Francisco no tuvo nunca planes muy claros, muy pensados. Él quería vivir el Evangelio y punto. Pero cuando, desde el comienzo, se unieron a su propósito unos amigos de Asís, intuyó que su fraternidad había de ser como una familia ampliada, con los mejores valores de la familia y los mejores de la ampliación. Sus mismos compañeros lo vieron así. En la película Francesco de Cavani dice el hno. Rufino: “Pasé de los ojos de mi caballo Omar a los de Francisco, que tuvo siempre para mí la mirada de una madre”. Sus amigos vivieron sus relaciones en modos familiares, sin el envaramiento de las órdenes religiosas de la época. Para ellos, ser hermano era simplemente eso: ser uno mismo ante el otro sin ninguna clase de ocultamiento porque se tenía la certeza de que el corazón del hermano iba a ser casa de amparo siempre abierta y dispuesta a la acogida. Pasaron auténticos vendavales y tormentas, pero esta certeza nunca les abandonó.
Vamos a poner un ejemplo de cómo entiende Francisco a su grupo: “Dondequiera que estén y se encuentren unos con otros los hermanos, condúzcanse mutuamente con familiaridad entre sí. Y exponga confiadamente el uno al otro su necesidad, porque si la madre nutre y quiere a su hijo carnal, ¿cuánto más amorosamente debe cada uno querer y nutrir a su hermano de comunidad?”. ¿Qué te parece? La cosa está clara: a los franciscanos no les gusta el protocolo, sino la familiaridad. Les encanta sentirse a gusto unos con otros sin trámites previos. Les gusta abrir la puerta del huerto cerrado del propio corazón a la visita del compañero, porque sabe que quiere hacerle bien y que nunca le va a condenar. Tienen como ideal quererse más que lo que les quiere su propia madre, que ya es decir. Esto está en la regla, en el proyecto. Ha habido y hay muchos franciscanos y franciscanas que han vivido así.
Continuará...