jueves, 25 de junio de 2020

HERMANO, HERMANA: DON Y TAREA

“Qué hermoso es vivir los hermanos unidos” dice el salmo 133. Y así es en efecto. Acompañar y ser acompañado en el camino de la vida, de la fe, es una de las experiencias más ricas de la vida. Caminar unidos a otras personas en un proyecto común, trabajar codo con codo en la tarea, sea ésta la que sea, nos hace sentirnos arropados y animados; es decir, nos sentimos más. Es una de las vocaciones de nuestra condición humana: ser hermanos, ser hermanas. La hermana, el hermano es un don impagable.

Junto a lo anterior, también se dejan ver las dificultades que nacen en todo camino fraterno. Somos distintos, tenemos diferentes caracteres, historias personales, percibimos de diverso modo las cosas. Todo esto nos exige madurez para saber sobrellevar las diferencias. En el transcurso del tiempo aparecen también los conflictos de convivencia por mil razones. Además, dichos conflictos son inevitables por mucho esmero que pongamos en evitarlos. No es fácil saber encaminarlos de modo satisfactorio. También hay que contar con nuestros egoísmos, nuestras torpezas, esos atascos inesperados que son obstáculo para la fraternidad. El hermano, la hermana es trabajo arduo.

Si sólo vivimos la parte del don, si únicamente reparamos en los aspectos satisfactorios de ser hermanos, hermanas, nos estamos engañando porque no asumimos la otra parte de la realidad. Si, al contrario, sólo somos capaces de ver lo dificultoso y trabajoso de la realidad, se nos hace imposible vivirlo y nos rendimos. La solución para poder vivir la fraternidad tampoco es el fruto de la media entre don y tarea. El fundamento para vivir al hermano y la hermana está en Dios. De él recibimos en verdad ese don y esa tarea de la fraternidad.

Carta de Asís, junio 2020

martes, 23 de junio de 2020

LA SORPRENDENTE LEVEDAD DEL SER

Hay algunas fórmulas religiosas que se me hacen difíciles de entender, e incluso me pueden llegar a incomodar interiormente. Durante mucho tiempo siempre que escuchaba “hasta mañana, si Dios quiere”, me salía decir: “¡claro que Dios quiere!”, y por dentro pensaba: “¡no se le va a ocurrir acabar con este mundo de un día para otro!”. Me daba la impresión de que con ese añadido, “si Dios quiere”, se daba la posibilidad de que Dios, con su mano poderosa, acabara caprichosamente con nuestras vidas, y eso no coincidía con la imagen de Dios que tenía y que tengo.

Pero la COVID-19 me ha hecho entenderlo de otra manera. Gracias a esta enfermedad, todos los planes que tenía de trabajo, de ocio, de reuniones, de celebración de Semana Santa, de encuentros de los capuchinos, de visitas a mi madre, todo el verano, TODO, absolutamente todo se ha ido al traste. Todo lo que me había proyectado en el futuro, todas las esperanzas y seguridades que había puesto en la realización de los planes en cinco o seis meses, se difuminaron y desaparecieron.

Si hubiera incluido ese “si Dios quiere” en la mirada al futuro, no es que hubiera responsabilizado a Dios de todo este desaguisado, porque no lo es, pero hubiera introducido una duda, una limitación en la realización de todos esos planes que parecían inamovibles y sobre los que estaba construyendo una cierta suficiencia, un control sobre la realidad y la vida. El “si Dios quiere” podría ayudarme a incluir en mis planes esa incertidumbre, esa debilidad y vulnerabilidad que rodea a toda realidad humana, ese saber que las cosas pueden suceder de una forma o de otra. Esta coletilla piadosa me avisaría de la falta de seguridad en lo que me propongo, que no desestabilizaría mi ser si estoy sustentado por algo más allá de todos esos sucesos. Si entendiera bien esta coletilla estaría más abierto a la realidad y menos encerrado en los proyectos personales propios.

Me estoy acordando de una parábola de Jesús. Un hombre recogió una enorme cosecha e ideó construir unos graneros más grandes y darse la buena vida durante muchos años. Dios le dijo: “¡Necio, esta noche te reclamarán la vida! Lo que has preparado, ¿para quién será?” (Lc 12, 20). La vida nos puede cambiar en un instante, y ¿para qué nos sirve todo lo que hemos planificado? Las cosas se sostienen en un hilo y no podemos darlas por seguras. Todas ellas pueden caer, pero nosotros estamos amarrados con el arnés de Dios que siempre nos sostiene.

