domingo, 7 de junio de 2020

UN DIOS INSÓLITO

La biblista Dolores Aleixandre decía a los argentinos que “no debió ser fácil para los discípulos acostumbrarse a las imágenes sorprendentes que empleaba Jesús en sus parábolas para hablar de su Padre. Él mostraba un Dios desprovisto de los atributos propios de la divinidad (inmutabilidad, equidistancia, impasibilidad…) y dominado en cambio por emociones propias de los humanos. […]

Eran imágenes a las que sus discípulos no estaban acostumbrados y por eso el Maestro necesitó mucho tiempo y mucha paciente insistencia para desalojar las viejas ideas que poblaban su imaginación. Tenían que consentir a que Dios estuviera más allá de lo que pensaban sobre él, se abriera paso en sus corazones y les revelara quiénes eran para él: son una tierra sembrada de semillas destinadas a dar fruto (Mc 4, 3-9) y existen en ustedes brotes de vida que la mirada del Padre descubre (Mc 13, 28-29). Lo que él ha sembrado en su tierra posee tal dinamismo de crecimiento, que germina y crece más allá del control de ustedes (Mc 4, 26-29). No anden preocupados por la mezcla de cizaña que hay en su vida, lo que a su Padre le importa es todo lo bueno que ha sembrado en su corazón (Mc 13, 24-30).

Es verdad que son pequeños e insignificantes como un granito de mostaza, pero esa pequeñez esconde una fuerza capaz de transformarse en un gran árbol en el que vengan a posarse los pájaros (Mc 4, 30-32). Quizá lleguen a la sala del banquete andrajosos y polvorientos, pero son comensales invitados y deseados, y el Rey que los ha invitado los espera con la mesa puesta (Mt 22, 1-14). Alégrense de poseer talentos y recursos a invertir (Mt 25, 14-30); están a tiempo de hacerse amigos de los que van a abrirles las eternas moradas (Lc 16,9), porque tienen entre las manos aquello en lo que se lo juegan todo: pan, agua, techo, vestido compartidos con los que carecen de ello (Mt 25, 32-46). Lo propio de ustedes es perderse (Lc 15,3), alejarse (Lc 15, 11-32), dormirse (Mt 25, 1-13), endurecer su corazón (Mt 18, 23-35), endeudarse (Lc 7, 41-43)…, pero Alguien cree en su capacidad de dejarse encontrar y volver a casa, estar en vela, ser misericordiosos, convertir en amor sus deudas. Y si los desea, persigue, busca y espera tanto, es porque son valiosos a sus ojos”.

El texto del evangelio nos sitúa en el encuentro de Nicodemo con Jesús. Seguro que aquel encuentro fue fructificando a lo largo de la vida de Nicodemo. En las horas bajas, en que se creía minusvalorado o ignorado, recordaba la insistencia de Jesús en que Dios no lo envió para condenar a nadie sino para salvar a todos. Esa era su gran esperanza y sabía que, aun cuando pasase por malos momentos, podía confiar en quien le acogió y le invitó a soñar en una vida eterna.

Iñaki Otano

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