sábado, 25 de enero de 2014

QUE TODOS SEAN UNO

   Cristo se acerca a unos hombres sencillos, en sus puestos de trabajo, para ofrecerles tarea. ¡Jesús nunca llama al paro! La respuesta, generosa y decidida, de aquellos hermanos se convierte en ejemplo de respuesta. A Jesús no se le puede seguir con reticencias y ambigüedades. Ellos dejaron “inmediatamente” las redes; y nosotros hemos de “desenredarnos” de todo lo que nos impida ese seguimiento. Y el subrayado “inmediatamente” es intencionado. El seguimiento ha de hacerse sin reticencias.
   Y será precisamente la experiencia de ese seguimiento, lo aprendido en la compañía de Jesucristo, lo que anunciarán después: “Lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos” (1 Jn 1,1-3).
   Aquellos hombres fueron los intermediarios entre Jesús y la Iglesia; y hoy la Iglesia, es decir nosotros, debemos ser los intermediarios entre Dios y el mundo. ¿Estamos en condiciones de asumir esa tarea, de ser ese canal de transmisión, ese punto de conexión, que no necesariamente de coincidencia? Quizá podríamos conseguirlo si en nosotros brillara de forma inequívoca la unidad de sentimiento y pensamiento.
   Acabamos de celebrar el Octavario de oración por la unidad de los cristianos. “Que todos sean uno…, para que el mundo crea”, oró Jesús (Jn 17,21). Pero esa unidad no significa la uniformidad empobrecedora y monótona, sino saber vivir en un sano pluralismo, sin descalificaciones partidistas, buscando todos, con la mejor voluntad y rectitud de intención, la verdad en el amor, “creciendo hasta Aquél que es la cabeza, Cristo, de quien todo el cuerpo toma cohesión” (Ef 4,15-16).

Domingo Montero, capuchino

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