No es otra cosa que “la levedad del ser”, pero podemos vivirla como “insoportable” que diría Milan Kundera, o como una posibilidad de encontrarnos con la sorpresa de la vida. Porque cada una de las situaciones que se culminan, cada uno de los planes que se realizan son un auténtico regalo porque podrían no haberse dado. Cada hecho, cada acto, cada realidad está flotando en la incertidumbre de su realización, y cuando acaece manifiesta la generosidad de la vida. Que salga el sol, que un pájaro cante, que hoy me despierte vivo, que haya personas que me quieran, que tenga un trozo de pan para comer, que pueda mover la mano, que pueda mirar, saborear, escuchar; cada uno de los actos que suceden podrían no hacerlo y por tanto son una maravilla, son un auténtico don. Si damos todo por seguro no nos sorprende lo que vivimos. En cambio, si somos conscientes de que las cosas pueden existir o no -dada “la levedad del ser”- nos van a parecer un milagro por el simple hecho de que sean, de que sucedan. Así que ese “si Dios quiere” no es un signo de la arbitrariedad de Dios con nosotros, sino de que todo es pero podría no serlo, de que todo flota en la posibilidad de ser. Y por tanto todo lo que existe se nos regala, y no es por merecimiento, ni por derecho, sino por la bondad desbordante de la vida.

Javi Morala, capuchino

jueves, 18 de junio de 2020

¿QUÉ DICEN LOS EVANGELIOS SOBRE LA PIEDAD?

Algunos han definido a Jesús como un hombre “piadoso y liberal”. Es decir: él fue un judío piadoso con Dios y con las personas sin dejarse atrapar por la rigidez de los mecanismos religiosos. En aquella sociedad pensar en un judío ajeno a la piedad resulta difícil porque la piedad era el rostro visible de la fe en Dios.

Pero, por extraño que parezca, Jesús ha puesto el amor por encima de la piedad. Su ideal evangélico no es ser practicante piadoso de una religión, sino llegar a amar al otro con una amor de entrega total. Esto es algo que va más allá de los límites de la piedad.
  • No deja de ser sorprendente que, para Jesús, la piedad ha de ejercerse “en lo secreto” (Mt 6,6). Si la piedad se airea, si se hace para que aplaudan las personas, si tiene intenciones larvadas de poder y de honor, ha perdido todo su valor.
  • La piedad ha de ejercitarse, sobre todo en el caso de la caridad, en una especie de anonimato saludable, sin que la izquierda sepa lo que hace la derecha (Mt 6,3). La mucha publicidad desvirtúa los valores de la piedad. Alardear de ser piadoso es mostrar aquello de lo que en realidad careces.
  • Para Jesús la principal obra de piedad ha de realizarse con el cuerpo de los frágiles, de aquellos que están caídos en el camino (Lc 10,25-37). Si el cuerpo necesitado del otro no nos conmueve, si no suscita piedad en el fondo del corazón, no sirven de nada las formas de piedad que adopte nuestra religión.
  • La piedad, pues, como todos los elementos de la espiritualidad del reinado de Dios está sometida a la humanidad: sin humanidad no puede haber piedad.

Texto: Mt 2,37-39: «¡Jerusalén, Jerusalén, la que mata a los profetas y apedrea a los que son enviados a ella! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus pollitos debajo de sus alas, y no quisiste! He aquí, vuestra casa se os deja desierta. Porque os digo que desde ahora en adelante no me veréis más hasta que digáis: Bendito el que viene en nombre del Señor».
  • Es un texto tardío pero que quizá refleja algo que es difícil que lo sintamos nosotros, que no somos judíos: la piedad por la ciudad de Dios a la que se ama entrañablemente. Ante la ciudad que se desvía del camino marcado por Dios, Jesús siente una piedad honda que se enfrenta a la “criminalidad” con que se despacha a profetas y enviados. Una ciudad para la paz que engendra violencia. ¡Cómo no sentir piedad por ella! Sentir piedad por la propia ciudad.
  • Esa piedad es la que le hace poner esa metáfora de la gallina que cobija bajo sus alas a los pollitos. Se ha rechazado el amparo de Dios porque el corazón de la ciudad se ha vuelto duro y cruel. No hay sitio en la ciudad para la piedad y la compasión. En lugar de ser una ciudad de humanos se ha convertido en un lugar de inhumanidad.
  • Por eso, la falta de piedad va a llevar a la inhumanidad y ésta a que la ciudad quede desierta, sin futuro, sin horizonte. Una vida ciudadana sin esperanza donde vivir dentro de la ciudad se ha convertido en una lucha. No se habla aquí de la piedad religiosa, sino de algo más básico: la piedad humana suficiente para vivir como personas. Una ciudad sin esa piedad es un desierto, un lugar de fieras.

