicológicos que intentan responder a una necesidad, que cumplen una función. Y para concretar voy a poner un ejemplo personal -sin muchos matices- que acabo de descubrir. ¡Perdonen el “destape”!
En este intento que tenemos todos de intentar sobrevivir nos vamos dando mensajes a nosotros mismos de distintos signos. Y yo para darme un sentido en los días grises y monótonos de un mes cualquiera de curso escolar –cuando era joven-, me proponía a mí mismo una serie de tareas que me tocaba hacer ese día: “tengo que renovar el carnet de identidad; tengo que comprar dos clasificadores; y tengo que ponerme con el trabajo de tecnología”. Objetivos vitales un tanto insulsos, pero que cumplían la función de apagar en sinsentido y el vacío que rondaba y ronda en mi persona y en cada persona. Es decir la necesidad de sentido cotidiano creó en mí unos hábitos de hacer, una tras otra, una serie de tareas.
Pero… con el correr del tiempo, lo que podía ser algo circunstancial fue ocupando más espacio en mi vida y entré en una dinámica de actividad y activismo que no sólo me hacía sentirme útil sino que además ocupaba el vacío que se cernía con la inactividad. Además había una insatisfacción por el sentido banal que me estaba dando en lo cotidiano, aunque a mi vida globalmente le estuviera dando un sentido más hondo.
Cuando escucho lo de “dejemos las actividades de las tinieblas y revistámonos con las armas de la luz” (Rm 13, 12), intento remediar ese mecanismo pernicioso haciéndome propuestas de cortar esa cadena interminable de activismo y no puedo. Y me doy como contra un muro una y otra vez, en esas propuestas. ¿Qué ocurre? Que estoy intentando suprimir un mecanismo, “un órgano” que tiene una función, que se ha creado respondiendo a una necesidad. Por tanto para suprimir el órgano, el mecanismo, primero tengo que encontrar satisfacer la necesidad a la que estaba respondiendo: en mi caso, antes de quitar el activismo, necesito darme un sentido cotidiano al discurso mental de cada día. Y así, cuando consiga este nuevo órgano, este nuevo sentido podré sustituir el activismo. Y en esas estamos, buscando y renovando los mensajes internos que me doy cada día: ¡¡que no se me olvide!! ¡Buen camino y buena búsqueda!
Javi Morala, capuchino