Aplicación: Para tener piedad de la ciudad en la que uno vive habría que, en expresión del papa Francisco, “ver la ciudad con los ojos de Dios”. Es decir, una mirada lleva de ciudadanía, de piedad y de implicación.

En EG 73 subraya cuatro puntos que, de entrada, merecen nuestro interés para leer la realidad ciudadana desde una piedad humanizadora:
  1. Se sorprende el papa de que la revelación diga que “la plenitud de la humanidad y de la historia se realice en una ciudad” (Ap 21,2-4). Siendo, como es, el hecho bíblico, en su conjunto, una realidad rural, por razones socioculturales, en su imaginario, las ciudades ocupan un lugar significativo primordial.
  2. Dice el papa, y causa un poco de sorpresa, que es preciso mirar la ciudad “con mirada contemplativa”. Y dice qué entiende por tal: “Descubrir al Dios que habita en los hogares, en sus calles, en sus plazas”. Un Dios ciudadano, urbanita, vecino del barrio.
  3. Por otra parte, la acción de Dios cobra rostro en la promoción de los valores humanos: “Dios vive entre los ciudadanos promoviendo la solidaridad, la fraternidad, el deseo del bien, de verdad, de justicia”. El rostro de Dios son los valores primordiales, humanos, básicos.
  4. Una certeza está siempre en el fondo: “Dios no se oculta a aquellos que lo buscan con corazón sincero, aunque lo hagan a tientas, de manera imprecisa y difusa”. El ocultamiento de Dios no conlleva la imposibilidad del encuentro con él.
Esta manera de leer el hecho ciudadano desde la piedad puede contribuir a elevar el nivel de ciudadanía y a poner carne a la piedad religiosa que uno puede llevar dentro de su vivencia de fe.

Fidel Aizpurúa

martes, 16 de junio de 2020

GRACIAS

El final del invierno y el comienzo de la primavera ha sido distinto e inimaginable para todos. Nos ha tocado vivir una situación especialmente diferente. De sobras es sabido que la pandemia nos ha puesto a prueba a todos como suele ocurrir con las situaciones nuevas e inesperadas y el Centro Social San Antonio no ha sido una excepción.
Si hay algo que ha sobresalido por encima de todo en las personas, es la capacidad de ayudarnos unos a otros y ahora que por fin vemos en las calles las flores tan esperadas de la primavera y los rayos de sol, es momento de pronunciar una de las palabras más importantes de nuestro vocabulario: GRACIAS.
Gracias, porque aunque no entendieseis muy bien la situación que nos tocaba vivir, te has quedado en tu guarida evitando el contacto con los demás tal y como nos decían las autoridades sanitarias. Pocos son los que saben que tú no podías quedarte en casa… Lo tuyo queda muy lejos de lo que es una casa. Tu hogar se quedó reducido a un trastero, chamizo, casa abandonada, o simplemente un coche y en el mejor de los casos a un albergue…
Gracias, por esperar con paciencia en la fila para recoger tu bolsa con la comida y cena de todos los días y mantener la distancia de seguridad con las personas que te precedían.
Gracias, porque desde el primer día comprendiste lo importante de esta situación y mantuviste la distancia de seguridad con las demás personas, a pesar de que has pasado muchos días sin ver ni hablar con nadie.
Gracias, por comprender que eres una persona de riesgo por tu edad o tus problemas de salud y quedarte en tu alojamiento esperando con paciencia y resignación a que llegara tu bolsa con la comida y la cena de cada día, abriendo la puerta con una miranda de aliento y agradecimiento.
Gracias, por expresar tu agradecimiento todos los días, y repetir la misma frase: “Yo hoy aplaudo por ti”.
Gracias a ti también, que te viste sorprendido en tu pequeño negocio de restauración por esta pandemia, y no dudaste ni un momento en donar los alimentos que no ibas a poder emplear para quienes más lo necesitaban.
Gracias, por todas esas llamadas de teléfono, email, donde nos preguntabais como colaborar con las personas más vulnerables que a diario acuden a nuestro centro buscando una mano amiga.
Gracias, a nuestros mayores, que fuisteis los primeros en notar esta pandemia, quedándoos en casa y entendiendo rápidamente que había que colaborar entre todos.
Gracias, a todos nuestros voluntarios que de una forma u otra nos habéis hecho llegar la fuerza y las ganas para poder estar a la altura de las circunstancias y poder luchar con dignidad estos días tan difíciles.
Gracias, a todos los que de una forma u otra construís y trabajáis por esta sociedad sumando entre todos a pesar de las adversidades. Creyendo en las personas. Y luchando porque “una mayor dignidad es menos exclusión”.

Oscar Matés, Centro social san Antonio

domingo, 14 de junio de 2020

PAN TIERNO

Érase una vez un pan tierno, crujiente, de olor agradable y aspecto apetitoso. El pan se encontró rodeado de un grupo de niños que tenían muchas ganas de comer; pero cuando el pan los vio, tuvo miedo y corrió a esconderse… Pasó el tiempo y aquel pan que no quiso dejarse comer, se puso duro, lo encontraron y lo tiraron a la basura.

En cambio, había una vez un pan tierno, crujiente, de olor agradable y aspecto apetitoso. Llegó un grupo de niños con ganas de comer. Cuando el pan sintió que lo cortaba el cuchillo, no dijo nada, aunque pensó que se moría. Pero al sentir las manos y la boca de los niños, se sintió alegre. De pronto, el pan se dio cuenta de que no había muerto: se había transformado.

Jesús es el pan vivo, el pan tierno, crujiente, que no se esconde sino que se ofrece para ser comido, para alimentar y dar alegría a todos.

Además ese pan que se entrega nos invita a nosotros a transformarnos también en pan que se entrega para alimentar y dar vida a otros. El que parte y comparte el pan de la Eucaristía, debe partir y compartir el pan de cada día. Desde el principio, ningún cristiano se acercaba a la Eucaristía sin algo que ofrecer. Ninguna necesidad les dejaba indiferentes.

Como dice el Papa Francisco, al invitarnos a vivir “la alegría del evangelio”, la Eucaristía “no es un premio para los perfectos, sino un generoso remedio y un alimento para los débiles” (nº 47). Es para los caminantes, no para los que creen que han llegado a la meta. La propia imperfección no debe constituir un obstáculo para comulgar sino un estímulo y un acto de confianza en la acción del Señor: “un pequeño paso, en medio de grandes límites humanos, puede ser más agradable a Dios que la vida exteriormente correcta de quien transcurre sus días sin enfrentar importantes dificultades. A todos debe llegar el consuelo y el estímulo del amor salvífico de Dios, que obra misteriosamente en cada persona, más allá de sus defectos y caídas” (nº 44).

Dice Jesús que el pan que él nos ofrece es su propia persona, y quien come de este pan vivirá para siempre. Buscamos un pan que no se endurezca ni se enmohezca, es decir, que nos mantenga vivos, sobre todo cuando nuestras fuerzas decaen, y que humanice nuestra relación con los demás. Según el propio Papa Francisco, “Dios vive entre los ciudadanos promoviendo la solidaridad, la fraternidad, el deseo de bien, de verdad, de justicia”.

Iñaki Otano


jueves, 11 de junio de 2020

ORACIÓN POR EL FIN DE LA PANDEMIA

Señor en este tiempo de pandemia hemos aprendido tanto, hemos cambiado y transformado nuestra forma de ser, pensar y actuar. Nos falta mucho por aprender y por crecer, pero hemos comenzado el camino.

Hemos aprendido que no podemos vivir solos, que la presencia del otro es indispensable. Que la cercanía, el contacto y el estar viviendo en comunidad son esenciales, que el desamor nos llena de soledad y tristeza.

Hemos aprendido, que los enfermos cuentan, que la corrupción mata, que la falta de equidad es una enfermedad gravísima y que la educación es necesaria.

Hemos aprendido que no necesitamos mucho para estar bien, para ser felices, para llegar a encontrarte a ti. Pues gracias al encuentro con nosotros mismos en el silencio del hogar y al calor de la presencia familiar, hemos aprendido a ver tu amor providente que nos auxilia.

Señor ya comprendimos lo necesario que es ser humanos sin olvidarnos del cielo. Lo urgente de valorar y respetar el amor, y la apremiante necesidad de recuperar esos espacios de encuentro con los demás, encuentros que antes dábamos por innecesarios y banales.

Esta prueba nos ha llevado a descubrir nuevas formas de amarte, verte, sentirte y descubrirte en nuestras vidas. Hemos podido adquirir una conciencia más clara de tu amor hacia nosotros, hemos logrado aprender a amar a los demás, amar al otro sin juzgar, sin temor…

Esta experiencia Señor, nos ha hecho olvidar tanto orgullo y vanidad que solo construye muros en vez de puentes, tanto prejuicio que aísla nuestra existencia y la priva de toda capacidad de amar.

Señor, ya hemos aprendido, por favor líbranos ya de esta prueba, permítenos volver a abrazarnos sin temor. Regálanos nuevamente la oportunidad de disfrutar las caricias, la presencia, la palabra cercana y real, el contacto sano y vital de la amistad.

Queremos disfrutar nuevamente de la naturaleza, del mundo, de la realidad. Dejar las paredes de casa para salir a demostrar que esto nos ha vuelto más humanos y menos orgullosos, hemos recordado que somos frágiles.

Líbranos de esta pandemia Señor, pero también de la pandemia de la inequidad, del desamor, de los odios, guerras, injusticias, y demás lastres que acaban con la humanidad, líbranos Señor de no haber aprendido nada. De salir y volver a cometer los mismos errores.

Que las sonrisas vuelvan pronto Señor, no permitas que tengamos que aprender a vivir con sonrisas ocultas tras un tapabocas. Por favor regrésanos ese don tan hermoso de sonreír y comunicar tu paz, que con las sonrisas vuelven también los saludos sinceros, los abrazos confidentes, las miradas dadoras de dignidad. Devuélvenos aquella gratificante sensación de comunidad.

Señor, hemos aprendido tanto sobre lo que en realidad es importante. Sobre lo que nos hace humanos y sobre todo lo que debemos cambiar, evitar y erradicar. Ayúdanos a no olvidar y que esas corrientes de la normalidad no nos arrastren hacia los ríos de aguas turbulentas de las que hemos salido.

Llévanos Señor a tu barca, aquella en la que tu voz apacigua la tormenta y nos regala la paz. Señor líbranos ya de esta prueba y regálanos tu paz… Amén.

Mauricio Montoya

martes, 9 de junio de 2020

CONSTRUIR EL FUTURO

Estamos pasando por un momento complicado a nivel mundial con la presencia de este Covid-19 entre nosotros. Hace pocos meses ninguno podíamos barruntar o prever la gravedad de esta situación. Aun teniendo un buen sistema sanitario, como es el nuestro, hemos comprobado que ha sido insuficiente y que el dolor se ha hecho presente entre nosotros de manera seria. Muchas personas han muerto. No les hemos podido acompañar como hubiéramos deseado, etc.

Durante todo este tiempo de pandemia se está hablado mucho del futuro que nos espera. Se nos ha advertido que va a haber muchos cambios en la sociedad, que vamos a comenzar un nuevo tiempo, que las cosas no van a ser como antes, etc. A mí no me gusta ser adivino y predecir lo que nos va a suceder. Es verdad que prever lo que nos puede suceder, por un lado nos ayuda a comportarnos de una determinada manera ante las circunstancias, buscando nuestra seguridad. Por otro lado, la vida, que es continuo cambio e incertidumbre, tiene su propia dinámica. Esta muchas veces desborda todas nuestras previsiones. Si algo experimentamos continuamente es que el futuro es incierto, aunque muchos de nuestros esfuerzos vayan encaminados a construir una seguridad desde la que vivir. Lo único que sabemos es que todo cambia.

Yo no sé si podemos hablar mucho de cómo va a ser nuestro mundo después del virus. Pero sí que podemos hablar de cómo queremos que sea. También nos han dicho que en este tiempo de confinamiento en nuestras casas vamos a aprender mucho, que vamos a salir fortalecidos a nivel personal y como sociedad. Está claro que todos podemos ser constructores de nuestro futuro y no simplemente personas que nos vamos adaptando a lo que nos sucede.

En este deseo de construcción y de acertar en ella, he recurrido al mundo sapiencial que refleja la Biblia deteniéndome en un aspecto concreto: los sabios, que son quienes ponen por escrito la sabiduría de la vida recogida desde la propia experiencia, nos dicen que el cambio de nuestras actitudes económicas nos puede ayudar a mejorar. En este mundo nuestro en el que estamos obsesionados con el tener y cada vez más, concretamente el Eclesiástico o Jesús Ben Sira (Eclo 29,21-23) nos anima a vivir desde la parquedad. Nos aconseja que seamos capaces de conformarnos con lo que tenemos, una vez cubiertas las necesidades básicas. Nos recomienda que busquemos lo esencial.

Ante estos consejos he recordado un frase de José Mújica, expresidente de Uruguay, que desde su experiencia también nos dice: “aprendí que si no puedes ser feliz con pocas cosas no vas a ser feliz con muchas cosas”.

Benjamín Echeverría, capuchino

domingo, 7 de junio de 2020

UN DIOS INSÓLITO

La biblista Dolores Aleixandre decía a los argentinos que “no debió ser fácil para los discípulos acostumbrarse a las imágenes sorprendentes que empleaba Jesús en sus parábolas para hablar de su Padre. Él mostraba un Dios desprovisto de los atributos propios de la divinidad (inmutabilidad, equidistancia, impasibilidad…) y dominado en cambio por emociones propias de los humanos. […]

Eran imágenes a las que sus discípulos no estaban acostumbrados y por eso el Maestro necesitó mucho tiempo y mucha paciente insistencia para desalojar las viejas ideas que poblaban su imaginación. Tenían que consentir a que Dios estuviera más allá de lo que pensaban sobre él, se abriera paso en sus corazones y les revelara quiénes eran para él: son una tierra sembrada de semillas destinadas a dar fruto (Mc 4, 3-9) y existen en ustedes brotes de vida que la mirada del Padre descubre (Mc 13, 28-29). Lo que él ha sembrado en su tierra posee tal dinamismo de crecimiento, que germina y crece más allá del control de ustedes (Mc 4, 26-29). No anden preocupados por la mezcla de cizaña que hay en su vida, lo que a su Padre le importa es todo lo bueno que ha sembrado en su corazón (Mc 13, 24-30).

Es verdad que son pequeños e insignificantes como un granito de mostaza, pero esa pequeñez esconde una fuerza capaz de transformarse en un gran árbol en el que vengan a posarse los pájaros (Mc 4, 30-32). Quizá lleguen a la sala del banquete andrajosos y polvorientos, pero son comensales invitados y deseados, y el Rey que los ha invitado los espera con la mesa puesta (Mt 22, 1-14). Alégrense de poseer talentos y recursos a invertir (Mt 25, 14-30); están a tiempo de hacerse amigos de los que van a abrirles las eternas moradas (Lc 16,9), porque tienen entre las manos aquello en lo que se lo juegan todo: pan, agua, techo, vestido compartidos con los que carecen de ello (Mt 25, 32-46). Lo propio de ustedes es perderse (Lc 15,3), alejarse (Lc 15, 11-32), dormirse (Mt 25, 1-13), endurecer su corazón (Mt 18, 23-35), endeudarse (Lc 7, 41-43)…, pero Alguien cree en su capacidad de dejarse encontrar y volver a casa, estar en vela, ser misericordiosos, convertir en amor sus deudas. Y si los desea, persigue, busca y espera tanto, es porque son valiosos a sus ojos”.

El texto del evangelio nos sitúa en el encuentro de Nicodemo con Jesús. Seguro que aquel encuentro fue fructificando a lo largo de la vida de Nicodemo. En las horas bajas, en que se creía minusvalorado o ignorado, recordaba la insistencia de Jesús en que Dios no lo envió para condenar a nadie sino para salvar a todos. Esa era su gran esperanza y sabía que, aun cuando pasase por malos momentos, podía confiar en quien le acogió y le invitó a soñar en una vida eterna.

Iñaki Otano

jueves, 4 de junio de 2020

VOLUNCLOUD

Voluncloud es una aplicación que consigue conectar directamente a personas voluntarias con demandantes de servicios de voluntariado.

Si quieres ofrecer tu solidaridad en estos momentos de Estado de Alarma por el Covid-19 (Coronavirus), a través de este proyecto gestionaremos y coordinaremos tu disponibilidad para tratar de encontrar espacios en los que puedas colaborar. Con la inscripción a este proyecto la persona accede a una bolsa de personas voluntarias. Dada la dificultad de la situación y el necesario respeto a las medidas de seguridad establecidas, se atenderá cada solicitud en función de las necesidades que se marquen desde las instituciones públicas y entidades. De igual forma recordamos que las personas interesadas en hacer voluntariado sanitario, deben llamar a los teléfonos indicados para ello. Este proyecto canaliza únicamente voluntariado solidario, no sanitario.

Ser voluntario o voluntaria es más fácil de lo que piensas gracias a Voluncloud. Sólo tienes que registrarte e indicar los ámbitos de actuación en los que te gustaría colaborar. Podrás actualizar tu información, consultar las ofertas y recibir propuestas que se ajusten a tus inquietudes. El proyecto está impulsado por la Plataforma del Voluntariado de España.

Accede a su página web a traves de este enlace

martes, 2 de junio de 2020

NO TEMERÁ LAS MALAS NOTICIAS

En todo este tiempo que llevamos acosados por el COVID-19 estoy prestando especial atención a Fernando Simón, director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias del Ministerio de Sanidad. Sobre todo en los dos primeros meses de estado de alarma, he permanecido atento a los datos de fallecidos y contagiados que daba cada mañana. He estado pendiente de las tendencias, de los tantos por ciento de incremento, de si la inclinación de la curva aumentaba o no, de si llegábamos al pico, de si estábamos ya en la meseta, de si comenzábamos a descender, de si era efecto lunes o efecto martes, de si el incremento de las pruebas PCR relativizaba el aumento de los afectados, de las fases de desescalada, y de un largo y largo etcétera, que ya forma parte de nuestras conversaciones cotidianas.

En este estado de vigilancia constante de las cifras, me daba cuenta que algo no acababa de funcionar bien dentro de mí, pero no terminaba de saber qué era. Por un lado me entregaba a la escucha y análisis de las notificaciones de cada día, y por otra era consciente de que mi espíritu “se quejaba” en mi interior.

Hasta que un creyente me despertó a lo que sucedía: “no temerá las malas noticias” dice el salmo 112. Este verso me denunciaba porque yo sí temía las malas noticias. Me di cuenta que durante todo este tiempo había puesto toda mi esperanza en que las cifras mejoraran, y cada día me acercaba a la televisión anhelante de “buenas noticias” para que nuestra vida se resolviera. No solo estaba poniendo mi esperanza en algo que no dependía de mí, sino que percibía muy de fondo que los datos, las cifras, los números –positivos o negativos- no podían sostener mi esperanza. Eso era lo que me generaba esa inquietud por dentro. Es la misma experiencia de la que habla Jesús: “no estéis con el alma en un hilo buscando qué comer o qué beber” (Lc 12, 29).

Es verdad que detrás de esas cifras hay personas y familias sufriendo y eso entristece por dentro y te enfrenta al reto del sentido de la existencia. Y a la vez intuimos que, como dice el salmista, puede haber una esperanza más allá de las malas noticias, aunque estas te golpeen fuerte. Esto no quiere decir que tenga que olvidarme de las cifras, pero sí que puede haber una esperanza más allá del resultado de la rueda de prensa diaria del doctor Simón.

Y creo que en el fondo, es la misma intuición que ha provocado que tantas ventanas se engalanen con el dibujo del arco iris y el lema “Todo saldrá bien”. No es el resultado de creer ingenuamente que no va a haber muertos, ni dolor, ni incluso que no nos va a tocar de cerca. Es más bien, que creemos que, pase lo que pase, vamos a salir adelante; que hay algo que nos sostiene más allá de que las cosas no salgan bien, más allá de que los enfermos y fallecidos aumenten. Es la convicción profunda y a veces casi imperceptible, de que la vida está sustentada por debajo de lo aparente, que la vida tiene consistencia y sentido aunque el sufrimiento parezca cuestionarlos. Entonces sí, la persona que vive sostenida en esa convicción “no temerá las malas noticias”: ¡algo de eso es creer!

Javi Morala, capuchino